En el tiempo en que Diocleciano hacía revivir la persecución
en Nicomedia, los cristianos eran arrojados a las cárceles, sometidos a
interrogatorios y entregados a diversos géneros de suplicio. Si persistían en
confesar a Jesucristo, eran llevados a la muerte.
Entre los perseguidores se distinguían dos soldados bravucones,
llamados Trófimo y Eucarpo. Eran enemigos jurados del nombre cristiano y
arrojaban sin piedad a la prisión a cuantos se declaraban discípulos de
Jesucristo. Como tenían poder sin límites, atormentaban a unos y soltaban a
otros a su antojo.
Un día que iban a la caza de nuevas víctimas, vieron que una luz
descendía del cielo y los rodeaba. Al mismo tiempo escucharon una voz que decía:
"¿A qué tanta prisa en amenazar a mis servidores? No os equivoquéis,
nadie puede vencer a los que creen en mí. Os anuncio que el perseguidor que se
ponga de su parte, ganará el reino de los cielos." A estas palabras, los
audaces enemigos de los cristianos cayeron casi sin sentido y no podían
hacer otra cosa que repetir estas palabras: "Es verdaderamente grande el
Dios que se nos ha aparecido y estamos dispuestos a convertirnos en sus
servidores".Se hizo oir otra voz entonces:"Levantáos, dijo, vuestros
pecados os son perdonados". Se levantaron y, en medio de la nube se les
mostró un personaje vestido de blanco y rodeado por un cortejo numeroso.
Entonces gritaron llenos de estupor: ¡Recíbenos, aunque hayamos pecado tanto!
¡Nos hemos portado como insensatos, ya que os combatíamos a vos y a vuestros
servidores!" La nube por el aire. En seguida, los dos soldados convertidos
soltaron a todos los cristianos que tenían prisioneros, los abrazaron como a
hermanos y los invitaron a volver a sus casas. Cuando el prefecto supo estas
noticias, montó en cólera, hizo comparecer ante su tribunal a Trófimo y
Eucarpo, quienes relataron su visión. Entonces ordenó que los extendieran en
el potro y que destrozaran sus cuerpos con garfios de hierro. En medio de sus
tormentos los dos soldados rezaban. El prefecto ordenó que se preparara un gran
fuego para quemarlos. Así consiguieron estos dos soldados la palma del
martirio. Baronio fue quien inscribió sus nombres
(poniendo Eucarpio en lugar de Eucarpo) en el Martirologio Romano, el día 18 de
marzo, apoyado en la autoridad de Beda y en la de muchos martirologios
manuscritos. Seria interesante conocer qué son esos Annales rerum
ecclesiasticarum de que nos habla.
Acta
Sanctorum, 18 de marzo; en ellas se reproducen los menologios que acabamos
de resumir. Consultar también a los bolandistas, Sinaxario de
Constantinopla, col. 545.
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