20 de octubre
SAN MAURILIO,
Obispo de Angers
Como en todos los ramos del saber, también en la hagiografía, o ciencia de la descripción de la vida de los santos, ha habido aciertos y errores, desviaciones, modas, exageraciones, épocas de esplendor y de abatimiento. Hoy conocemos perfectamente la historia de la hagiografía y no nos es difícil, por consiguiente, valorar en muchas ocasiones la verdad contenida en las narraciones de las vidas de los santos. Un ejemplo claro de deformación de la vida de un santo nos lo ofrece el caso de San Maurilio. Se trata de una santo extraordinariamente popular en Anjou, la bella región próxima al Loira. Pero cuya vida ha dado lugar a un tan gran número de leyendas que el historiador, unas veces con pena, por su propia belleza, y otras con indignación, por lo burdo de su traza, se ve obligado a realizar una auténtica y pesada labor de "cirugía" científica. San Maurilio murió en el año 453. Ya en el año 620 se escribía su vida por uno de sus sucesores, San Maimbeuf, sirviéndose de las notas que le había dejado el presbítero Justo. Pues bien, ni el hecho de utilizar unas notas anteriores, ni un elemental sentido crítico, impidió al bueno de San Maimbeuf caer en el terreno estrictamente legendario. La época en que vivió San Maurilio es una auténtica edad de oro: "Durante todo su episcopado, los graneros rebosaban de trigo y las bodegas de vino; las guerras habían cesado; todo el pueblo estaba lleno de caridad y de otras virtudes..." Es cierto que las invasiones bárbaras no se habían hecho aún sentir en el oeste de Francia, donde San Maurilio había vivido. Sin embargo, a nadie se le oculta cuánto había de idealización en semejantes descripciones. Es más, San Maimbeuf, no contento con comparar su héroe a los grandes personajes del Antiguo Testamento, recurso este completamente legítimo, se tomó enormes libertades con la cronología. Algunas de las cosas que cuenta resultan sencillamente imposibles: si murió el 13 de septiembre del 453, nonagenario, no pudo estar en edad de abandonar la casa de sus padres bajo el reinado de Julio, que murió el 363, ni pudo ser consagrado obispo por San Martín el 423. Pero estas mismas inexactitudes cronológicas de la primitiva vida de San Maimbeuf iban a ser eclipsadas en los sucesivos avatares que la misma vida iba a sufrir con correr del tiempo. Hay un fenómeno constante en la hagiografía, y es que cuando se opera un renacimiento en las letras sude ser frecuente que se rehagan las vidas antiguas, depurándolas del tosco lenguaje en que fueron escritas adaptándolas al gusto más refinado de la época renacentista. Así ocurrió con innumerables vidas de santos en la época carolingia, y así sucedió también con muchas vidas en el siglo XII. Una de estas vidas rehechas fue la de San Maurilio, que el maestrescuela de Angers y después obispo de Rennes, Marbodo (muerto en 1123), volvió a escribir. No se limitó a mejorar el lenguaje, sino que, siguiendo un gusto muy propio de la época, puso la vida en verso. Se trata de uno de tantos casos de lo que el padre De Gaiffier ha llamado «metromanía piadosa justificada unas veces con una finalidad pedagógica, y otras simplemente por el deseo de satisfacer los gustos de la época. A falta de inspiración poética, los versificadores tenían cierta destreza en el manejo de los hexámetros, lo que les permitía pasar a éstos la sustancia de los textos que habían conocido en prosa, sin alterarla mucho. Tales ejercicios contribuirían, por otra parte, muy poco al más exacto conocimiento de la vida de los santos. Pero ya antes la vida de San Maurilio había sufrido otra reelaboración mucho más profunda. En el año 905 el arcediano Arcanaldo puso en circulación una vida de San Maurilio bajo el nombre fraudulento de Fortunato y de Gregario de Tours. Su trabajo era un tejido de temas de folklore, convertido en una leyenda digna de los cuentos de hadas. Un autor moderno, René Aigrain, dice que su obra está concebida como "una verdadera novela de aventuras, como si el autor hubiera previsto el cine y las películas de episodios. Sabido es que en aquella época los autores de vidas de santos se preocupaban muy poco de la verdad histórica, y en no pocas ocasiones, como en ésta, se permitían lanzarse por completo por el camino de lo fabuloso. La ciencia hagiográfica nos da hoy perfectamente clasificadas las escenas que se repiten, los temas que pasan de una vida a otra, y hasta los procedimientos técnicos que se utilizan para las interpolaciones. Lo malo es que tales patrañas llegaban a ser admitidas. Así, por ejemplo, la fantástica vida de Arcanaldo consiguió que en el catálogo episcopal de la diócesis de Angers figurara un nuevo nombre, el de San Renato. Y una vez que se admitió la existencia de tan fabuloso personaje, al no aparecer por ninguna parte su tumba, Renato de Anjou, rey de Nápoles, trajo a su región originaria desde Sorrento las reliquias de un auténtico santo del mismo nombre, identificado, sin razón alguna, con el de Angers. Hemos contado todo esto para dar a nuestros lectores una idea de las dificultades que muchas veces tiene que superar la crítica contemporánea para llegar a descubrir la verdad de la vida de los santos. Ocasiones hay en que eso parece imposible. Sin embargo, «el arte de la crítica consistirá en, sin tomar como histórico lo que no lo es, pedir sólo a cada documento lo que puede dar de útil y, gracias al conocimiento del espíritu de los hagiógrafos, de los fines que se propusieron y de los medios que emplearon, sacar informaciones interesantes de textos aparentemente sin valor sobre puntos, es cierto, a veces muy diversos de los que el escritor quería insistir y hacer una aportación" (AIGRAIN). Así encontramos en la vida de San Maurilio cosas que resultan enteramente aceptables, por ejemplo, el esquema general de su vida: llega a las Galias a la edad aproximada de veinte años, pasa cuarenta como sacerdote en Chalons y después treinta en la silla episcopal de Angers, antes de morir nonagenario. Parece ser que nació de una rica familia de Milán, pero que, al llegar a la edad en que podía disponer de sí mismo, abandonó todo su patrimonio para venir a ponerse bajo la dirección del ilustre obispo de Tours, San Martín, de quien recibió las órdenes sagradas. Deseoso de unir la vida monástica y la pastoral, muy de acuerdo con las tendencias de aquel tiempo, Maurilio abandona la esccuela de San Martín para instalarse en Chalons-sur-Loire, donde transcurrirán cuarenta años de su vida. Su biógrafo señala cl comienzo de su apostolado con un magnífico milagro: existía allí un templo pagano, y Maurilio, puesto en oración, consiguió que fuera destruido por el fuego del ciclo. En el lugar, así purificado, estableció Maurilio una capilla y un oratorio. Pero las investigaciones hechas en el lugar que tradicionalmente se atribuía a estos acontecimientos no han dado resultado alguno. Es, pues, verosímil que tal milagro sea una adición posterior, y una transformación poética del fuego del ardor apostólico de Maurilio, que consiguió arruinar con su predicación la religión pagana floreciente hasta entonces en aquel rincón de las Galias. Lo cierto es que después de una larga vida de apostolado fue llamado a la silla episcopal de Angers, pues apenas sonó su nombre, cesaron todas las discusiones. Durante los treinta años que dura su episcopado el paganismo va perdiendo posiciones en todas las regiones del Loira. Poco a poco el cristianismo avanza, hasta el punto de que hay ocasiones en que tal avance da lugar a episodios clamorosos. Así, por ejemplo, cuando el santo obispo tiene el consuelo de pegar fuego, cerca de Rochefort. a un bosque sagrado, lugar de fiestas paganas que solían degenerar en orgía y riñas. En su lugar elevó una iglesia dedicada a la Santísima Virgen. Maurilio llegó a sobrepasar los noventa años de edad, "sano de cuerpo y más aún de alma". Murió el 13 de septiembre del 453 y fue enterrado en Angers, en la tumba que se había hecho prepa rar en la cripta de una iglesia dedicada a la Santísima Virgen edificada por él, pero que después de su muerte tomó su mismo nombre. La iglesia, que era colegiata, fue destruida al mismo tiempo que la de San Pedro, el año 1791, para dar lugar a la plaza del Ralliement, que aún hoy subsiste en Angers delante del Gran Teatro. Una parte de sus reliquias fue llevada a la catedral. El culto de San Maurilio es sumamente antiguo, pues su nombre se encuentra en el llamado martirologio jeronimiano, al que han seguido casi todos los martirologios posteriores, incluso el mismo martirologio romano actualmente vigente. LAMBERTO DE ECHEVERRÍA. |
Año Cristiano, Tomo IV, Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1966.