Estos tres hermanos alcanzan la palma del
martirio en León, decapitados de orden del presidente Diogeniano.
Su recuerdo va unido filialmente al del
centurión San Marcelo, que por estar al servicio de Cristo había sido
degollado poco antes en Tánger, el 30 de octubre del año 298;
cumplimentando una sentencia de Aurelio Agricolano, a la que había
respondido el centurión: Dios te lo pague.