22 de febrero
    SANTA LEONOR o ELEONORA

Reina

   (1292 d. C.)

 

   Santa Leonor, o Eleonora, vivió en un ambiente muy religioso. Nació en la localidad francesa de Aix en Provence en el año del Señor, 1222. Es la segunda hija de Ramón Berenguer IV, Conde de Barcelona, Príncipe de Aragón y Marqués de Provenza y de doña Beatriz de Saboya, ambos de probada piedad. Además, es cuñada de San Luis IX, Rey de Francia, que se casó con su hermana Margarita y contemporánea de grandes Santos, como San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, San Antonio de Padua, San Luis Rey de Francia, Santa Clara, Santa Inés de Asís, San Fernando 111 el Santo, entre otros.

   Don Ramón de Berenguer IV tuvo la suerte de que 4 de sus hijas llegaran a ser reinas: Leonor, Reina de Inglaterra, (nuestra Santa). Margarita, Reina de Francia, esposa de San Luis, Rey de Francia. Sandra, Reina de los Romanos y Beatriz, Reina de Angiu.

   Desde muy pequeña, Leonor se destacó entre sus hermanos por su coraje y sus virtudes. A lo largo de su vida, un tanto ajetreada, Dios le concedió gracias extraordinarias, en medio de la difícil vida de las Cortes.

   A la edad de 14 años se casó con Enrique III de Inglaterra en la Catedral de Canterbury, el 14 de enero de 1236. De su matrimonio Dios le dio 9 hijos. Cinco de ellos: Ricardo, Juan, Catalina, Guillermo y Enrique murieron antes de los 10 años. De los otros cuatro, dos fueron Reyes. Eduardo 1 de Inglaterra, que sucedió en el trono a su padre, Enrique III. Se casó con Leonor de Castilla, hija de San Fernando III El Santo, que es primo hermano de San Luis IX Rey de Francia; Margarita, Reina de Escocia y su hijo Edmundo que ostentó varios condados, conde de Leicester, de Derby, de Chester y de Lancaster y propuesto por el Papa para rey de Sicilia.

   Leonor sufrió las vicisitudes del reinado. Destronan a su esposo como Rey y tiene que exiliarse en Francia con su hijo Eduardo, heredero del trono, junto a su hermana, la Reina Margarita. Esta convence a su esposo San Luis IX, Rey de Francia para que apoye a su sobrino Eduardo con un ejército y así reconquistar el poder y conseguirla libertad para su padre, Enrique III, que está encarcelado.

   De este modo, Santa Leonor, vuelve a Inglaterra acompañada de un legado pontificio y devuelven la corona perdida a su esposo, Enrique III. A los pocos años, en 1272, fallece Enrique III y sube al trono de Inglaterra su hijo Eduardo 1. Pasados cuatro años. en 1276, Leonor decide retirarse de la vida de las cortes y recogerse como viuda en calidad de una sencilla monja, en el monasterio de la Abadía benedictina de Amesbury. Allí pidió, como favor, que no le pusieran ningún cargo, ni tuvieran distinción alguna con ella, por su condición de Reina de Inglaterra. Quiso, en todo momento, pasar desapercibida, aceptando los oficios más humildes de la comunidad y así cumplir estrictamente, sin ninguna excepción, las sabias reglas de San Benito.

   Mujer, a la vez, enérgica y piadosa, admirada por su esposo y sus hijos y, ahora, por las religiosas del convento, que edificadasdas por la humildad, en quien había sido tan destacada en la Sociedad, viviendo ahora una vida sencilla, sin ningún privilegio. Por el contrario, se había propuesto, por encima de todo, obedecer y obedecer, después de tantos años mandando. Era especialmente devota del Santísimo Sacramento, que recibía con un fervor extraordinario. No quería visitas ni de familiares, ni de amigos, para no distraer su vida de oración y recogimiento.

   Cuenta ella, que le parecía mentira haberse visto libre de las responsabilidades y de los miles de problemas y enredos de las cortes, donde había tantas intrigas, tanta envidia, tantas ansias de poder. Ahora encerrada tras las paredes de un convento, podía gozar de la paz que se respira detrás de estos muros y pasarse horas y horas en contemplación ante el Sagrario.

   Tenía sesenta años cuando contrajo una enfermedad en la garganta. que le dejaba tragar nada, y hasta quedó privada del uso de la palabra. Llorando ante el Sagrario, le pedía al Señor que le curara, para poder, al menos. recibir el Santo Sacramento de la Eucaristía. Se cuenta que, estando un día en la enfermería del convento, cuando el sacerdote le llevaba la comunión a una compañera enferma sintió tan grandes deseos de comulgar que instantáneamente se curó de la garganta y pudo también ella comulgar y quedó curada prodigiosamente para siempre.

   Tuvo diferentes visiones del cielo y las religiosas la vieron, más de una vez, elevada hasta la altura del Cristo colgado encima del altar mayor, absorta en contemplación. Destacó por su humildad, por su encantadora sencillez, por una exquisita delicadeza en sus modales, por su finura de reina, obediencia ciega a sus superiores y una dulzura celestial en el habla, acompañada de una bonita sonrisa. Las religiosas que la escuchaban, quedaban, como envueltas en una nube celestial, cautivadas por tanta mansedumbre en un carácter enérgico y de una personalidad tan definida.

   Pasaba largas horas en oración, todas las que le permitían su tiempo libre, siempre frente al Sagrario, donde, decía ella, estaba prisionero su gran amor. Siempre pidió, que la trataran como la menos importante de todas las religiosas y que jamás tuvieran en cuenta su antigua condición de Reina de Inglaterra. Que nunca más le recordaran su pasado. Ya casi al final de su vida, animaba a sus hermanas religiosas a ser fieles a las santas reglas de San Benito que tantos Santos había producido, y que a ella, gracias al cumplimiento estricto de las mismas,  le permitía gozar  de una gran pazpaz. iQué paz se siente cuando se cumple con el deber, decía convencidal.

   Un día, en pleno éxtasis, exclamó ante las religiosas: "qué gozo tan grande siento. Estoy viendo a mi Señor con una gran guirnalda de rosas, para colocármela a mi llegada al Paraíso. Soy feliz. Ya se acerca mi Señor a recibirme" y con los ojos fijos en el crucifijo que tenía en sus manos, marchó a vivir eternamente al País de la vida. Tenía 70 años. Corría el año del Señor de 1292.

   Son precisamente estos últimos años de su vida los que acabaron moldeando a la futura Santa, dejando a toda la humanidad un ejemplo encantador de humildad y de sencillez, después de haber vivido una vida tan complicada en las cortes. Allí, en el silencio del convento, aprendió a valorar la vida espiritual que un día vivió de pequeña con sus padres y que descuidó un tanto por los deberes de estado, en unos tiempos difíciles para la Corona Inglesa.

   También influyó en ella, las tantas conversaciones tenidas con su cuñado San Luis Rey de Francia y lo que se oía de la vida de esos grandes gigantes de la santidad en la edad media, San Francisco de Asís, Santo Domingo de Guzmán, San Antonio de Padua, Santa Clara y su consuegro, San Fernando III el Santo.

   La parte más hermosa y atractiva de Santa Leonor, fueron sin duda sus años en el monasterio, viviendo como una simple monja benedictina, sin títulos, sin honores humanos. Todo esto puede llegar a ser "vanidad de vanidades".

   Algunos años después de su muerte, el obispo mandó desenterrar a la Santa para ponerla en una urna debajo del altar, y de su cuerpo desprendía un olor suavísimo, superior a todos los perfumes que se conocen en el mundo.

   El Papa Bonifacio VIII, en el año 1297 la canonizó y la colocó en el catálogo de los Santos, juntamente con su cuñado, el Gran San Luis Rey de Francia, primo hermano de San Fernando III el Santo de España.

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