La fama de San Leonardo de Puerto Mauricio como misionero popular en Toscana y el
norte de Italia, a principios del siglo XVIII, cruzó las fronteras de su orden y
de su patria. En cambio, es menos conocido otro franciscano que predicó en Calabria
por aquel entonces: el Beato Angel Acri, aunque en su
época, fue tan famoso en el sur como San Leonardo en el norte. Ángel nació en Acri,
en la diócesis de Bisignano en 1669. A los dieciséis años, ingresó como
postulante en el convento de los capuchinos, pero la austeridad de aquella era
demasiado para sus fuerzas, de suerte que tuvo que volver al mundo. Como
ello no le satisficiese, consiguió al cabo de algún tiempo que se le diera
oportunidad de probar su vocación en la misma orden y volvió a fracasar. Entonces, un tío suyo que era sacerdote, le dijo que Dios quería seguramente
que se
casase y viviese en el mundo, pero Ángel no se dejó convencer, pues se sentía
profundamente atraído por la vida religiosa y experimentaba una aversión invencible
por la vida del mundo. Así pues, en 1690, volvió a ingresar en el convento de los
capuchinos. Con la ayuda de la oración, logró superar
las dificultades y así, al cabo de un noviciado que podríamos calificar de tormentoso, hizo la profesión y empezó los estudios sacerdotales.
Sus superiores pensaron que necesitaba todavía
una severa disciplina y le trataron con gran rigor. Por otra parte, el beato sufría
de violentas tentaciones contra la castidad. Venció ambas pruebas, y esto le hizo
tanto bien, que
se dice que fue arrebatado en éxtasis durante su primera misa. En 1702, sus
superiores le dedicaron finalmente a la predicación. Su primera aparición en público
fue durante la cuaresma en San Giorgio. El beato había preparado con gran cuidado
su sermón pero una vez en el púlpito, le falló la memoria, y ello
le produjo tal impresión de desaliento, que se volvió al convento antes de que
la
cuaresma terminase. Al reflexionar sobre su fracaso y pedir a Dios que le ayudase,
le pareció un día que una voz le decía: "No tengas miedo. Yo te daré el
don de la precicación." "¿Quién eres?", preguntó el beato.
"Soy el que es" , respondió la voz. "En adelante, predica simplemente, como si estuvieses
conversando, para que todos puedan entenderte." Siguió el consejo el P. Angel: hizo
a un lado todos los libros de oratoria, todas las elegancias del lenguaje y las
arucias del pensamiento y, en adelante, preparó sus sermones con la Biblia y el
crucifijo.
Inmediatamente, empezó a tener gran éxito entre el pueblo. Pero en
aquélla época, San Alfonso María de Ligorio y los redentoristas no habían
popularizado aún en Italia la predicación sencilla, de suerte que las personas de
alcurnia menospreciaban la sencillez y familiaridad de la predicación del P.
Angel. El beato llegó a ganarse la benevolencia de estos últimos en una forma
casi dramática. En
efecto, en 1711, el cardenal Pignatelli le invitó a predicar la cuaresma en
Nápoes. Su primer sermón provocó la hilaridad maliciosa entre los nobles y en
los dos días siguientes la iglesia estuvo casi vacía. El párroco trató
de disuadir al beato de proseguir sus sermones; pero el cardenal Pignatelli no cedió.
Este incidente despertó cierta curiosidad, de suerte que, al día siguiente, la
iglesia estaba repleta. Al terminar su sermón, el P. Angel pidió a los presentes
que orasen por el alma de una persona que se hallaba en la iglesia e iba a morir.
Cando la multitud salía de la iglesia, comentando esas palabras, un abogado muy
conocido, que se había burlado mucho de la predicación del beato, cayó muerto
de un síncope. Este y otros hechos no menos notables dieron gran fama en Nápoles
al P. Angel. En adelante, las iglesias en que predicaba estaban siempre repletas,
y muchos de los que acudían a oírle, por curiosidad, recibían la gracia de Dios
y caían de rodillas.
El beato predicó misiones populares en Nápoles y, sobre todo, en
Calabria, durante los siguientes vientiocho años y convirtió a miles de
personas a penitencia y mejor vida. Dios confirmaba su predicación con muchos
milagros, particularmente con curaciones. Además, se cuentan del P. Ángel
ejemplos de agilidad y bilocación sobrenaturales. Poseía el poder de leer los
corazones y recordaba a las gentes los pecados que habían olvidado o callado en
sus confesiones. En Nápoles predijo varias veces el futuro con gran exactitud.
Predicó hasta que quedó ciego, seis meses antes de morir, pero pudo seguir
celebrando misa hasta su muerte, que ocurrió en el convento de Acri, el 30 de
octubre de 739. Se cuenta que tres días después de su muerte, por orden del
padre guardián, movió el brazo y fluyó sangre de él, lo mismo que se
refiere del Beato Buenaventura de Potenza. Ángel de Acri fue beatificado en 1825.
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