Margarita nació en Palestrina, hija
de Oddone dei Principi Colonna y Mobilia o Magdalena Orsini.
Fue educada desde la más tierna
edad en las virtudes cristianas por su madre, que había conocido a San
Francisco en la casa de su hermano Mateo. Al quedar huérfana, primero de padre
y luego también de madre, fue confiada a la tutela de su hermano Juan, dos
veces senador de Roma, quien entre 1281 y 1285 escribiría su vida. En 1273
después de haber rehusado un matrimonio muy ventajoso con un noble romano,
apoyada por su otro hermano después cardenal Giacomo Colonna, se retiró al
Monte Prenestino, hoy Castel San Pietro, donde fundó una comunidad de Clarisas,
pero sin aprobación canónica. Distribuyó la rica dote a los pobres y para sí
no quiso ninguna ayuda directa de parte de sus hermanos; prefirió vivir como
franciscana, recurriendo a la “Mesa del Señor”, pidiendo limosna de puerta
en puerta. El Ministro General Fr. Jerónimo de Ascoli, intervino y le permitió
entrar en el monasterio de Santa Clara, en Asís, pero por problemas de salud no
pudo permanecer mucho allí y trató de establecerse cons us compañeras junto
al Santuario de la Mentorella, sobre el monte Guadagnolo, poco distante de Roma.
Poco después de trasladó a Roma, y pasó largo tiempo como huésped de una
noble muy piadosa y generosa, llamada Altrudis, apodada “de los pobres” por
aquellos a quienes ella había dado sus bienes.
En 1278 Margarita retorna al monte
Prenestino.
Vivió en el ejercicio heroico de
todas las virtudes, edificando al pueblo con la oración asidua y el ejemplo de
una caridad heroica. Con ocasión de una epidemia, Margarita se hizo “toda
para todos” asistiendo maternalmente a los hermanos enfermos y corrió
también en ayuda de los franciscanos de Zagarolo. Otra vez acogió en casa a un
leproso de Poli, comiendo y bebiendo en el mismo plato y, en un ímpetu de amor,
besó aquellas repugnantes llagas. Sería demasiado prolijo recordar todas las
manifestaciones de la intensa vida mística de Margarita: la observancia
escrupulosa de la regla de Santa Clara, el amor a la pobreza, la continua unión
con Dios, los éxtasis, las efusiones de lágrimas, las frecuentes visiones
celestiales, el matrimonio místico con el Señor, quien se le apareció
colocándole un anillo en el dedo y una corona de lirios sobre la cabeza y le
imprimió la llaga del corazón.
La muerte de Margarita fue en todo
digna de una perfecta hija de San Francisco, el cual por amor de dama pobreza
quiso morir desnudo sobre la desnuda tierra. Desde hacía tres años sufría una
grave úlcera en el estómago. La noche de Navidad de 1280 se le apareció la
Virgen con el Niño en brazos, y la dejó en un estado de profunda exaltación.
Después que hubo recibido el viático y la unción de los enfermos, pidió a su
hermano el cardenal Giacomo, que la colocaran en tierra, deseando morir pobre
como Jesús y el Seráfico Padre San Francisco. Fue complacida, pero sólo por
un breve espacio de tiempo, porque estaba demasiado extenuada. Por último
pidió que le dieran el crucifijo: habiéndolo besado con intenso afecto, lo
mostró a sus cohermanas, exhortándolas a amarlo con todas sus fuerzas. Se
adormeció un poco y luego volviendo en sí exclamó con vigor: “He ahí a la
santísima Trinidad que viene, adoradla !”. Luego, cruzados los brazos sobre
el pecho, y fijando los ojos en el cielo, expiró serenamente: era el alba del
30 de diciembre de 1280.
Los funerales se desarrollaron el
mismo día en la iglesia de San Pietro sul Monte Prenestino con gran concurso de
pueblo y de todos los franciscanos de la zona. En 1285 las clarisas de la Beata
Margarita se trasladaron al monasterio romano de San Silvestre in Cápite,
llevando consigo el cuerpo de la Beata.
Margarita se nos presenta como una
delicadísima figura de mujer en quien las dotes naturales de inteligencia,
fascinación y sensibilidad, unidas al realismo y a la dignidad de su hogar, se
insertan en el robusto árbol de la espiritualidad franciscana. Su vida brilla
como un arco iris de paz en la historia tormentosa de su tiempo.
Pío IX aprobó su culto el
17 de septiembre de 1847.
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