El padre de San Wulfrano fue un oficial del
rey Dagoberto y el mismo santo, aunque llamado desde muy joven al sacerdocio,
vivió en la corte. Cuando murió Lamberto, quien ocupaba la sede arzobispal de
Sens, Wulfrano fue elegido para sucederle y desempeñó sus deberes episcopales
devotamente por dos años y medio. Después hizo una abdicación solemne, movido
por el deseo de trabajar entre los paganos frisios y tal vez atormentado por
dudas referentes a la legalidad de su designación, puesto que San Amado (Amé),
el arzobispo legítimo, vivía todavía. Este había sido injustamente
desterrado por Thierry III, y aún estaba con vida a pesar de que de Méry y
Lamberto, los que habían sido nombrados para sustituirlo habían muerto ya.
Como preparación para sus trabajos misionales, Wulfrano se retiró a la abadía
de Fontenelle y ahí obtuvo monjes que lo ayudaron en su misión.
Viajaron por mar y, después de desembarcar en Frieslandia,
tuvieron éxito al convertir a gran número de gentes, incluyendo a uno de los
hijos del rey Radbod, y lucharon para arrancar a los nativos de la práctica de
los sacrificios humanos. En respuesta a las protestas de San Wulfrano, el rey
Dadbod declaró que era la costumbre del país y que no podía, ni quería
intervenir. Las prácticas habían llegado hasta el extremo de echar suertes
sobre la víctima, que generalmente era un niño de noble cuna. Un pequeño
llamado Ovon fue escogido en esta forma y San Wulfrano suplicó que fuera
perdonado. El rey respondió que Wulfrano estaba en libertad de rescatar al niño,
mediante el poder de su Dios, si acaso lo tenía. El santo se puso en oración
y, después de que el niño había sido colgado durante dos horas, la cuerda se
rompió y el chico cayó al suelo. Estaba todavía vivo y fue entregado a
Wulfrano, quien lo envió a Fontenelle, donde se hizo monje y sacerdote y,
posteriormente, escribió los detalles de la misión del santo en la tierra de
los frisios. San Wulfrano, también de modo admirable, rescató a dos niños que
habían sido sumergidos en el agua, como víctimas ofrecidas a la deidad marina.
De acuerdo con un relato, que, sin embargo, no ha sido encontrado en los
primeros manuscritos de su vida, el rey Radbod se impresionó tanto con los
milagros del santo, que consintió en bautizarse. Pero en el último momento
preguntó, inesperadamente, dónde estaban sus antepasados y San Wulfrano le
informó que el infierno era el lugar de todos los idólatras. Al oír estas
palabras, Radbod se retractó, declarando que escogía el infierno con sus
antepasados en vez del cielo sin ellos. Después de trabajar por varios años
entre los frisios, San Wulfrano volvió a Fontenelle, donde murió. Sus
reliquias fueron trasladadas primero a Blandigny y después a Abbeville, donde
son veneradas aún.
La vida de San Wulfrano, escrita en latín
(impresa por Mabillón, vol. III, pt. I, y publicada en edición crítica por W.
Levison, en MGH., Scriptores Merov., vol. v), pretende estar escrita por
Jonás, monje de Fontenelle y contemporáneo del santo. A pesar de la defensa
intentada por el padre Legris (Analecta Bollandiana vol. XVII, pp.
265-306), parece cierto que debe haber sido recopilada aproximadamente un siglo
después (véase Analecta Bollandiana, vol. XIX, p. 234; vol. XXIX, p.
450) y que, por lo tanto, no es históricamente digna de fe. Existe una breve
historia de San Wulfrano, en inglés, escrita por W. Glaister y otra en francés,
por Sauvage y La Vieille (1876). Cf. Duchesne, Fastes Episcopaux, vol.
II, p. 413.
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