10 de noviembre
SANTA
TEOCTISTE,(*)
Virgen
(Sin
fecha)
El
Martirologio Romano menciona hoy la muerte de Santa Teoctiste en la isla de
Paros. Sin embargo, los bolandistas opinan que se trata de una pura fábula,
de una imitación de la historia de los últimos años de Santa María Egipcíaca,
de una "novela piadosa escrita por algún ocioso para alimentar el
apetito religioso de la gente sencilla." Según esa leyenda, el año
902, un tal Nicetas partió en una expedición capitaneada por el almirante
Himerio contra los árabes de Creta. Ahí fue a visitar lar ruinas de la
iglesia de Nuestra Señora de Paros y conoció a un anciano sacerdote que
había vivido como ermitaño en la isla durante treinta años. El ermitaño
habló a Nicetas de la crueldad de los árabes y le refirió lo que un
hombre llamado Simón le había contado algunos años antes, acerca de
Teoctiste. Simón había ido con algunos amigos a cazar a Paros. Cuando se
habían adentrado en la isla, oyeron una voz que les decía: "No os
acerquéis más. Soy una mujer y sentiría vergüenza que me vieseis, pues
estoy desnuda." Los asombrados cazadores arrojaron una capa en dirección
al arbusto de donde procedía la voz y a poco vieron salir a una mujer. Esta
les contó que se llamaba Teoctista y que había vivido con su familia en
Lesbos. Los árabes la habían raptado y llevado a Paros, donde había
conseguido escapar y ocultarse en el bosque hasta la partida de sus
captores. Esto había acontecido treinta años antes. Desde entonces,
Teoctiste había vivido como anacoreta, alimentándose de plantas y frutos.
Los vestidos se le habían ido cayendo a pedazos. Desde entonces no había
podido asistir a la misa ni recibir la Eucaristía, de suerte que rogó a
Simón que regresara a traerle la comunión. Al año siguiente, Simón y sus
compañeros le llevaron la comunión en una píxide. Teoctiste la recibió
rezando. Poco después, los cazadores volvieron a despedirse de ella y la
encontraron agonizante. Antes de darle sepultura, Simón le cortó una mano
para llevársela como reliquia. Pero, cuando se embarcaron la nave no pudo
alejarse de la costa hasta que Simón restituyó la mano, que se soldó
milagrosamente al brazo. Cuando los compañeros de Simón acudieron a
presenciar esa maravilla, el cadáver había desaparecido.
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* Vidas de los Santos, de Butler. Vol. IV, ed. 1964