EL 16 de mayo de 1918, el Papa Pío XI confirmó el culto que se rinde desde
tiempo inmemorial a los primeros abades de la Abadía de Cava. Pedro II fue el
noveno de éstos; su gobierno duró de 1195 a 1208. El sur de Italia se
encontraba entonces en plena agitación política; los herederos de los reyes
normandos habían sido arrojados por el emperador germánico Enrique VI, pero
los monjes de Cava rehusaron obtener los favores del nuevo amo y no olvidaron
los beneficios de la dinastía derrocada. El 24 de septiembre de 1195, el
emperador confirmó a la abadía sus bienes y sus privilegios.
No contento con conservar lo que sus predecesores
habían establecido, el abad Pedro II recibió nuevas donaciones. Compró en
1201, a la orilla del Golfo de Salerno, el hospicio de Vietri, que, por su
situación privilegiada, pronto se convirtió en una de las dependencias más útiles
a la orden: el procurador, a cuyo cargo se encontraban los asuntos temporales más
importantes, fijó ahí su residencia, y los abades tomaron la costumbre de
enviar a este lugar tan agradable a los monjes enfermos o cansados.
Los últimos años de abaciato de Pedro II se
vieron ensombrecidos por los conflictos con el arzobispo de Salerno, el obispo
de Capaccio y los señores locales, que se aprovecharon de la minoría de edad
de Federico II para acrecentar sus posesiones a expensas de las de la Cava.
Para evitar en estos tiempos difíciles las luchas a propósito de su sucesor,
hizo aclamar como abad al monje Balsamo, quien se mostró digno de su elección.
Pedro murió tres días después, el 13 de marzo de 1208. Fue enterrado con sus
predecesores.
Paul Guillaume, Essai hist. sur fabbaye
de Cava, Cava, 1877, pp. 137-142. Acta apost. Sedis, 5. xx, 1928, pp.
304-306.
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