El padre de Annón era un noble suabo cuya
familia había vivido tiempos mejores, por lo cual esperaba que si su hijo, que
era muy inteligente, hacía una brillante carrera secular, podría devolver a la
familia su antiguo lustre. Sin embargo, un pariente del conde Walterio, que era
canónigo en Bamberga, le persuadió de que le confiase la educación de Annón.
Así pues, el joven fue a hacer sus estudios en la escuela episcopal de Bamberga,
de la que llegó ser director. Annón, que era bien parecido, hábil, erudito y
elocuente, llamó la atención del emperador Enrique III, quien le hizo
capellán suyo en 1506. El santo tenía entonces cuarenta y seis años. Más
tarde, el emperador le nombró arzobispo de Colonia y canciller del imperio. El
nombramiento no satisfizo a todos, particularmente a los habitantes de Colonia,
pues pensaban que la familia de Annón no era bastante distinguida. Pero la
magnificencia de las ceremonias de la consagración acalló a los críticos. Ese
mismo año murió Enrique III; el gobierno del imperio pasó nominalmente a
manos de su esposa, Inés de Poitou, quien debía ocupar la regencia durante la
minoría de Enrique IV. Era ésta una mujer bondadosa, que carecía de talento
político y era incapaz de hacer frente enérgicamente a las circunstancias. Su
política le enajenó a los nobles. En Pentocostés del año 1062 Enrique fue
raptado y trasladado a Colonia. Annón fue nombrado tutor del niño y regente
del imperio, junto con Adalberto, obispo de Bremen. Cuando el joven monarca
creció, se sacudió la tutela de San Annón y dio mano libre a Adalberto. En el
cisma que provocó contra el Papa Alejandro II el antipapa Cadalo de Parma, Annón
encabezó a los obispos alemanes que apoyaban a Alejandro. A pesar de ello, se
le convocó a Roma, acusado de haber estado en contacto con Cadalo. Como si
fuese poco, dos años después, fue acusado de simonía; pero consiguió probar
su inocencia. Desgraciadamente, el santo no se vio libre del nepotismo, que era
tan común entre los obispos de su época; en efecto, concedió muchos
beneficios a sobrinos y partidarios y, en una ocasión eso acarreó la ruina al
beneficiario.
Esto ocurrió cuando Annón nombró obispo de Tréveris a su
sobrino Conrado. Tal nombramiento desagradó profundamente a los nobles y al
clero de la ciudad, ya que canónicamente tenían derecho a elegir a su obispo y
estimaban mucho ese privilegio. Annón hizo caso omiso de sus reclamaciones, por
más que no ignoraba que su poder estaba en decadencia. Así pues, envió a
Conrado con el obispo de Espira y una escolta de hombres armados a tomar
poseción de la sede. Los descontentos se aliaron con el conde Teodorico, tan
poderoso como poco escrupuloso. Aunque éste era laico, reclamaba el derecho de
concedr la investiduca al arzobispo de Tréveris, alegando que poseía tal
derecho por prescripción. Cuando Conrado y su escolta atravesaban Briedeburgo,
los hombres del conde cayeron sobre ellos. El obispo de Espira consiguió
escapar con vida, aunque no sin que le robasen cuanto llevaba. Conrado fue
conducido ignominiosa mente a un castillo, donde estuvo prisionero. Finalmente,
fue arrojado desde las murallas. Como no muriese inmediatamente, los soldados le
dieron muerte a puñaladas. Un campesino encontró su cadáver cubierto de en un
bosque. El cuerpo fue trasladado a la abadía de Tholey, donde empezó a
venerarse a Conrado como mártir.
Casi toda la vida de San Annón consiste en una serie de hechos
relacionados con la turbulenta historia política de su época y más bien
resulta poco edificante en la actualidad, dado que los prelados ya no
tienen que participar "ex oficio" en el gobierno y los negocios públicos.
Sin embargo, el santo no dejó sus obligaciones y actividades seculares le
hiciesen olvidar que el bien diócesis constituía su primer deber. Sobre todo
cuando su prestigio ante el emperador comenzó a decaer y se vio excluido de la
vida pública, San Annón se dedicó a reformar su diócesis por los mismos
medios de que se habíanvalido San Pedro Damián, el cardenal Hildebrando y con
una energía parecida a la de ellos. En efecto, transformó varios monasterios y
fundó otros; construyó y ensanchó muchas iglesias; reformó la moralidad pública,
y distribuyó limosnas con gran generosidad. Pero, si bien San Annón fortificó
la posición de su sede y ayudó liberalmente a sus súbditos, no consiguió
nunca vencer la oposición que existía contra él en Colonia, y ello le amargó
sus últimos años, Finalmente, optó por retirarse a la abadía de
Sieburgo, fundada por él y pasó ahí los últimos doce meses de su vida en
rigurosa penitencia. Murió el 4 de diciembre de 1075. En una época de
costumbres muy corrompidas, el santo se distinguió por su pureza y austeridad.
Las virtudes que practicó en su vida le merecieron el honor de los altares.
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