Juan de Vigri, padre de Catalina, era abogado y
agente diplomático del marqués de Ferrara, Nicolás d'Este. A instancias del
marqués, Juan envió a su hija, de once años de edad a servir como dama de
honor a la joven Margarita d'Este. Catalina hizo sus estudios con Margarita y
fue amiga íntima suya. Entre otras materias, las jóvenes estudiaron el latín;
Catalina escribió posteriormente varias obritas en esa lengua. Al casarse con
Roberto Malatesta, Margarita tenía intención de conservar a Catalina a su
servicio, pero ésta se sintió llamada a la vida religiosa. Poco después de
regresar a su casa, perdió a su padre y, casi inmediatamente ingresó en una
congregación de terciarias franciscanas de Ferrara, que llevaban una vida
semimonástica, bajo al dirección de una mujer llamada Lucía ¡ de Mascaroni.
Aunque Catalina sólo tenía catorce años, su deseo de perfección
le ganó la admiración de sus hermanas. Desde tan temparana edad empezó a
tener visiones, algunas de las cuales provenían de Dios y otras del demonio,
como la misma Catalina se vio obligada a reconocerlo más tarde. Para ayudar a
otras almas a distinguir entre las visiones divinas y los artificios del diablo,
Catalina escribió que había aprendido a discernir las unas de las otras por la
santa luz de la humildad, "que precedía siempre a la salida del Sol."
Citemos sus propias palabras: "Esa alma, cuando se acercaba el Huésped
divino, experimentaba un sentimiento de respeto que ponía de rodillas a su
corazón y la obligaba a doblar exteriormente la cabeza; en otras ocasiones, le
sobrevenía una gran claridad sobre sus faltas pasadas, presentes y futuras y se
veía a sí misma como la causante de las
faltas de sus prójimos, por los cuales sentía una inflamada caridad. Así
entraba Jesús en su alma, como un rayo de sol y establecía en ella la más
profunda paz.
Más tarde, el demonio trató de infiltrar en su alma dudas y
pensamientos blasfemos, particularmente sobre la presencia real de Jesucristo en
el Santísimo Sacramento. Esto la hizo sufrir mucho, hasta que Dios le reveló
claramente la doctrina de la Iglesia y respondió en forma definitiva a sus
dificultades de modo que desaparecieron las dudas. Santa Catalina aseguraba que,
en las almas puras, los efectos del Sacramento no dependen del fervor sensible y
que aquellas dudas no disminuyen tampoco su eficacia, con tal de que el alma no
consienta" en ellas. También afirmaba que quienes llevan con paciencia
tales pruebas sacan de la comunión mayores frutos que si tuviesen las más
altas consolaciones. Probablemente a causa de todo lo que había sufrido,
Catalina sentía un indomable deseo de dormir, que ella consideraba como tentación
del demonio, pero que era probablemente una gracia que le permitía rehacerse de
los esfuerzos corporales y mentales anteriores. Después de algún tiempo,
desapareció también esa inclinación exagerada al sueño y la paz completa se
estableció en el alma de Santa Catalina.
Pensando que con ello podría ayudar a otros después de su muerte,
Catalina empezó a escribir un relato de las pruebas que había sufrido y las
gracias que recibía. Para evitar que sus hermanas descubrieran su diario,
acostumbraba coserlo en el interior de un cojín; pero ellas, sospechando lo que
sucedía, buscaron el manuscrito hasta dar con él. Cuando Catalina cayó en la
cuenta de la indiscreción de que había sido objeto, arrancó las hojas y las
arrojó al fuego. La santa estaba encargada del horno, pues era la panadera de
la casa. En cierta ocasión, al darse cuenta de que el resplandor del fuego le
hacía daño a la vista, temiendo que eso la inutilizara para el servicio de la
comunidad, habló del asunto con su superiora; pero ésta le respondió que
permaneciese en su puesto y dejara la salud en manos de Dios. Después de
ejercer durante largo tiempo el oficio de panadera, Santa Catalina pasó a ser
maestra de novicias. Por la misma época, tuvo una extraordinaria visión, a la
que aluden con frecuencia sus imágenes y que referiremos con sus propias
palabras: "Esa persona pidió permiso a su superiora para pasar toda la
noche de Navidad en la iglesia del monasterio y se dirigió allá lo más pronto
que pudo, con la intención de recitar mil avemarías en honor de la Santísima
Virgen. Así lo hizo, con toda la atención y el fervor de que fue capaz. En esa
ocupación la sorprendió la medianoche, es decir la hora en que, según se
cree, nació Nuestro Señor. En ese preciso momento, se le apareció la Santísima
Virgen, llevando en sus brazos al Niño Jesús cubierto con pañales. La Madre
de Dios se le acercó y le puso a su Hijo en los brazos. Ya podéis imaginar el
gozo de esa pobre criatura cuando vio en sus propios brazos al Hijo del Padre
Eterno. Temblando de respeto, pero sobre todo abrumada de felicidad, se tomó la
libertad de acariciar al Niño, de estrecharlo contra su corazón y de acercar
los labios a su rostro... En el momento en que la pobre criatura de la que
estamos hablando acercaba los labios a la boca del Divino Niño, se esfumó la
visión, dejándola sumida en un gozo indescriptible." La santa escribió
por entonces dos libros en versos libres sobre los misterios de la vida de
Cristo y su Madr:e, a los que dio el título de "Rosario", que las
religiosas del monasterio de Bolonia conservaron como un tesoro. Escribió
igualmente un tratado sobre "Las Siete Armas espirituales", que vio la
luz después de su muerte y alcanzó gran fama en Italia.
Algunos años antes, la pequeña comunidad gobernada por Lucía
Mascaroni había abrazado la estrecha regla de Santa Clara y se había cambiado
a una casa más adaptable a los usos de la vida religiosa; pero tanto Santa
Catalina como las más austeras de sus hermanas estaban convencidas de que la única
manera de asegurar la perfecta observancia consistía en instituir la clausura.
Sin embargo, los habitantes de Ferrara se opusieron durante mucho tiempo a tal
innovación, hasta que finalmente el Papa Nicolás V decretó y sancionó la
clausura, gracias sobre todo a las oraciones y esfuerzos de Santa Catalina. La
santa fue entonces nombrada superiora de otro convento de la estrecha observancia
en Bolonia; ella hubiese preferido permanecer en Ferrara como simple súbdita,
pero el cielo le dio a entender que debía aceptar el cargo y al punto obedeció.
Dos cardenales recibieron en Bolonia a la santa y a su acompañante, seguidos
por el senado y toda la población. A pesar de la estricta clausura, la fama de
santidad, milagros y dones de profecía de Santa Catalina, atrajeron a tantas
postulantes al nuevo convento de Corpus Christi, que apenas había sitio
suficiente.
Santa Catalina trabajaba con todas sus fuerzas durante la semana;
los domingos y días de fiesta aprovechaba el tiempo libre para copiar e
iluminar su breviario. Este libro, compuesto totalmente por manos de la santa,
con miniaturas de Cristo y de la Virgen, se conserva todavía. Catalina compuso
también varios himnos y pintó algunos cuadros. La santa recomendaba a sus
hijas tres cosas que ella había practicado durante toda su vida: La primera era
hablar amablemente a todos, la segunda practicar constantemente la humildad y la
tercera no mezclarse nunca en los asuntos ajenos. Aunque era muy estricta
consigo misma, la santa se mostraba extraordinariamente bondadosa con las
debilidades de sus prójimos. En las elecciones de la nueva abadesa, el único
reproche que sus hermanas pudieron hacer a Catalina fue que era demasiado
bondadosa para urgir severamente la observancia. Siendo maestra de novicias, le
pareció que algunas de las hermanas no se alimentaban suficientemente; para
remediarlo pidió en la cocina algunos huevos duros, les quitó el cascarón y
los deslizó en las bolsas de las hermanas, dejando en su propio plato sólo los
cascarones. Por ello, fue acusada de sensualidad durante la visita anual, pero
la santa soportó la reprimenda sin decir una palabra, como si realmente fuese
culpable.
Su salud, que había empezado a debilitarse desde su vuelta a
Bolonia, decayó rápidamente. El primer domingo de cuaresma del año de 1463 se
vio atacada por violentos dolores, de suerte que debió acostarse y ya no se
levantó más. El 9 de marzo entregó su alma a Dios en forma tan apacible, que
sus hermanas no se dieron cuenta de que había muerto, sino hasta que empezaron
a percibir una deliciosa fragancia y advirtieron que su faz tenía la belleza y
frescura de una quinceañera. Su cuerpo fue enterrado sin caja, pero a los
dieciocho días fue desenterrado, debido a los numerosos milagros que había
obrado y a la suave fragancia que se escapaba de su tumba. Desde entonces, se
encuentra incorrupto en la capilla del convento de Bolonia, donde puede verse a
través de un cristal. La santa se halla sentada, ricamente vestida; pero el
rostro y las manos, que están al descubierto, se han ennegrecido con el tiempo
y la humedad. Santa Catalina es la patrona de los artistas. Las miniaturas que
pintó se conservan aún en el convento de Corpo di Cristo, en Bolonia; según
los expertos, se trata de obras de gran delicadeza. También se conservan dos de
sus pinturas, una en la pinacoteca de Bolonia y la otra en la Academia de Bellas
Artes de Venecia. La santa fue canonizada en 1712.
Los principales datos sobre la santa se
encuentran en la corta biografía publicada cincuenta años después de su
muerte por un fraile franciscano, llamado Dionisio Paleotti. Pero es mucho más
completa la biografía del P. J. Grassetti, quien, aunque escribió en 1610,
tuvo acceso a todos los documentos de Bolonia. Ambas biografías, escritas
originalmente en italiano, pueden leerse en Acta Sanctorum, marzo, vol.
II, donde se hallan traducidas al latín. Es de lamentar que la más rica de las
fuentes sobre Santa Catalina no haya visto la luz hasta el presente. Nos
referimos al Specchio d'illuminazione, que es una serie de recuerdos
escritos por la Hermana Iluminata Bembi, súbdita de Catalina; el manuscrito se
conserva en el convento. La mayoría de los historiadores modernos se basan
principalmente en la obra de Grassetti. La más voluminosa de las biografías
modernas es la de J. E. Duver, Vie de saillte Catherine de Bologne (1905);
ver también la obra francesa de J. Stiénon du Pré (1949). En 1912 apareció
en Bolonia una colección de ensayos sobre Santa Catalina, con el título de La
Santa nella storia, nelle lettere e nell'arte. Cf.igualmente Leon, Aureole
Seraphique (trad. inglesa, vol. I, pp. 394-437) y Dunbar, Dictionary of
Saintly Women, vol. I, pp. 160-161. En la Oratorian Series se
publicó la traducción inglesa de la obra de Grassetti.
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