Juan Buralli, séptimo superior
general de los franciscanos, nació en Parma en 1209 y ya se encontraba
enseñando lógica cuando, a la edad de veinticinco años, entró a la
orden franciscana. Fue enviado a París para proseguir sus estudios y,
después de haber sido ordenado, se le envió a enseñar y predicar en
Bolonia, Nápoles y Roma. Su elocuencia arrastraba multitudes a sus
sermones y grandes personajes se congregaban para escucharle. Se ha
afirmado que en 1245, cuando el Papa Inocencio IV convocó el primer
Concilio general de Lyon, Juan fue designado para representar a
Crescencio, el superior general, quien debido a sus enfermedades estaba
incapacitado para ir, pero esto es inexacto: el fraile que fue al
concilio se llamaba Buenaventura de Isco. Juan, por su parte, aquel
mismo año viajó a París para enseñar "Sentencias" en la
Universidad y en 1247, fue elegido superior general de la orden. La
tarea que tenía ante sí era excesivamente difícil, pues muchos abusos
y un espíritu de rivalidad se habían introducido, debido a la relajada
observancia del hermano Elías. Afortunadamente, poseemos una
descripción de primera mano de las actividades del Beato Juan, escrita
por su conciudadano, el hermano Salimbene, quien estuvo ligado
íntimamente a él durante largo tiempo. Sabemos que era fuerte y
robusto, de manera que podía soportar grandes fatigas, de apariencia
dulce y atrayente, de modales educados y lleno de caridad. Fue el primer
superior general que visitó toda la orden, y siempre viajó a pie.
Fuera de los conventos no permitió que nadie conociera su identidad y
era tan humilde y modesto que, al llegar a una casa, con frecuencia
ayudaba a los hermanos a lavar verduras en la cocina. Amante del
silencio y recogimiento, nunca se le oyó una palabra ociosa y cuando
estaba moribundo, admitió que él tendría que dar mayor cuenta de su
silencio que de sus palabras.
Comenzó su visita general por las casas de Inglaterra y
cuando el rey Enrique III supo que se encontraba en palacio a
presentarle sus respetos, se levantó de la mesa y salió a la puerta
para abrazar al humilde fraile. En Francia, Juan fue visitado por San
Luis IX, quien la víspera de su partida a la Cruzada, se detuvo en Sens
a pedirle sus oraciones y bendiciones para la empresa. El rey que llegó
en ropas de peregrino y báculo en mano, impresionó al hermano
Salimbene por su apariencia delicada y frágil. Comió con los hermanos
en el refectorio, pero no pudo persuadir a Juan de Parma para que se
sentara a su lado.
Burgundia y Provenza recibieron la siguiente visita del
beato. En Arlés, un monje de Parma, Juan de Ollis, vino a pedirle un
favor. ¿Se dignaría el superior enviarle a él y a Salimbene a
predicar? Juan, sin embargo no iba a mostrar favoritismo con sus
compatriotas. "En verdad, aunque fuereis mis hermanos
carnales", respondió, "no obtedríais de mí esta misión,
sin un examen previo". Juan de Ollis no se desanimó fácilmente.
"Si debemos ser examinados, ¿llamaréis al hermano Hugo para que
nos examine"? Hugo de Digne, el anterior provincial se encontraba
entonces en la casa. "¡No!", dijo el superior rápidamente.
"El hermano Hugo es vuestro amigo y podría ser indulgente con
vosotros; llamad mejor al catedrático e instructor de la casa". El
hermano Salimbene no puede resistirse a informarnos que él pasó el
examen, pero que Juan de Ollis fue enviado a estudiar un poco
más."
Poco después del regreso de Juan de Parma de una misión
como legado papal ante el emperador oriental, los problemas estallaron
en París, adonde él había enviado a Buenaventura como uno de los
mejores estudiantes de los frailes menores. Guillermo de Saint Amour, un
doctor seglar de la universidad, había levantado una tormenta contra
las órdenes mendicantes, atacándolas en un provocativo libelo. El
Beato Juan fue a París y, se dice que habló a los profesores
universitarios en términos tan persuasivos y humildes, que todos
quedaron convencidos y que el doctor que debía responder, solamente
pudo decir: "¡Bendito seas y benditas sean tus palabras!".
Calmada la tormenta, el superior general se entregó a la restauración
de la disciplina. Aun antes de su partida para el oriente, ya había
tenido un capítulo General en Metz, donde se habían tomado medidas
para asegurar la exacta observancia de las reglas y constituciones y
para insistir en que se apegaran estrictamente al breviario y al misal
romano. Obtuvo varias bulas papales que lo apoyaban; el Papa Inocencio
IV entregó a la orden el convento de Ara Coeli en Roma, que se
convirtió en la residencia del superior general.
A pesar de todos sus esfuerzos, el Beato Juan encontró
amarga oposición, en parte causada por sus tendencias joaquimistas.
Llegó a convencerse de que no era capaz de llevar hasta el final las
reformas que creía eran esenciales. No está claro si actuó
espontáneamente o por obediencia a la presión ejercida sobre él por
la curia papal, pero él renunció a su cargo en Roma, en 1257, y cuando
se le pidió que nombrara un sucesor, escogió a San Buenaventura. Fue
una elección feliz y se habla a veces de San Buenaventura, como del
segundo fundador; pero el camino le había sido preparado por el firme
gobierno de su predecesor. Juan se retiró entonces a la ermita de
Greccio, lugar donde San Francisco había preparado el primer
Nacimiento. Estuvo los últimos treinta años de su vida en el retiro,
del que solamente salió dos o tres veces, llamado por el Papa. Cuando
Juan, ya un anciano de ochenta años, supo que los griegos habían
caído nuevamente en el cisma, suplicó que se le permitiera ir otra vez
a discutir con ellos. Obtuvo la anuencia del Papa y partió, pero al
entrar en Camerino se dio cuenta de que iba a morir y dijo a sus
compañeros: "Este es el lugar de mi descanso". Fue a recibir
su recompensa en el cielo el 19 de marzo de 1289 y, muy pronto empezaron
a obrarse muchos milagros en su tumba. Su culto fue aprobado en 1777.
Juan de Panna
desempeñó un papel tan considerable en el desarrollo de los problemas
que culminaron en la revuelta de los "fraticelli", que su
nombre figura más o menos prominentemente en una multitud de libros que
tratan del movimiento franciscano. La descripción que hace de él
Salimbene, aunque la transmitió distorsionada el Dr Coulton en su From
St. Francis to Dante, es inolvidable. El texto de Salimbene se
publicó en MGH., Scriptores, vol. XXXII. No poseemos una
biografía antigua, pero sí dos o tres modernas en italiano, son
notables la de B. Affó (1777) y la de Luigi da Parma (1909). Véase
también Léon, Auréole Séraphique (Trad. ingl.), vol. I, pp.
493.512, y Edouard d'Alencon en DTC., vol. VIII, cc. 794-796. Aunque la
joaquimita lntroductorius evangelii aeterni, alguna vez se
atribuyó a Juan de Parma, ciertamente no fue escrita por él, sino por
Gerad de Giorgio-San-Donnino; y aun la paternidad del Sacrum
commercium beati Francisci cum domina paupertate comúnmente atribuida
a él, es incierta; véase la edición crítica de esta última, hecha
por Edouard d'Alengon en 1900.
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