De ordinario se representa a San Leandro
teniendo en la mano un corazón envuelto en llamas, símbolo de su amor por Dios. Nombrado obispo de Sevilla, comunicó a su rebaño los ardores celestiales que consumían su alma, e ilustró a los arrianos con sus sabios escritos. Sus elocuentes predicaciones convirtieron a la fe a
Recaredo, que fue el primer rey católico de España. Murió en el año 596.
MEDITACIÓN
SOBRE EL AMOR DE DIOS
I. Debes amar a Dios con todo tu corazón, con toda tu alma, con toda tu mente; es decir, tus
pensamientos, tus palabras, tus acciones deben ser para Él; has de pensar sólo en Él, vivir sólo por Él,
desear lo sólo a Él. Si lo posees, posees todo; si lo pierdes, pierdes todo. ¿Qué has amado hasta este momento? No lo podrías pensar sin avergonzarte.
¡Oh Jesús! hazte conocer de los hombres y te amarán. Porque te conozco poco es que te amo poco. (San Agustín).
II. Ama a Dios más que a todas las cosas del mundo, pues Él excede infinitamente a todo lo que
existe en el universo. Entra un poco en ti mismo; ¿tienes más amor por Dios que el que tienes por tus
parientes, tus amigos, tus placeres, tus riquezas, tu felicidad? ¿Estás presto a perder todos esos
bienes, y la vida misma antes que perder su amistad? Si note hallas en esta disposición, no amas a Dios; y
aun que digas cien veces al día que lo amas de todo tu corazón, tus acciones desmentirían tus palabras. Ama al que es para ti todo la que existe de amable y de
deseable. (San Bernardo).
III. ¿Quieres saber si amas a Dios? Mira si
observas sus mandamientos. Jesucristo mismo nos dice: Aquél que conoce mis mandamientos y los observa, ése me ama. Quien obre de otro modo, injustamente se lisonjea de amar a Dios;
¡Jesucristo promete y da tan grandes recompensas a los que lo aman y
obedecen, y uno ni siquiera se inquieta por ello!
El amor de Dios
Orad por la paz
entre las naciones cristianas.
ORACIÓN
Oh Dios todopoderoso, haced que esta augusta
solemnidad del bienaventurado Leandro, vuestro confesor y pontífice, aumente en nosotros el espíritu de
devoción y el deseo de la salvación. Por J. C. N. S. Amén
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