Augusto, señor del mundo, había ordenado un censo general y preparó así sin saberlo el cumplimiento de las profecías; María y José debieron trasladarse a Belén. Carentes de un techo hospitalario, se retiraron a una gruta que albergaba a un buey.
¡Allí fue donde nació el verdadero Señor del mundo! Envuelto en pobres pañales y acostado en un pesebre de piedra sobre un poco de paja, no fue calentado sino por el amor materno y paterno y por el aliento del buey de los pastores y el asno de los pobres viajeros. A estos
homenajes se asoció toda la creación espiritual y material: los ángeles del cielo anunciaron al Salvador, primero al pueblo de. Dios ya los humildes en la persona de los pastores, que acudieron ala gruta; después, una estrella misteriosa llevó a ella a los magos, primicias de la gentilidad y de los grandes.
Toda la tierra estaba entonces convidada a entrar en el divino redil. ¡Gloria a Dios y paz a los
hombres!
MEDITACIÓN
SOBRE LA NATIVIDAD DE JESÚS
I. La desnudez del Hijo de Dios hecho hombre debe inspirarnos el desprecio de las riquezas y el amor
de la pobreza. Jesús es abandonado por todos; carece de fuego, tiene sólo algunos
pañales para defenderse de los rigores del frío. Es la primera lección que Dios nos da viniendo a este mundo; ¿c6mo lo escuchamos nosotros? ¿Qué amor tenemos por la pobreza? Tanto la ha amado Jesús, que ha descendido del cielo para practicarla.
¿Qué remedio aplicar a la avaricia si la pobreza del Hijo de Dios no la cura? (San Agustín).
II. La humildad brilla con admirable fulgor en el nacimiento de mi divino Maestro. Quiere nacer en un establo, de una madre pobre, esposa de un pobre artesano: todo en este misterio nos predica humildad. ¿Podríamos dejarnos todavía arrastrar a la vanidad? ¿Ambicionaremos todavía dignidades y honores? Aprendamos hoy lo que debemos amar y estimar; persuadámonos de que la verdadera grandeza de un
cristiano consiste en imitar a Jesús y en humillarse.
III. El amor de Jesús por los hombres lo redujo a estado tan pobre y tan humilde. El hombre se
había perdido queriendo hacerse semejante a Dios, Dios lo redime tomando su naturaleza y sus debilidades. Quiso Jesús hacerse semejante a nosotros;
respondamos a su amor haciéndonos semejantes a Él. Él quiere nacer en nuestro corazón por la gracia; no le
neguemos la entrada y cuando esté en él, conservémoslo mediante la práctica de las buenas obras.
Cristo nace en nuestra alma, en ella crece y se desarrolla: pidámosle que no quede mucho tiempo pobre y débil. (San Paulino).
La humildad
Orad por la Iglesia.
ORACIÓN
Haced, os lo suplicamos, oh Dios omnipotente,
que el nuevo nacimiento según la carne de vuestro Hijo unigénito, nos libre de la antigua servidumbre
a que nos tiene sujetos el pecado. Por J. C. N. S. Amén.
|