En este día, Siena venera la memoria de uno de los
más notables de sus hijos, Ambrosio Sansedoni. Sus padres pertenecían a dos
distinguidas familias sienesas y su padre, apodado por su valor "Buonattaco",
fue el primero en la defensa de la cristiandad contra los moros. El niño había
nacido con la cabeza anormal. mente grande y, al parecer, sin el uso de sus
brazos y sus piernas. Un día, cuando su aya lo llevó a la iglesia dominica de
Sta. María Magdalena, se le vio agitarse y, después de haber sido sacado de
los lienzos en los que estaba envuelto como un "bambino" de Della
Robbia, se dieron cuenta de que sus miembros estaban tan vigorosos, como los de
cualquier otro chico normal. Sus biógrafos dan muchos ejemplos de su exquisita
piedad y, conforme crecía, desarrollaba una gran devoción por los enfermos y
los pobres, visitando el hospital cada sábado y la cárcel cada viernes. A los
17 años, Ambrosio decidió entrar a la Orden de Predicadores. No tardaron sus
superiores en reconocer su habilidad y lo enviaron a Colonia, donde tuvo a San
Alberto Magno como maestro y a Santo Tomás de Aquino como condiscípulo. Un
alumno tan inteligente, no podía por menos que progresar bajo tal maestro y, al
poco tiempo, se encontraba asediado en su celda por estudiantes que acudían a
él para consultarlo. Esta fama le disgustaba y rogó a sus superiores que le
permitieran retirarse a la soledad. Habiendo obtenido el consentimiento, se
retiró de la vida pública, pero no por mucho tiempo. Gente influyente pidió a
los dominicos que lo llamaran y lo pusieran a predicar. Durante tres años
enseñó teología en París, donde multitud de estudiantes acudían a sus
clases. Fue enviado a predicar a Alemania, Francia e Italia y se dice que sus
sermones parecían inspirados. Los pecadores se convertían y los enemigos
zanjaban sus diferencias amistosamente. Algunos de sus oyentes declaran que,
mientras él estaba de pie en el púlpito, habían visto descender al Espíritu
Santo sobre su cabeza, en forma de paloma.
Como muchos otros santos italianos, hombres y mujeres, el elocuente
fraile no limitaba sus energías a exhortaciones espirituales, sino que fue
llamado a tomar parte en importantes asuntos públicos. Con persuasivas
palabras, trató de reconciliar a los príncipes electores quienes, en sus
sectores privados, se encontraban en vísperas de provocar una guerra civil.
Detuvo una nueva herejía en Bohemia que estaba causando singular desorden y,
cuando el Papa, Beato Gregorio X le encargó predicar la cruzada, obtuvo
generosa respuesta a sus llamados. Dos veces reconcilió con la Santa Sede al
pueblo de Siena, quien, habiéndose puesto de parte de Manfredo, el hijo
bastardo de Federico II, había sido declarado en entredicho. Varios escritores
afirman que, cuando Ambrosio entró al consistorio para interceder por sus
conciudadanos, su cara se iluminó con luz sobrenatural y el Papa
exclamó: ¡Padre Ambrosio, no necesitas explicar tu misión; te concedo
lo que deseas!"
A pesar de todas las importantes misiones que se le habían
confiado y el éxito que coronaba sus esfuerzos, Ambrosio permaneció siempre
singularmente humilde. El Papa deseaba hacerlo obispo, pero nunca pudo
convencérsele de que aceptara, aunque desempeñó el cargo de maestro del sacro
palacio. Después de la muerte de Gregorio, buscó el retiro en una de las casas
de su orden. Ahí con frecuencia barría la iglesia, los dormitorios, los
claustros y nunca dio más de cuatro horas al sueño. Después de maitines,
oraba durante dos horas en el coro y estudiaba el resto de la noche, hasta
prima. Durante los cuarenta y cinco años de su vida religiosa, no comió carne
una sola vez -sin que hubiera una orden al respecto- y los viernes no tomaba
más que pan y agua. No dejó de predicar, pese a su avanzada edad y sus
sermones no perdieron nada de su fuego y de su elocuencia. A principios de la
cuaresma de 1286, predicando un día contra la usura, habló con tal vehemencia,
que se le reventó una vena. Al día siguiente, contenida ya la hemorragia,
intentó continuar su sermón, pero el mal volvió a presentarse. Evidentemente,
sus días estaban contados. Murió a la edad de sesenta y seis años. El culto
que se le había tributado en Siena desde su muerte, fue confirmado en
1622
Un amplio material para la biografía del
Beato Ambrosio, se encontrará en Acta " Sanctorum, marzo,
vol. IlI, donde se incluye una colección muy interesante de testimonios
contemporáneos sobre los numerosos milagros obrados en su tumba. Apartándose
de la práctica habitual, el Papa Clemente VIII parece haber ordenado que su
nombre se incluyera en el Martirologio Romano antes de cualquier formal
canonización o "confirmatio cultus" pero Baronio, en su nota sobre
este elogio, proporciona gran número de referencias de escritores que
prestan testimonio de la santidad de San Ambrosio, y de los milagros que obró.
Para una bibliografía más completa, véase Taurisano en Catalogus
Hagiographicus'" O.P., p. 22.
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