Al volver de la campaña contra los persas,
el César Galerio (a no ser que haya sido Maximino, cuando gobernaba
en Siria) celebró una fiesta en Samosata, junto al Eufrates, y
ordenó que todos participasen en los sacrificios que se iban a
ofrecer a los dioses. Los magistrados Hiparco y Filoteo se habían
convertido al cristianismo poco antes. En la casa de Hiparco había
una cruz, ante la cual solían ambos hacer oración. Cinco jóvenes
amigos suyos, llamados Santiago, Paragro, Abido, Romano y Loliano,
fueron a visitarlos y los encontraron postrados ante la cruz. Lógicamente
les preguntaron porque hacían oración en casa, cuando el emperador
había mandado que todo el pueblo se reuniese en el templo de la
diosa Fortuna. Hiparco y Filoteo respondieron que adoraban al
Creador del Mundo. Los jóvenes preguntaron ¿Acaso creéis que esa
cruz creó al mundo? Hiparco replicó: "Adoramos a Aquél que
murió en la cruz, pues era Dios e Hijo de Dios. Hace ya tres años
que fuimos bautizados por Santiago, sacerdote de la verdadera religión,
el cual nos da el cuerpo y la Sangre de Cristo. Consideraríamos
como un pecado salir de casa durante estos tres días, pues
aborrecemos el olor de los sacrificios que invade toda la
ciudad". Después de mucho discutir, los cinco jóvenes
declararon que deseaban recibir el bautismo. Hiparco escribió
entonces una carta al sacerdote Santiago y la entregó al mensajero.
El sacerdote se presentó inmediatamente en la casa de Hiparco,
llevando escondidos bajo su manto los vasos sagrados. Al ver a los
siete amigos, los saludó diciendo: "La paz sea con vosotros
servidores de Jesucristo, que fue crucificado por sus
criaturas".
Romano y sus compañeros convertidos
cayeron de rodillas y dijeron: Apiádate de nosotros e imprímenos
el sello de Jesucristo a quien adoramos". Una vez que
hubieron orado juntos, el sacerdote Santiago les dijo: "La
gracia de Jesucristo sea con todos vosotros". Los jóvenes
hicieron una profesión de fe y abjuraron de la idolatría. El
sacerdote los bautizó y les dio el Cuerpo y la Sangre de Cristo.
Enseguida, cubrió con su capa los vasos sagrados y partió
apresuradamente a su casa, pues temía que los paganos le viesen
en tal compañía ya que él era un anciano pobremente vestido, en
tanto que Hiparco, Filoteo y los cinco jóvenes eran personajes de
alcurnia.
Al tercer día de las fiestas, el emperador
preguntó si todos los magistrados habían sacrificado en público.
Con ese motivo se enteró de que Hiparco y Filoteo no habían
participado en el culto desde hacía tres años. Inmediatamente,
el emperador ordenó que se los condujese al templo y se los
obligase a ofrecer sacrificios. Los mensajeros imperiales
encontraron en la casa de Hiparco a los siete cristianos, pero sólo
tomaron presos por entonces a Hiparco y Filoteo. El emperador les
preguntó porque le despreciaban a él y a los dioses de Hiparco
replicó que se avergonzaba de oír llamar dioses a unos ídolos
de madera y de piedra. El emperador ordenó que se le propinasen
cincuenta azotes y prometió a Filoteo que le nombraría pretor si
se sometía. Filoteo repuso que consideraría como una ignominia
un cargo comprado a ese precio.
Enseguida, empezó a hablar con gran elocuencia
sobre la creación del mundo, pero el emperador lo interrumpió,
diciéndole que veía que era un hombre muy culto y que esperaba
que abandonase sus errores para no verse obligado a torturarle.
Enseguida, dio orden a los guardias de que le encerrasen en una
mazmorra aparte de la de Hiparco, cargado de cadenas. Entretanto,
un oficial había ido a arrestar a los otros cinco cristianos que
estaban en la casa de Hiparco. Como también ellos se negasen a
ofrecer sacrificios, el emperador les hizo notar que eran aún muy
jóvenes y les dijo que, si perseveraban en su obstinación, los
mandaría azotar y crucificar como a su maestro. Los jóvenes
respondieron que no temían a la tortura. Al punto fueron
encadenados y encerrados en diferentes calabozos, y no se les dio
de comer ni de beber sino hasta después de las fiestas.
Cuando terminaron las solemnidades en honor de
los dioses, se erigió una tribuna en las riberas de Eufrates. El
emperador se dirigió allá y mandó traer a los cautivos. Los dos
magistrados, cargados de cadenas, abrían la marcha, seguidos por
los cinco jóvenes, que tenían las manos atadas. Como se negasen
nuevamente a ofrecer sacrificios, se los atormentó en el potro y
se les propinaron veinte azotes a cada uno. Después, fueron
conducidos otra vez a la prisión. El emperador ordenó que no se
permitiese a nadie visitarlos ni prestarles auxilio y que sólo se
les diese un poco de pan para que no muriesen de hambre. Al cabo
de más de dos meses, los prisioneros comparecieron nuevamente ante el
emperador. Por su aspecto parecían más bien cadáveres.
Cuando se los incitó a ofrecer sacrificios a los dioses, los
mártires rogaron que no tratase de apartarlos del camino de
Jesucristo. El emperador replicó furioso: "Puesto que
deseáis la muerte, voy a satisfacer vuestro deseo para que no
sigáis insultando a los dioses". Enseguida, ordenó a
los guardias que los amordazaran y los crucificaran. Los
guardias los transportaron rápidamente al sitio de la ejecución.
Algunos magistrados hicieron notar que Hiparco y Filoteo eran
sus colegas en la magistratura y debían dar cuentas sobre el
desempeño de su oficio, y que los otros cinco eran patricios
y tenían cuando menos derecho a redactar su testamento, por
lo tanto, pidieron que se dilatase la ejecución. El emperador
accedió y puso a los condenados en manos de los magistrados
para que se llevasen a cabo esos trámites. Los magistrados
los condujeron a la entrada del circo, les quitaron las
mordazas y les dijeron en privado: "Obtuvimos la dilación
de la sentencia con el pretexto de arreglar con vosotros
ciertos asuntos de interés público pero en realidad lo que
queríamos era hablar con vosotros en privado para pediros que
roguéis a Dios por nosotros y nos bendigáis, a nosotros y a
la ciudad". Los mártires los bendijeron y dirigieron la
palabra a la multitud que se había reunido. Cuando el
emperador lo supo, envió una reprimenda a los magistrados por
haber permitido que los condenados hablasen al pueblo.
Los magistrados se excusarondiciendo que no lo habían impedido por miedo
a la multitud.
El emperador mandó armar siete cruces cerca
de las puertas de la ciudad, y ordenó otra vez a Hiparco que
se sometiese. El anciano replicó, poniendo la mano sobre su
cabeza calva: "Así como mi cabeza no puede,
naturalmente, volver a cubrirse de cabellos, así tampoco
puedo yo cambiar de parecer y someterme a tu voluntad".
El emperador mandó que colocasen una piel de cabra sobre la
cabeza del anciano, y le dijo burlonamente: "Ahora que
tienes la cabeza cubiertos de pelos, ofrece sacrificios a los
dioses, como conviene a tu condición". Enseguida, dio
orden de crucificar a los prisioneros. Por la noche, algunas
mujeres sobornaron a los guardias para que les permitieran
limpiar la sangre del rostro de los mártires. Hiparco murió
muy pronto. Santiago, Romano y Loliano murieron al día
siguiente, apuñalados por los soldados. En cuanto a Filoteo,
Abibo y Paragro, se los bajó de la cruz antes de que los cadáveres
fueran arrojados al río. Pero un cristiano llamado Baso compró
a los guardias y los sepultó durante la noche en su casa de
campo.<El emperador mandó armar siete cruces cerca de las
puertas de la ciudad, y ordenó otra vez a Hiparco que se sometiese.
El anciano replicó, poniendo la mano sobre su cabeza calva:
"Así como mi cabeza no puede, naturalmente, volver a cubrirse
de cabellos, así tampoco puedo yo cambiar de parecer y someterme a
tu voluntad". El emperador mandó que colocasen una piel de
cabra sobre la cabeza del anciano, y le dijo burlonamente:
"Ahora que tienes la cabeza cubiertos de pelos, ofrece
sacrificios a los dioses, como conviene a tu condición".
Enseguida, dio orden de crucificar a los prisioneros. Por la noche,
algunas mujeres sobornaron a los guardias para que les permitieran
limpiar la sangre del rostro de los mártires. Hiparco murió muy
pronto. Santiago, Romano y Loliano murieron al día siguiente, apuñalados
por los soldados. En cuanto a Filoteo, Abibo y Paragro, se los bajó
de la cruz antes de que los cadáveres fueran arrojados al río.
Pero un cristiano llamado Baso compró a los guardias y los sepultó
durante la noche en su casa de campo.
|