A causa de sus extraordinarias virtudes fue
elevado San Macario a la dignidad de patriarca de Antioquía. Con el fin de
huir de los honores, abandonó esta ciudad yendo en peregrinación a Jerusalén.
Capturado por los sarracenos, logró escapar y se fue a Flandes donde murió
gloriosamente cuidando enfermos de peste. Tenía siempre a mano un pañuelo,
para secarse las lágrimas que le hacían derramar los pecados de su pueblo.
Murió en Gante, el 10 de abril de 1012, en el monasterio de San Bávon. Se lo
invoca contra la peste.
MEDITACIÓN
SOBRE CUÁL DEBE SER EL
MOTIVO
DE NUESTRAS LÁGRIMAS
I. Llora tus miserias: el mundo es un valle
de lágrimas, lleno de innúmeras calamidades, donde los placeres mismos son
fuente de mucho llanto; nuestros cuerpos son la prisión de nuestras almas;
nuestras enfermedades son los verdugos de nuestro cuerpo; no es nuestra vida
sino una serie continua de dolores y aflicciones. Nacemos y vivimos en lágrimas, morimos en dolores, suspiros y sollozos. Con todo amamos
esta vida, y huimos de la muerte que debe poner término a nuestros dolores y a
nuestras lágrimas.
II. Llora tus pecados como David, que bañaba el
lecho con sus lágrimas, que mojaba su pan en llanto. ¡Si lloras la pérdida de
un amigo, de un pariente, de un pleito, qué lágrimas no deberá arrancarte
la pérdida del paraíso, que tus pecados te arrebataron! Llora también los
pecados de los demás si amas a Nuestro Señor Jesucristo, porque esos pe cados
de nuevo lo crucifican.
III. Consuélate, tú, que lloras por tus miserias
y tus pecados. Pasa el tiempo de tu exilio, inadvertidamente te acercas a la
patria. Dios enjugará todas tus lágrimas en el cielo; ya desde esta vida calma
tu llanto, si mana del dolor de tus pecados. ¿Qué gozo puede compararse, en
este mundo, al gozo de llorar nuestros pecados? Si es tan deleitoso llorar
por Jesús, ¿qué no será regocijarse con Él? (San Agustín).
La compunción
Orad por los
obispos.
ORACIÓN
Haced, oh Dios
omnipotente, que la augusta solemnidad del bienaventurado Macario, vuestro confesor y pontífice, aumente en nosotros el espíritu de piedad y el deseo
de la salvación. Por J. C. N. S.
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