San Sérvulo, como el Lázaro de la parábola
de Cristo, era un hombre pobre y cubierto de llagas que yacía frente a la
puerta de la casa de un rico. En efecto, nuestro santo estuvo paralítico
desde niño, de suerte que no podía ponerse en pie, sentarse, llevarse la
mano a la boca, ni cambiar de postura. Su madre y su hermano solían llevarle
en brazos al atrio de la iglesia de San Clemente de Roma. Sérvulo vivía de
las limosnas que le daban las gentes. Si le sobraba algo, lo repartía entre
otros menesterosos. A pesar de su miseria, consiguió ahorrar lo suficiente
para comprar algunos libros de la Sagrada Escritura. Como él no sabía leer,
hacía que otros se los leyesen, y escuchaba con tanta atención, que llegó a
aprenderlos de memoria. Pasaba gran parte de su tiempo cantando salmos de
alabanza y agradecimiento a Dios, a pesar de lo mucho que sufría. Al cabo de
varios años, sintiendo que se acercaba su fin, pidió a los pobres y
peregrinos, a quienes tantas veces había socorrido, que entonasen himnos y
salmos junto a su lecho de muerte. El cantó con ellos. Pero, súbita mente,
se interrumpió y gritó: "¿Oís la hermosa música celestial ?"
Murió al acabar de pronunciar esas palabras, y su alma fue transportada por
los ángeles al paraíso. Su cuerpo fue sepultado en la iglesia de San
Clemente, ante la cual solía estar siempre. Su fiesta se celebra cada año,
en esa iglesia de la Colina Coeli.
San Gregorio Magno concluye un sermón sobre San Sérvulo,
diciendo que la conducta de ese pobre mendigo enfermo es una acusación contra
aquellos que, gozando de salud y fortuna, no hacen ninguna obra buena ni
soportan con paciencia la menor cruz. El santo habla de Sérvulo en un tono
que revela que era muy conocido de él y de sus oyentes, y cuenta que uno de
sus monjes, que asistió a la muerte del mendigo, solía referir que su cadáver
despedía una suave fragancia. San Sérvulo fue un verdadero siervo de Dios,
olvidado de sí mismo y solícito de la gloria del Señor, de suerte que
consideraba como un premio el poder sufrir por Él. Con su constancia y
fidelidad venció al mundo y superó las enfermedades corporales.
MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA
DE SAN SÉRVULO
I. San Sérvulo soportó, con heroica
paciencia, una extrema pobreza y una cruel enfermedad. Jamás se le oyó una
queja; en medio de sus sufrimientos, pedía sufrir más todavía. ¿Qué
respondes tú a este ilustre mendigo? Compara tus aflicciones con las
suyas, tu paciencia con su paciencia, y cesa de quejarte de tu pobreza y del
menosprecio de que se te hace objeto. ¡Avergüénzate! Jesucristo ha sido
pobre, ha sido humilde. (San Pedro Crisólogo).
II .Este santo sobreabundaba de alegría en la
tribulación: el gozo de su corazón resplandecía en su rostro y se
reflejaba en sus palabras. No cesaba de rezar a Dios y de celebrar sus
alabanzas. Todas las aflicciones, por grandes, por penosas que fueren, te serán
agradables si pides a Dios que te dé la fuerza necesaria para soportarlas, y
si piensas en las promesas que hace Jesús en el Evangelio, a los que se
resignan. ¿De dónde proviene que tan a menudo te veas agobiado de violenta
pena, sino de que no piensas en Dios que puede consolarte, ni en el paraíso
que espera a los que sufren con amor?
III. La muerte de San Sérvulo es aun más
dichosa que su vida: nada teme y espera todo; al morir sólo deja dolores y
miserias, para tomar posesión del remo de los cielos. Pobres que estáis afligidos,
consolaos: la muerte vendrá a trocar vuestros dolores en alegría. ¡En
cuanto a vosotros, los felices de este mundo, la muerte vendrá a cambiar
vuestros gozos en dolores! Ancianos, ella está a vuestra puerta; jóvenes,
ella os tiende asechanzas por doquier. (Guerrico).
La paciencia
Rezad por los enfermos.
ORACIÓN
Oh Dios, que todos los años nos dais
nuevo motivo de gozo con la solemnidad del bienaventurado Sérvulo, vuestro
confesor, haced, en vuestra bondad, que honrando la nueva vida que ha recibido
en el cielo, imitemos la que vivió en la tierra. Por J. C. N. S. Amén.
|