San Galdino fue uno de los
principales patronos de Milán. Su nombre aparece, junto con los de San Ambrosio
y San Carlos Borromeo, en todas las letanías del rito milanés. El santo
descendía de la famosa familia Della Scala. Fue canciller y archidiácono de
dos arzobispos de Milán; desempeñó tan hábilmente esos cargos en una época
muy difícil, que se ganó la estima del clero y del pueblo. El Papa Alejandro
III fue elegido en 1159, pero algunos cardenales disidentes, eligieron poco
después, a un antipapa amigo del emperador Federico Barbarroja. Milán había
ofendido antes al emperador, reclamando el derecho de elegir a sus magistrados,
y el apoyo que la ciudad prestó a la causa del Papa Alejandro III enfureció
todavía más a Federico. El Arzobispo Huberto y su archidiácono Galdino,
tuvieron que salir de la ciudad, y al año siguiente, Federico la sitió con un
gran ejército y la tomó. Fue entonces cuando el emperador dio la orden de
trasladar los supuestos cuerpos de los tres Reyes Magos, de la iglesia de San Eustorgio a Colonia, donde se conserva todavía esas
"reliquias" En 1165, Galdino fue consagrado cardenal. Al año siguiente, murió el
arzobispo Huberto y él fue escogido para sucederle. En vano alegó su mala
salud, debilitada con las pruebas que había tenido que sufrir; Alejandro
III le consagró personalmente. El nuevo prelado se dedicó, ante todo, a
consolar y alentar a su rey. Los lombardos habían formado una unión para
reconstruir Milán, y el santo colaboró, con todas sus fuerzas, en la
empresa. Pero ello no le impidió desempeñar celosamente sus deberes
pastorales, pues predicaba constantemente e iba a visitar a los pobres a su
casa. También se ocupó de restablecer la disciplina del clero, que
inevitablemente se había relajado un tanto, durante la época tormentosa
que había atravesado la ciudad. El santo consagró toda su elocuencia y
sabiduría a subsanar los efectos del cisma y a refutar las doctrinas de los cátaros, que se habían
divulgado mucho en Lombardía.
El último día de su vida, aunque
estaba ya muy débil para celebrar la misa, pronunció todavía un ardiente
sermón contra la herejía; pero perdió el conocimiento antes de bajar del
púlpito y murió al terminar la misa. El año de la muerte de San Galdino,
la Liga Lombarda derrotó a los ejércitos imperiales en la batalla de
Legnano. En la famosa reunión, que tuvo lugar en Venecia, en 1177,
Barbarroja abjuró del cisma e hizo la paz con la iglesia. En realidad,
todos los historiadores sensatos están de acuerdo en afirmar que el Papa
jamás puso el pie sobre el cuello del emperador, excepto en un sentido
metafórico. Ninguno de los escritores de la época menciona ese hecho que,
por lo demás, no cuadra con el carácter magnánimo de Alejandro III.
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