San Rodrigo fue martirizado durante la persecución del emir Mohamed I, hijo de Abderramán II.
Había nacido junto a la ciudad de Egabro, llamada posteriormente
Cabra, y cursó sus estudios eclesiásticos en Egabro, donde fue ordenado
sacerdote.
Rodrigo tenia dos
hermanos, uno musulmán y otro mal cristiano, que prácticamente había
abandonado su fe. Una noche, los dos hermanos tuvieron un altercado y se
acaloraron tanto, que llegaron a las manos; Rodrigo se apresuró a separarlos y
al punto, ellos se volvieron contra él y lo golpearon hasta dejarlo sin
sentido. El mahometano lo puso sobre una camilla e hizo que lo llevaran por las
calles, en tanto que él caminaba a su lado, proclamando a voces que Rodrigo
había apostatado y que deseaba que se le reconociera públicamente como un
mahometano antes de morir. En cuanto se presentó la oportunidad, Rodrigo logró
huir. Poco después, su hermano el mahometano se lo encontró en las calles de
Córdoba y acto seguido se precipitó sobre él, lleno de odio, y lo llevó a
rastras ante el "kadi", acusándole de haber vuelto a la fe cristiana
después de haberse declarado él mismo mahometano. Pese a las negativas de
Rodrigo, el "kadi" no le creyó, y mandó que le encerraran en un
siniestro calabozo.
Por la misma causa estaba en la cárcel un cristiano mozárabe, de nombre Salomón.
Los dos se alentaban mutuamente durante su largo y tedioso encierro, con el cual
el "kadi" esperaba acabar con su constancia. A las promesas con las
que el "kadi" quiere atraerlos, Rodrigo responde: «Haz
propuestas, así, a quienes buscan antes conveniencias de esta tierra que
felicidad eterna; nosotros sólo vivimos en Jesucristo; y morir por El es la
mejor ganancia». Finalmente, el "kadi" los condenó a morir
decapitados.
Una contestación similar, consignada por San Eulogio, encuentran en
San Rodrigo las amenazas del cadí: «No intentes luchar con nuestra alma, y
superar nuestro espíritu, firme en la confesión; a más furor en el tormento,
más feliz gloria nos deparas».
Y el 13 de marzo del año 857, los santos Rodrigo y Salomón aprestan sus
cuellos a la cimitarra con tanta firmeza como alegría.
San Eulogio, que vio los cadáveres de Rodrigo y Salomón expuestos
en la orilla del río, notó que los guardias arrojaban a la corriente los
guijarros teñidos con la sangre de los mártires para que la gente no los
recogiera y los conservara como reliquias.
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