17 de febrero
SAN JULIÁN DE CAPADOCIA,
Mártir
(308 d. C.)
Por los años 308, cuando el
emperador Galerio Máximo se empeñaba en continuar su persecución
contra los cristianos, siguiendo sus impías intenciones Firmiliano, gobernador
de Cesarea de Palestina, se deleitaba teniéndolos en duras prisiones, para
prolongar su martirio. Llegaron cinco cristianos de Egipto, a fin de visitar a
los ilustres confesores de N. S. Jesucristo, que se hallaban en `prisión.'
Ellos eran Ekias, Jeremías, Isaís, Samuel y Daniel, venían de cumplir con la
misma labor con los condenados de las minas de Cilicia. Al entrar a la ciudad
fueron detenidos por los guardias, quienes viéndolos extranjeros, les
preguntaron, que quienes eran y por qué
venían. Estos ingenuamente respondieron, que
venían a visitar a sus hermanos, los cuales estaban en prisión.
De inmediato, dicha respuesta fue dada a conocer al Gobernador, quien ordenó
colocarlos en la cárcel, mientras pensaba en otros procedimientos.
Mandó luego a que se presentasen al tribunal el día
l6 de febrero, junto con Anfilo, sacerd San Julián, que era de la provincia de Capadocia fue uno de los que formaron aquella comitiva. No se sabe nada de sus padres, ni de su lugar de nacimiento, ni de sus progresos; solo sabemos lo que nos cuenta Eusebio, que era un varón santísimo, sumamente ingenuo, fiel, admirable en todas sus acciones y lleno del Espíritu Santo. Era recién venido a Cesarea, y cuando se enteró de la sentencia e inspirado por el mismo Espíritu, quiso ver derramada su propia sangre en el martirio, que ansiaba cada día, para sellar de esta forma las verdades de nuestra religión. A pesar de sus intenciones solo alcanzó a ver los cuerpos de los mártires tirados por el suelo, y sin temor a los paganos, se arrojó sobre los venerables cadáveres, abrazando y besando a cada uno, celebrando así, las victorias que lograron sobre el infierno. Los soldados, a quienes estaba encargada la custodia de aquellos cuerpos, viendo en este hecho la demostración de la religión que profesaba, le amarraron inmediatamente y después de maltratarlo furiosamente, lo llevaron a Fermiliano, notificándolo del suceso. No satisfecho, este tirano, con la abundante sangre, que acababa de derramar, y hallando al nuevo prisionero constante en la confesión de su fe cristiana y tan dispuesto a sufrir los tormentos, como los mártires anteriores hizo encender una gran hoguera y ordenó que fuese arrojado a ella Julián y que ardiese hasta que quedaran solamente cenizas de él. Oyó Julián la sentencia con gran gozo, dando gracias a Dios por haberle concedido el don de padecer el martirio. Sus verdugos estaban sorprendidos, por aquella alegría que el demostraba. Finalmente su cuerpo fue tirado a las llamas y así se completó su sacrificio. ORACIÓN Concédenos, oh Dios omnipotente, que los que veneramos el nacimiento para el cielo de tu bienaventurado mártir Julián, seamos fortalecidos por su intercesión en el amor de tu santo Nombre. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén |
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