De acuerdo con la tradición, la princesa Irmina, de quien se dice que fue hija
de San Dagoberto II, había sido prometida en matrimonio al conde Herman. Ya
estaban hechos todos los preparativos para la boda en la ciudad de Tréveris,
cuan do uno de los hombres que estaban al servicio de la princesa y
perdidamente ena morado de ella, tendió una celada al conde sobre un despeñadero
vecino a la ciudad, se arrojó sobre Herman con inaudita saña, lucharon los dos
a brazo par tido y ambos cayeron abrazados en el precipicio.
Tras este trágico epílogo de sus proyectos,
Irmina obtuvo la autorización de su padre para ingresar a un convento que el
propio Dagoberto había fundado o reconstruido en las proximidades de Tréveris.
Santa Irmina fue una celosa cola boradora en los trabajos misioneros de San
Wilibrordo y, en el año de 698, le cedió la mansión en la que él fundó el
famoso monasterio de Echternach. Se afirma que aquel donativo lo hizo como una
muestra de reconocimiento cuando San Wilibrordo contuvo milagrosamente una
epidemia que había azotado a su convento y causaba muchas víctimas. Eso es
todo lo que se sabe de cierto sobre Santa Irmina. La historia sobre los primeros años en la vida de Santa
Innina, sobre los que únicamente un monje llamado Tiofrido hizo un relato cerca
de cuatrocientos años después de la muerte de la santa, es probablemente
fabulosa. Hay pruebas de que, por lo menos parte de ese relato se funda en un
personaje ficticio. La biografía en latín de Santa Innina, editadada por Weiland en
MGH., Scriptores, vol. XXIII, pp. 48-50, es una versión de la obra de
Tiofrido y no de Teodorico, de quien se dice que la escribió un siglo después.
A Santa Irmina se la menciona en el Martirologio Romano
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