Celerino era originario de Roma y pertenecía
a una familia de mártires (ver Laurentino, etc., en el Martirologio
Romano de este día).
En el comienzo de la persecución de Decio y siendo aún muy
joven, fue detenido como soldado de Cristo. Le llevaron al tribunal donde
el mismo Decio debía de juzgarlo, por lo que se esperaba una sentencia
muy severa. Sin embargo, el emperador, conmovido tal vez por la juventud,
el valor y la audaz franqueza de Celerino, le concedió la libertad, después
de diecinueve días de prisión y de torturas. El joven llevaba sobre su
cuerpo las señales imborrables de sus tormentos.
En la primavera del año 250, Celerino marchó a Cartago para
llevar a Cipriano nuevas de los confesores de la Iglesia en Roma. A su
regreso, tuvo la pena de constatar la defección de su hermana Numeria.
Para mitigar su dolor, lo compartió con uno de sus amigos, Lucianno, que
estaba prisionero en Cartago, escribiéndole una extensa carta con la
funesta noticia. Esto aconteció poco después de Pascua. Hacia la mitad
del otoño, cuando recibió la respuesta de su amigo, Celerino regresó a
Cartago, donde Cipriano le ordenó lector de su iglesia, con otro confesor
de la fe llamado Aurelio. En una de sus cartas, Cipriano hace el más
sentido elogio de Celerino: se ve en ella la intención del obispo de
elevar al sacerdocio a un atleta del cristianismo: su gloriosa confesión
había probado que, a pesar de su juventud, ya estaba consumado en la
virtud.
Probablemente Celerino permaneció siempre al lado del obispo
de Cartago, sin que pueda decirse si fue elevado al diaconado. Sin
embargo, casi todos los martirologios lo consideran como diácono.
Después de la muerte de Cipriano, Celerino se mostró
siempre tan finne y piadoso, como había sido desde el comienzo de su
vida.
El día 3 de febrero, la Iglesia honra su memoria como la de
un santo confesor de Jesucristo.
Algunos han confundido a nuestro santo con otro Celerino, uno
de los clérigos romanos, enredado en el cisma Novaciano. Pero esta
defección no habría pasado inadvertida al obispo Cipriano y seguramente
habria provocado las reconvenciones del prelado, en vez de los elogios que
se le tributaron.
Se puede considerar a Celerino como mártir, en razón de los
tormentos que soportó en la prisión.
Acta Sanctoram,
3 de febrero. Cartas de San Cipriano, especialmente la XXXIX (P. L.
vol. IV, col. 331). P. Allard, Hist, des perséc., vol. 11 p. 286.
Quentin; Les Martrrol. histor. da Moren Age, pp. 288 y 378.
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