El gran San León sobrepujó a todos sus contemporáneos en prudencia, en elocuencia y en virtud. Su mérito lo
elevó
al sumo pontificado; su elocuencia triunfó de Atila, que se disponía a saquear
a Roma: su sola palabra detuvo al conquistador y lo hizo retroceder. Su
principal cuidado fue combatir la herejía, propagar el Evangelio por sus
predicaciones y escritos, y reformar el clero. Murió en el año 461.
MEDITACIÓN
SOBRE LAS CONVERSACIONES
I. Se ha de desterrar de las conversaciones
toda palabra que pueda herir a la caridad, a la pureza o a la cortesía. Estos
puntos abarcan todas las faltas que puedes cometer en tus conversaciones. Nunca
hagas tu propio elogio, no censures a los demás; nada digas que pueda
avergonzar a los que te escuchan o afligir a tu ángel custodio. Reflexiona
sobre estas tres clases de defectos: ¿ninguno tienes?
II. Conversa con entera franqueza de las cosas de
Dios con tu director espiritual o con alguna otra persona piadosa y sabia. A veces
estas conversaciones te
inspirarán más tiernos sentimientos de devoción que los que experimentas
en tus oraciones. Tanto gustas de hablar de tus negocios, y ya que el de tu
salvación es el mayor de todos, ¿por qué no hablas de él alguna vez, para
comunicar a los otros los buenos sentimientos que Dios te inspira y para aprovecharte de sus luces?
III. Debes ponerte de parte de Jesucristo si, en
la conversación, alguien habla mal de las cosas san tas, o en chiste, o pone
en duda algún artículo de la fe o murmura de un ausente. No te avergüences entonces de declararte abogado de Jesucristo; habla valientemente, pero
siempre con discreción: Dios te inspirará lo que debas decir. Si alguien habla
mal de algún amigo tuyo, asumes su defensa; si se trata de Jesucristo o de
alguno de sus servidores, te que das mudo. Seríamos más felices si pusiéramos
tanto esmero en agradar a Dios como a los hombres, y si temiéramos tanto
desagradar al Creador como a la creatura. (San Paulino).
Celo por la gloria de Dios
Orad por
el Papa.
ORACIÓN
Pastor eterno, mirad con
benevolencia a vuestro rebaño y guardadlo con protección constante por vuestro
bienaventurado Sumo Pontífice León, a quien constituisteis pastor de toda la
Iglesia.
Por J. C. N. S.
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