Sebastián
de Aparicio nació en 1502 en Gudena, España,
de padres pobres pero piadosos. Todos los días conducía el rebaño a pastar
y aprovechaba los ratos libres para dedicarlos a la oración o a visitar
iglesias o capillas. A los quince años de edad fue contratado por una señora
rica como sirviente en Salamanca. Pero no pudo soportar el ambiente frívolo,
y a pesar de la buena paga, prefirió renunciar al trabajo. Le agradaba la
vida del campo, el contacto con la naturaleza que lo conducía al Creador.
Durante ocho años trabajó al servicio de dos colonos y con el dinero ganado
ayudó a sus padres ancianos y proporcionó la dote a sus hermanas.
A
los 31 años, tras la muerte de sus padres y casadas sus hermanas, zarpó para
América. Llegó a Puebla, en México y volvió al trabajo del campo. Para el
incremento del comercio emprendió viajes para transportar mercaderías a
Veracruz, Zacatecas y Ciudad de México. Abrió vías de comunicación por
entre bosques impenetrables, hizo construir una gran vía entre Zacatecas y
Ciudad de México. Las ganancias que obtenía de sus empresas eran patrimonio
para los pobres. Daba con generosidad a los necesitados, transportaba gratis
mercancías y personas, prestaba dinero sin exigir la devolución, se
interesaba por librar a los prisioneros, dar libertad a los esclavos. Los
indios lo respetaban y admiraban.
Absorto
en esta vida dinámica, siempre sabía encontrar tiempo para la oración, la
penitencia y los sacramentos y para la participación en la santa Misa. A
menudo el demonio lo atacó con fuertes tentaciones, pero nunca logró
vencerlo. En 1552 cedió a otros su empresa, cerca de la ciudad de México
consiguió una granja y se dedicó a la agricultura y a la ganadería. Se casó
y de común acuerdo con la mujer, hizo voto de castidad. Después de un año
enviudó y decidió pasar a segundas nupcias con una virtuosa mujer, con la
cual vivió en perfecta continencia. Poco después murió también la segunda
mujer.
El 2 de junio de 1573, a los 71 años de edad, decidió realizar un viejo sueño.
Pidió y obtuvo vestir el hábito de hermano Menor en el convento de ciudad de
México. Vivió todavía 27 años dando ejemplo de religioso humilde,
obediente, consagrado a la oración y a la penitencia. Dios glorificó su vida
ejemplar. El 25 de febrero de 1600, a los 98 años de edad, descansó
serenamente en el Señor. El pueblo lo veneró como santo y su sepulcro ha
sido glorioso.
Fue beatificado por Pío VI el 17 de mayo de 1789.