Los cuerpos de San Frutos, Santa Engracia y San Valentín, venerados por los
cristianos segovianos, se conservaron en la ermita de San Frutos, cerca de la
actual Sepúlveda, desde comienzos del siglo VIII hasta el siglo XI.
El rey Alfonso VI concedió esta ermita al monasterio de San Sebastián de Silos
-hoy Santo Domingo de Silos- para que la cuidasen y facilitasen la creciente
devoción del pueblo; se hizo escritura en el 1076. Los monjes recomponen la
ermita como de nuevo y la habilitan para que puedan vivir en ella algunos
monjes. Terminadas las obras en el año 1100, la consagra D. Bernardo, el primer
Arzobispo de Toledo. Está construida sobre roca escarpada, como cortada a pico,
a orillas del río Duratón, afluente del Duero. En ese nuevo lugar se depositan
las reliquias de los tres santos.
Restaurada Segovia y restituida a su dignidad episcopal, se pasan a su catedral
la mitad de las reliquias desde el monasterio de Silos, con autorización y
mandato del Arzobispo de Toledo, en el 1125.
Tan celosamente se guardan que se pierde el sitio donde fueron depositadas hasta
que se encontraron milagrosamente, en tiempos del celoso obispo D. Juan Arias de
Ávila.
En el año 1558 se depositaron finalmente en la nueva catedral. Allí, en el
trascoro, reposan los restos del Patrono de la Ciudad, teniendo por fondo el
retablo que trazó Ventura Rodríguez para el palacio de Riofrío y que Carlos
III donó para la catedral segoviana.
San Valentín y Santa Engracia, eran hermanos de San Frutos.
nacieron en el seno de una familia rica que debió ser de
profundas convicciones cristianas que supieron, con la misma vida, inculcarlas a
sus hijos. Sin que se sepa la causa, murieron los dos. Ahora los tres jóvenes
son herederos de unos bienes y comienzan a conocer en la práctica la dureza que
supone el ser fieles a los principios. Parece ser que tanto tedio provocaron en
ellos los vicios, maldades, desenfrenos, asechanzas y envidias de su entorno
humano, que Frutos les propone un cambio radical de vida. Los tres, con la misma
libertad y libre determinación deciden vender sus bienes y los dan a los
pobres. Dejaron la ciudad del acueducto romano y quieren comenzar una vida de la
soledad, oración y penitencia por los pecados de los hombres. A la orilla del río
Duratón les pareció encontrar el lugar adecuado para sus propósitos. Hacen
tres ermitas separadas para lograr la deseada soledad y dedicar el tiempo de su
vida de modo definitivo al trato con Dios.
A partir de aquí se tiene noticias de Frutos cuando el estallido de la invasión
musulmana y su rápida dominación del reino visigodo. Frutos, en su deseo de
servir a Dios, intervino de alguna manera -y con vivo deseo de martirio- en
procurar la conversión de algunos mahometanos que se aproximaron a su entorno;
defendió a grupos de cristianos que huían de los guerreros invasores; dio ánimos,
secó lágrimas y alentó los espíritus de quienes se desplazaban al norte; fue
protagonista de algunos sucesos sobrenaturales y murió en la paz del Señor,
con el halo de santo, el año 715.
La misma historia refiere que sus hermanos Valentín y Engracia fueron de los mártires
decapitados por los sarracenos y sus cuerpos colocados con el del Santo.
Lo que se sabe hoy del entorno en que viven y mueren estos santos facilita
cubrir las lagunas o los interrogantes que pueden presentarse. La invasión
musulmana, su rápido avance por el reino hispano-visigodo y el martirio de
cristianos tuvieron su génesis. La unidad del reino tan lograda por la conversión
del arrianismo a la fe católica de Recaredo en el 589 presentaba ahora una
falsa cohesión por su fragilidad. Los clanes de nobles, civiles y eclesiásticos,
con intereses políticos y económicos contrapuestos, tratan de controlar cada
uno alternativamente el trono de Toledo y son una fuente continua de conflictos.
La nobleza que en un principio recibió unos territorios para ejercer en ellos
funciones administrativas, fiscales y militares, al hacerse hereditarias, quedan
prácticamente privatizadas con detrimento progresivo de las funciones públicas
características de un estado centralizado y llevan a la fragmentación del
poder del monarca. La clase aristócrata asienta aún más la diferencia social
con el pueblo cada vez más pobre, indefenso, desorientado, abandonado y
hastiado del lujo de sus señores. Hay que añadir desastres naturales que
asolan el país especialmente desde el reinado de Kindasvinto (642-653) como
epidemias que diezmaban a la población, plagas de langostas, sequía, pestes y
despoblamiento. El vicio, la amoralidad y desenfreno reina en la sociedad al
amparo de lo que sucede en las casas de la nobleza. A la muerte de Witiza, los
partidarios de Akhila, su hijo primogénito, no consiguen ponerlo en el trono
ocupado por D. Rodrigo, duque de la Bética, y piden ayuda a los bereberes. El
desastre de Guadalete del 711 hizo que lo que fue una simple ayuda de los moros
capitaneados por Tariq se convirtiera en toda una invasión y conquista
posterior que colma los planes estratégicos del Islam por la decrepitud que se
había ido gestando en el interior del reino visigodo.
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