Santa Oria nació (+ 1050) en la localidad
riojana de Villavelayos. Fue su maestro y padre espiritual Don Munio, que
escribió su vida en latín, y luego tradujo en sonoros versos
alejandrinos Gonzalo de Berceo. Una vida digna de crédito, pues, según
el poeta, ni por un rico condado hubiera consentido mentir: En todo cuanto
dijo, dijo toda verdad.
El mismo nombre de Oria—Aurea, Dorada—era ya todo un
presagio de rica calidad: "Como era preciosa, más que oro preciada,
nombre avía de oro: Oria era llamada". Son deliciosos los versos de
Berceo: "Era esta manceba de Dios enamorada, más quería ser ciega
que verse casada". Prefería las "horas" litúrgicas más
que otros cantares y oír a los clérigos más que a otros juglares.
"pesque mudó los dientes, luego a los pocos anuos, pagábase muy
poco de los seglares ponnos". Sentía envidia de María, la hermana
de Lázaro. Como ella, pasaría la vida junto al altar, a los pies de
Cristo.
Un día se puso en romería y llegó al monasterio de San
Millán de la Cogolla. El prior se llamaba Domingo, y más tarde
fundaría la abadía de Silos. Oria cayó a sus pies y le pidió consejo
para vivir separada del mundo y entregada a Dios. "Señor, Dios lo
quiere, tal es mi voluntat, prender orden e velo, vivir en castidat, en
rencón encerrada yacer en pobredat, vivir de lo que diera por mi la
christiandat".
Después de encargarle el prior que pensase
mucho el paso que iba a dar, y de insistir Oria en su empeño, Domingo
accedió y le dio el hábito de esposa de Cristo. Los albañiles abrieron
un hueco en el muro de la iglesia de San Millán de Suso, el de
Arriba—donde también estuvieron enterrados los Siete Infantes de
Lara—frente al altar mayor y al coro donde cantaban los monjes, y allí
fue encerrada la intrépida doncella Oria.
Eran tiempos de heroicidades. Había personas que no se
contentaban con encerrarse en un monasterio. Querían todavía más
rigidez. Se encerraban en celdas increiblemente pequeñas, donde a veces
no cabían de pie, para no salir más. Sólo abrían un ventanillo que
diera al altar. A veces acudían gentes a pedirles consejo. Pero
normalmente su soledad era total, sólo interrumpida por la lucha con los
demonios y por su trato con los ángeles. Las mujeres fueron las más
generosas para esta prisión voluntaria. Se llamaba las emparedadas, y
todavía queda el recuerdo de su heroísmo.
"Ovo grant alegría" cuando se le concedió, dice
la copla. No se asustó Oria del estrecho emparedamiento. Todavía se
contempla hoy y no sin cierto escalofrío. Los dias y las noches se le
pasaban rezando, leyendo las Sagradas Escrituras y vidas de Santos.
Aconsejaba a los que acudían a ella. Hacia las hostias para la Misa, cosía
casullas para la iglesia, rezaba los salmos cuando los monjes "et la
su oración foradaba los cielos".
"Mas la bendita niña, del Criador amiga", tuvo
grandes tentaciones del demonio. Domingo lo supo, se vino de Silos, la
roció con agua bendita, dijo la Misa en el altar frontero, la confesó,
le dio la Comunión y la bendita niña ya no tuvo más visitas de
demonios, sino de ángeles y de Santos.
Después de tan austera reclusión Oria cayó enferma. La
misma Señora de los cielos le avisó su muerte. Acudió a atenderla Don
Munio. Llegó la noche. Oria levantó la diestra y se hizo la señal de la
cruz. Y luego "alzó ambas las manos, juntólas en igual, como quien
rinde gracias al buen rey celestial, cerró ojos e boca la reclusa leal, e
rindió a Dios la alma: nunca más sintió mal". Y pasó de su
encierro por Dios al paraíso con Dios
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