En la vida de este Beato siciliano, nos
encontramos con episodios que se parecen a episodios recientísimos de la
tormentosa crónica de nuestros días, de países en guerra fría o
caliente, con tropas regulares o bandas rebeldes y con la dolorosa
consecuencia de prisioneros, muertos, rehenes inermes, amenazas y
promesas.
¿Quien no se ve invadido de legítima impaciencia, por el
lento proceder de ciertas tratativas y la incertidumbre por la suerte de
tantas personas inocentes o culpables? ¿y quién, generalizando, no se
lamenta de la lentitud de negociaciones tan importantes políticamente,
que pueden poner en juego la paz del mundo y la suerte de continentes
enteros y que son tratadas con exasperante parcimonia y con aparente
indiferencia?
Sabemos que para llegar a un acuerdo -tanto difícil como
importante- , la buena voluntad es la primera y más necesaria condición
para alcanzar un buen resultado. Y para obtener tales resultados, la
primera regla es tener paciencia.
En lugar de lamentarse o desesperarse de esta lentitud,
podríamos recordar el ejemplo del Beato Julián, quien a mediados de
1400, cumplió cinco misiones cerca del Sultán de Túnez, para tratar la
paz y la restitución de los prisioneros cristianos, siempre sin éxito y
finalmente con éxito parcial.
El Beato siciliano había sido invitado a Túnez, primero en
1438, y la última vez en 1452, por el mismo Rey aragonés Alfonso
el Magnánimo; la elección del monje para esa importante y difícil
misión demostró haber sido acertada, a pesar de aparentar lo contrario,
su calma paciente, su bondad y su respetuosa cordialidad mucho
contribuyeron a mantener en un plano de amistad, al menos a nivel
personal, las relaciones entre los musulmanes y los Reinos
cristianos.
El Beato Julián era la persona mejor calificada para aquélla
misión. Nacido en Palermo, de la notable familia Mayali, entró como
benedictino en Santa María de Ciambre, cerca de Monreale, porque quería
sobre todo dedicarse a la vida solitaria, contemplativa más que a la
activa.
Pero en lugar de realizar sus deseos, el monje de vocación
eremítica, por obediencia debe mezclarse a las más candentes vicisitudes
de su tiempo y de su ciudad, haciendo, por caridad al prójimo lo que no
había querido hacer por sí mismo.
Primero fue la creación de un nuevo hospedaje, realizado con
criterio modernísimo.
Después, como ya hemos dicho, vinieron los años de los
continuos viajes entre Palermo y Túnez en busca de acuerdos políticos y
tratados para el rescate de prisioneros. Finalmente, en sus últimos
años, se le encargó representar, junto al Rey, al Parlamento de Palermo.
Apenas podía, se retiraba a la soledad del monasterio de
Nuestra Señora de Romitello, mendigando el aislamiento como un baño
restaurador. En el santuario de Romitello aún hoy su recuerdo
permanece vivaz, como el de un benefactor de su pueblo, que además de
monje riguroso, fue definido por el mismo Sultán de Túnez como
"amigo de la fe, cristiano y eremita retirado del mundo".
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