San Francisco, duque de Gandía, nacido en 1510, mereció ser llamado por Carlos Quinto el milagro de los
príncipes por sus cualidades y virtudes. Después de haber vivido santamente en Colonia como capitán general y después en su principado, entró en 1545, después de cuatro años de viudez, en la
Compañía de Jesús, de la que llegó a ser superior general a pesar de sus lágrimas. Sus admirables predicaciones
hacían llorar a todos los asistentes. Rehusó el cardenalato y murió en 1572.
MEDITACIÓN SOBRE TRES VIRTUDES DE SAN FRANCISCO DE BORJA
I. Este ilustre servidor de Dios permaneció
humilde en medio de los honores. Tú no tienes las eminentes cualidades que distinguían a este gran santo, y, sin embargo, estás lleno de orgullo. Ello es porque no piensas, como él, que la figura de este mundo pasa. Despréndete de los bienes del mundo para no tener
pena de abandonarlos en el momento de la muerte. Estemos preparados para todo acontecimiento, de
modo de no sentir pena por lo que dejemos detrás. (Tertuliano).
II. Su austeridad y mortificación lucieron aun en de las delicias de la corte. Se armaba de un
cilicio cada vez que debía encontrarse entre mujeres; ayunó durante dos años
rigurosísimamente. Pero estas austeridades nada fueron comparadas a las que
practicó después de su entrada en religión. ¿Esta conducta no es acaso la condenación de tu delicadeza?
No te excuses alegando tus malos hábitos, tú puedes, tanto como él, corregirlos y adquirir otros buenos.
III. Tenía una devoción tan tierna que ni aun importantes asuntos que debía atender
desviaban su pensamiento de Dios: su jornada era una oración continua. Cada mes elegía un santo como
proyector especial; él fue quien introdujo en la Compañía de Jesús esta santa costumbre. ¿En qué punto
te hallas tú acerca de la devoción? ¿De todas las épocas de tu vida diste siquiera una a Dios?
¡Has sido niño, adolescente, has llegado a la edad de la madurez y nunca has sido
virtuoso! (San Clemente de Alejandría) La humildad Orad por la Compañía de Jesús.
ORACIÓN Señor Jesucristo, modelo y recompensa de la
verdadera humildad, dignaos después de haber hecho al bienaventurado Francisco vuestro glorioso imitador
en el desprecio de los honores terrenos, hacernos a nosotros partícipes de sus virtudes y de su gloria.
Vos que vivís y reináis por los siglos de los siglos. Amén.
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