Santa Eusebia era la hija mayor de San
Adalbaldo de Ostrevant y Santa Rita. Después del asesinato de su esposo, Rita
se retiró al convento de Marchinnes con sus dos hijos menores y envió a
Eusebia a la abadía de Hamage donde su bisabuela Santa Gertrudis era la
abadesa. Eusebia tenía solamente doce años de edad cuando Santa Gertrudis murió,
pero fue elegida sucesora de ésta, de acuerdo con los deseos de la finada y
también porque era costumbre de aquel tiempo que, de ser posible, la superiora
de una comunidad fuera de noble cuna para contar con el apoyo de una familia
poderosa en tiempos difíciles.
Santa Rita, que era ya abadesa de Marchinnes, consideró que
Eusebia era demasiado joven para tener a su cargo la comunidad y le ordenó
venir a Marchinnes con todas sus religiosas. La joven abadesa, no dada a
quejarse, se fue a Marchinnes con toda la comunidad, llevando el cuerpo de Santa
Gertrudis.
Las dos comunidades se fundieron en una, con lo que todo quedó
felizmente arreglado, excepto para Eusebia. El recuerdo de Hamage la perseguía.
Así, una noche, ella y algunas de las religiosas salieron a
escondidas hacia la abandonada abadía, donde rezaron el oficio y se lamentaron
de no haber cumplido los mandatos de Santa Gertrudis. Aunque este acto no quedó
sin castigo, viendo que su hija anhelaba estar en Hamage, Santa Rita consultó
el caso con el obispo, así como con otros hombres piadosos, quienes le
aconsejaron condescendiera con los deseos de Eusebia.
No tuvo que arrepentirse Rita de su acción, pues la joven abadesa
probó
ser capaz y juiciosa para restablecer en la comunidad la disciplina de los días
de Santa Gertrudis, a quien se esforzó en imitar en todo.
Ninguna incidencia especial parece haber marcado
la vida posterior de Eusebia. Contaba solamente cuarenta años de edad, cuando
tuvo el presentimiento de su inminente fin. Reunió a las religiosas y les dio
sus últimas recomendaciones y bendiciones. Al terminar de hablar, un resplandor
iluminó su celda y casi inmediatamente después su alma voló al cielo.
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