Mennas, "el de la hermosa voz", había nacido en Atenas. El
emperador Galerio, que admiraba su elocuencia, le envió a Alejandría
a pacificar a los ciudadanos. Después de desempeñar con éxito su
oficio, Mennas declaró públicamente que era cristiano. Ayudado por
Eugrafo, su subordinado, empezó a convertir a muchas personas. El
juez Hermógenes, que durante su viaje a Alejandría había tenido una
visión en la que se le había dicho que el viaje le sería
provechoso, convocó a los dos cristianos ante su tribunal. Las
"actas" de estos mártires, que no merecen crédito alguno y
han sido erróneamente atribuidas a San Atanasio, cuentan que Mennas
empleó su gran elocuencia para hacer ante la corte un discurso que
duró cuatro horas. El discurso produjo mucho efecto; sin embargo, el
santo fue condenado a perder los ojos y la piel de los pies. ¡Cual no
sería la sorpresa de la multitud al ver al día siguiente a Mennas
con los ojos y los pies ilesos! Ese milagro convirtió a Hermógenes y
Eugrafo. Como los mártires no sufrieron daño alguno, el emperador
los mandó decapitar.
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