15 de febrero
SAN SIGFRIDO, *
Obispo de Växjö
(1045 d. C.)
La vida de San Sigfrido es relativamente oscura, ya que sus biógrafos se contradicen. Una narración afirma que después de la conversión del rey Olaf Tryggvasson de Noruega (quien fue confirmado por San Alfegio, obispo de Winchester y mártir), el monarca rogó al rey inglés, Etelredo, que le enviase misioneros. Sigfrido, que era un sacerdote de York o de Glastonbury, fue elegido para ir a Noruega, junto con otros dos obispos, Juan y Grimkel. Los misioneros no se limitaron al país, sino que pasaron también a Suecia, que había recaído en la idolatría después de haber sido evangelizada por San Anscario. Ahí trabajaron bajo la protección del arzobispo de Bremen, y Sigfrido se estableció en Växjö, donde tuvo ocasión de convertir al rey de Suecia, que se llamaba también Olaf, y le bautizó en una fuente de Husaby, conocida como la fuente de San Sigfrido, en la cual se obraron muchos milagros. San Sigfrido llevó adelante su trabajo misional durante muchos años, con gran éxito, y fue sepultado en la iglesia de Växjö. La tradición añade muchos detalles sobre las dificultades que el santo debió superar. Se cuenta que al llegar a Växjö, plantó una cruz y construyó una iglesia de madera, en la cual predicaba y celebraba los divinos misterios. Convirtió a los doce principales personajes del lugar y uno de ellos, que murió poco después, recibió cristiana sepultara. La verdad de la fe se impuso con tal fuerza que, al poco tiempo, toda la región de Värend era ya cristiana. La fuente en que San Sigfrido bautizaba a los catecúmenos se llamó, durante mucho tiempo, con los nombres de los doce primeros convertidos, que estaban grabados en ella. Se dice que San Sigfrido consagró a dos obispos para la Gothlandia oriental y la occidental. Sus tres principales colaboradores eran sus tres sobrinos: el sacerdote Unamán, el diácono Sunamán y el subdiácono Vinamán. Al cabo de varios años, San Sigfrido confió el cuidado de su diócesis a sus tres sobrinos y se consagró a predicar el Evangelio en las provincias distantes. Durante su ausencia, un cuerpo de tropa, por odio al cristianismo y por codicia, saqueó la iglesia de Växjö y asesinó a Unamán y sus hermanos. Los asesinos enterraron los cuerpos de los mártires en el bosque y arrojaron las cabezas en un foso de donde fueron recuperadas más tarde, y colocadas en un santuario. Se cuenta que las cabezas hablaron en dicha ocasión. El rey resolvió ejecutar a los asesinos, pero San Sigfrido le rogó que les perdonara. Sin embargo, Olaf les condenó a pagar una importante multa y la entregó al santo; pero éste, a pesar de su extrema pobreza y las dificultades por las que pasaba para reconstruir su iglesia, no quiso aceptar ni un céntimo. San Sigfrido poseía en grado heroico el espíritu apostólico; predicó el Evangelio también en Dinamarca. Se dice que fue canonizado por el Papa Adrián IV, el Pontífice inglés que había trabajado celosamente por la propagación de la fe en las regiones del norte de Europa, cien años después de San Sigfrido. Los suecos honran al santo como a su apóstol.Sería imposible discutir aquí la intricada y oscura historia de la conversión de Suecia. Bastará con hacer referencia a dos magníficos artículos: el de Edmund Bishop, en Dublin Review, enero de 1885, sobre todo pp. 182-189, y el L. Bril, Les premiers temps du Christianisme en Suede, en Revue d´historie eclésiastique, octubre de 1911. Ambos autores afirman que no se puede admitir sin examen todo lo que dice Adam de Bremen (a quien se cita con frecuencia como primera autoridad en este punto), porque trata de hacer recaer sobre la diócesis de Bremen parte de la gloria de la conversión de la Península Escandinava, dejando en la penumbra la obra de los misioneros ingleses. Por otra parte, ambos autores atribuyen cierta importancia a los datos que se encuentran en las biografías de San Sigfrido, aunque es absolutamente cierto que la más antigua de ellas no es anterior al siglo XIII y que todas están influenciadas por la leyenda. Dichas biografías se encuentran en Scriptores Rerum Suecicarum, vol. II, pte. I, pp. 345-370. La mejor biografía moderna parece ser la del sueco T. Schmid, Den hl. Sigfid (1931). Cf. Trois légendes de St. Sigfrid, en Analecta Bollandiana, vol. LX (1942), pp. 82-90. Acerca de la obra de C. J. A. Oppermann, English Missionaries in Sweden (1937), ver Analecta Bollandiana, LVII (1939), pp. 162-164. Parece que hay razones para dudar de que San Sigfrido haya sido inglés. |
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