Flora era natural de Sevilla, hija de árabe y de cristiana. Había
seguido el ejemplo religioso de su madre, mientras que su hermano había
abrazado el Islam. Siendo una jovencita, empezó a practicar activamente su
religión: iba todos los días a la iglesia, acudía a las reuniones de las
comunidades mozárabes y visitaba a los pobres. Su hermano la seguía e
intentaba frustrar sus “actividades infieles”, no por la mala fe, sino
porque la quería mucho y no le gustaba que hubiese caído en lo que pensaba que
era una religión equivocada.
Nuestra santa se cansó de ser perseguida y se trasladó a una casa donde vivían
muchos cristianos, entre ellos una doncella llamada María, que había sido
educada en un monasterio. Pronto entablaron una profunda amistad.
El hermano de Flora se enfadó mucho cuando supo que había abandonado la casa
de sus padres. Sintiéndose traicionado, tomó la difícil decisión de
denunciarla ante las autoridades. Esperaba que así rectificara y se volviera
hacia Mahoma.
Flora fue juzgada ante el cadí, pero la absolvieron: recordemos que los
musulmanes permitían la libertad religiosa. Poco tiempo después, Flora y María
decidieron hacer profesión pública de su fe y renegar de las leyes del Islam.
¿Qué las empujó a tomar esta decisión: el propio Cristo las llamó o
quisieron dar ejemplo a los demás cristianos que vivían asustados y
avergonzados de su condición? El caso es que fueron capturadas, condenadas a
muerte y degolladas.
Sus cuerpos arrojados al Guadalquivir, fueron encontrados por algunos cristianos
de su comunidad y enterrados en la iglesia de San Acisclo de Córdoba.
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