GREGORIO XVI



   Bartolomé Alberto Cappellari, Vicario de la Orden de los camaldulenses, fundada por San Romualdo en el Siglo XI, fue elegido Papa mientras Italia bullía bajo la amenaza de la revolución y Europa bajo la de una nueva guerra. Las potencias absolutistas (Prusia, Austria y Rusia) formaban un bloque, mientras Francia trataba de entenderse con Inglaterra. Dos corrientes chocaban entre sí: el liberalismo, en cuyo campo militaba el mismo rey de Francia, y el absolutismo, en cuyo campo habría de entrar, desgraciadamente, el nuevo Papa.

   En Italia las dos tendencias se enfrentaban  con más furia que en otros países, ya que el fin de los liberales (carbonarios, masones, bonapartistas, etc) era el de aniquilar el poder temporal del Papa, mientras el Vaticano defendía, como mejor podía sus territorios, rodeados ya por las llamas de la rebeldía. Luis Napoleón Bonaparte, nieto de Napoleón, hijo del rey de Holanda durante la época napoleónica, se encontraba en Italia, junto con su hermano Carlos Luis, y tomaba parte en las batallas, al lado de los carbonari, pidiendo al Papa que renunciase al poder temporal. En 1830 la revolución estalló en Módena, en 1831 en Bolonia. Llamados por Gregorio XVI
, los austríacos entraron en Bolonia y pusieron fin a la rebelión. Fue convocada una conferencia en Roma, en la que participaron delegados de Francia, Austria, Prusia, Inglaterra y Rusia, con el fin de establecer los principios de una reforma administrativa, económica y política de los estados pontificios.

   Algunas reformas fueron realizadas, sobre todo en el orden judicial y administrativo; pero las poblaciones de Bolonia y de otras comarcas del Norte, poco contentas, se sublevaron otra vez, entablando la lucha contra los nuevos regimientos suizos, que el Papa había contratado recientemente. Los austríacos penetraron otra vez en Bolonia, mientras barcos de guerra franceses ocupaban el puerto de Ancona. El orden reinaba de nuevo, apoyado en los fusiles austríacos, franceses y suizos. Una verdadera reforma inspirada en los anhelos del pueblo y en los principios de la época imponía esta vez, pero el Papa influido por Metternich, sentía repugancia por todo lo que podía recordar lo que se llamaba un régimen constitucional.

   En 1836, la política papal tomó un nuevo rumbo, al entregar Gregorio la Secretaría de Estado al Cardenal Lambruschini, espíritu poco favorable a las reformas e inclinado a apoyarse en el absolutismo vienés. El papado amenzaba en transformarse en el apoyo de los absolutismos, en contra de la voluntad de los pueblos, y hacia esta actitud pareció inclinarse en 1832 cuando, inspirado por Lambruschini, el Papa dirigió una carta Encíclica al clero polaco, en la que recordaba a los insurrectos la doctrina católica sobre la obediencia a los poderes constituidos y denunciaba a los rebeldes que se habían lanzado contra el poder de los príncipes. La carta produjo un efecto penoso tanto en Polonia como en todo el mundo civilizado. Los insurrectos polacos se habían levantado contra la opresión rusa, y los príncipes a los que el Pontífice defendía eran los verdugos que ahogaban en sangre las aspiraciones de un pueblo heroico, cuya única culpa era la de luchar por su libertad.

   Gregorio XVI se dio cuenta de su error y en 1842 se pronunció a favor de la valerosa nación polaca, en una carta que impresinó profundamente a los europeos. Tres años más tarde, aprovechando la visita del zar Nicolás I en Roma, dijo al joven tirano su opinión acerca de los acontecimientos polacos, entregándole un informe detallado acerca de los horrores cometidos por los rusos en Polonia. El zar abandonó el Vaticano conmovido y avergonzado, ya que había esperado otro recibimiento.

   La situación en Italia se volvía cada vez más grave. En 1831, apenas salido de la cárcel de Génova, el joven José Mazzini funda en Marsella, donde se había refugiado, una organización llamada "La joven Italia". En 1834 regresó a Génova, donde fundó "La joven Europa". El fin de estas organizaciones, apoyados por los carbonarios y la masonería, era el de formar una "Internacional de los reyes y de los gobiernos". Los gobiernos absolutistas de entonces, establecidos en Estambul, San Petersburgo, Viena y Berlín, ocupaban territorios que no eran suyos. Pueblos enteros, como los rumanos, los servios y los croatas, los búlgaros, los polacos, los checos, los eslovacos y los italianos, sufrían bajo la opresión extranjera. Todos estos pueblos, según Mazzini, tenían que volver a tener conciencia de su dignidad y de su derecho a la libertad, para formar una alianza secreta destinada a derribar a los tiranos. La rebelión para ser eficaz, tenía que ser internacional. En Italia, el enemigo del pueblo, según Mazzini, la Iglesia, a la que pensaba destruir para siempre en nombre de lo que él llamaba la "revelación continuada". Dios era el pueblo.

   Pero las insurrecciones provocadas por la instigación directa de Mazzini fracasaron y los rebeldes fueron fusilados por los príncipes, apoyados por los austríacos y por el Papa. Había que intentar otra táctica. Fue Vicente Gioberti, de Turín, el que propuso a los italianos un nuevo método para conseguir la unidad y la libertad. Según Gioberti, el centro alrededor del cual tendrían que concentrarse los patriotas era la Iglesia. En su libro "La primacía moral y civil de los italianos" (1843), el abad turinés exaltaba el genio italiano, creador de la civilización, y, al mismo tiempo, al Papado, cuya misión era la de formar una federación italiana destinada a regir otra vez el mundo. Los llamados "neoguelfos" se agruparon alrededor de esta idea, menos peligrosa y menos extremista que la de Mazzini. El "risorgimiento" de los italianos empezaba a delinearse según estos principios formulados por Gioberti, y a los que los jesuitas atacaron en seguida, provocando una polémica con el mismo Gioberti, que contestó a los ataques en su libro "El jesuita moderno" (1848).

   Otros, en fin, pensaban que el jefe de la nueva federación italiana tenía que ser el rey de Cerdeña, Carlos Alberto, que era el único príncipe italiano que disponía de un fuerte ejército. César Balbo, autor del plan, fue el que dio en el clavo, ya que el porvenir de Italia tomaría el aspecto que Balbo había vaticinado en su libro "Esperanza de Italia", publicado en París en 1844. Otras corrientes (el liberalismo manchesteriano de Cavour, el catolicismo liberal, inspirado por Lamennais, Lacordaire y Montalembert; el gibelinismo de Durando, que proclamaba la necesidad de una Italia dividida en tres partes: una Italia del norte, bajo los austríacos; una en el sur, bajo los Borbones, y una en el centro, dirigida por el Papa) reconocían o negaban al Papa el derecho de existir y planteaban al Vaticano una serie de problemas difíciles de resolver. Del mismo seno de la Iglesia, Rosmini se había alzado para desenmascarar "Las cinco llagas de la Iglesia" (1832), que eran: el abismo que separaba al clero del pueblo, la ignorancia de los sacerdotes, la desunión entre los obispos, la injerencia del poder civil en el nombramiento de los mismos y su opresiva tutela sobre los bienes de la Iglesia. Por su voz, como un poco más tarde por la de Manzoni, el autor de la novela más leída del siglo XIX en Italia, "Los novios" (cuya edición definitiva apareció en 1840-1842), una idea nueva se abría camino, la de que también los católicos añoraban la independencia de Italia.

   En aquellos años aparecían en Dinamarca los libros de un tal Soren Kierkegaard, pero nadie se enteró de ello en una Europa preocupada por la política.

   Mientras en Italia el catolicismo y la Iglesia eran víctimas de muchos ataques, en Inglaterra el catolicismo ganaba terreno. Newman fundaba en 1847 el "Oratorio de Birmingham", y Enrique Manning, en 1856, los "Oblatos de San Carlos". Los dos fueron hechos Cardenales por León XIII. Alemania, en cambio, daba señales de un nacionalismo totalitario que soñaba con la creación de una religión alemana, de una filosofía alemana, de una economía alemana. La superioridad de los alemanes aparecía evidente a filósofos y políticos. Varios conflictos con la Iglesia pusieron pronto de relieve el carácter imperialista del régimen de Berlín, suyo sueño era el de convertir a toda Alemania a la "religión nacional", es decir, al protestantismo. La Universidad de Bonn fue transformada en centro de la propaganda oficial, dirigida hacia las regiones del Oeste, fieles a la Iglesia, cuya cabeza de puente estaba constituida por la Universidad de Colonia. El profesor Hermes, de Bonn, había lanzado la doctrina de la demostración racional de los misterios de la fe.Todas las verdades cristianas podían demostrarse por la razón. La corte de Berlín apoyó el hermesianismo, transformándolo en una especie de teología del Estado, mientras Gregorio XVI, en su Encíclica "Dum acerbissimas" (1835), condenaba la doctrina del catedrático de Bonn, contraria a la Tradición y como fuente de graves errores. El arzobispo de Colonia publicó la Encíclica en su diócesis e invitó a los profesores de Bonn a someterse. Amenazado por el gobierno central, el arzobispo siguió en su actitud y fue encarcelado en 1837 en el Castillo de Minden. Un año después, el obispo de Posen era también arrestado. El Papa protestó en seguida, entregando una nota a los representantes del cuerpo diplomático en Roma. La opinión pública reaccionó a favor de la Iglesia. En la misma Alemania, el público se manifestó a favor del arzobispo encarcelado y Goerres publicó un libro comentando el discurso del Pontífice. En 1840, con el advenimiento de Federico Guillermo IV, la paz espiritual volvió a Alemania y los obispos arrestados fueron puestos en libertad.

   Con Lamennais, Francia conocía un vigoroso renacimiento católico. Desde su periódico "L'Avenir", fundado en 1830, Lamennais proclamaba la necesidad de la liberación de los pueblos, su unión dentro de una federación de los católicos y de los liberales, la separación de la Iglesia y del Estado, la creación de una asociación de los sacerdotes y de los pobres. La libertad para él era sinónimo de armonía. Era una especie de Mazzini católico. Las violencias de lenguaje y la heterodoxia de algunos de los artículos hicieron que L'Avenir fuese suprimido por su mismo propietario y que sus principales redactores, Lamennais, Montalembert y Lacordaire decidiesen presentarse ante el Papa para justificar su actitud y su ideología. Mientras los escritores franceses esperaban la decisión de la comisión encargada de estudiar su caso, apareció el breve por el cual el Papa recomendaba a los polacos la sumisión y la obediencia. Lamennais, irritado al máximo, abandonó Roma y se reunió en Munich con sus amigos. El 15 de agosto de 1832, con la Encíclica "Mirari vos", el Papa condenaba el liberalismo, sin hacer ninguna alusión ni a Lamennais ni a su periódico. Lamennais declaró que, a pesar de la Encíclica, no abandonaba ninguna de sus opiniones. En 1834 publicó su libro "Palabras de un creyente", que, poco después, fue condenado por la Encíclica "Singulari vos". Se produjo la ruptura definitiva. Lamennais abandonó la disciplina católica y se alió con los socialistas. Falleció en 1854, sin haberse reconciliado con la Iglesia. Sin embargo, sus amigos no le siguieron en su actitud rebelde. Luis Veuillot fundó, en 1834, "L'Univers", periódico que continuó la línea de Lamennais en un sentido moderado, y todos estuvieron de acuerdo en que Lamennais, a pesar de su error final, había sido uno de los espíritus que más había contribuido a la renovación de la vida católica en Francia.

   Uno de los méritos más merecedores de Gregorio XVI fue apoyar la obra de las misiones en Asia y África y luchar contra la esclavitud, que todavía encadenaba a millones de seres humanos. Los museos etruscos y egipcios fueron creados bajo su pontificado en el marco grandioso de los museos vaticanos. El mayor error de su pontificado fue, como dijo un escritor católico, haber aniquilado a los revolucionarios, olvidándose de las reformas, tan necesarias en los estados pontificios, sometidos, en pleno siglo XIX, a un régimen político y administrativo, en poder exclusivo de los eclesiásticos. Este anacronismo, que no tenía en cuenta las reivindicaciones de los laicos, conduciría lógicamente a los acontecimientos que harán de Roma la capital de un estado laico.
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