La antigüedad cristiana se alimentó con el encanto de esta historia, que de
algún modo lleva al corazón cristiano la añoranza de la inocencia perdida y
animan a la vuelta. Es un consuelo encontrar en la tierra los rastros de
quienes, habiendo sido presa del desarreglo, de la mala vida que por algún
tiempo juzgaron como buena, del desorden y la lejanía de Dios, pues, mira...
resulta que han sido gente que se salva. Sí, son una gran luz en la oscuridad
que alienta la esperanza de los que somos más, de los pecadores. Estas
actitudes están personificadas en Pelagia.
Pelagia, era una muy celebrada y conocida comediante en
Antioquía. Corría
entonces el siglo V.
Siendo muy joven, había estado con los catecúmenos, olvidándolo después.
Se cuenta que un domingo, Pelagia, por curiosidad volvió a entrar a un templo,
y al oír al obispo predicar sobre el infinito tesoro de la misericordia de
Dios, su corazón se conmovió. Quiso rezar pero no pudo, porque ya no recordaba
cómo hacerlo.
Abandonó el templo con el deseo de dejar esa vida desordenada que llevaba. Se
decidió a escribir al obispo. Le decía en su carta: "Al santo discípulo
de Jesús: He oído decir que tu Dios bajó del cielo a la tierra para salvación
de los hombres. Él no desdeñó hablar con la mujer pecadora. Si eres su discípulo,
escúchame. No me niegues el bien y el consuelo de oír tu palabra para poder
hallar gracia, por tu medio, con Jesucristo, nuestro Salvador."
El obispo, creyó en la sinceridad de Pelagia. Así fue bautizada y confirmada,
recibiendo la Comunión.
Desde ese momento, cambió su vida. Repartió entre los pobres sus joyas y
bienes, liberó a sus esclavos y vistiendo una humilde túnica, dejó Antioquía.
Cerca de Jerusalén, halló una gruta, donde se decidió a morar, haciendo una
vida austera, penitencia y oración.
Por prudencia, ocultó su condición de mujer, y quien le preguntaba el nombre
respondía que era "Pelagio".
En ese tiempo, se desarrollaba el concilio de Antioquía y un diácono del
obispo queriendo ir a Jerusalén, le pidió permiso al obispo para ir allí,
diciendo que quería conseguir noticias sobre un ermitaño llamado Pelagio.
Llegó a encontrar a Pelagio en su cueva, quien lo recibió y volvió luego a
encerrarse a rezar. Se cuenta que cuando volvió el diácono, Pelagio, ya no
respondió. Cuando entraron en la cueva, encontraron muerto al ermitaño. Al
disponerse a ungirlo con mirra -como entonces se usaba-, hallaron que era una
mujer.
Vinieron entonces de los monasterios mujeres que estaban en Jericó y en el Jordán
y marchando con cirios y luminarias y cantado himnos, dieron sepultura al cuerpo
de Pelagia. Era un 8 de octubre del año 468.
Las singulares características de esta santa nos proporcionan la oportunidad de
recordar que el riguroso apartamiento de los ermitaños no es una rareza, sino
el fruto de un decidido y exclusivo anhelo de buscar a Cristo.