San Pedro de Verona renunció desde su infancia a
los errores de los cátaros. Las promesas y amenazas de sus padres fueron
impotentes para hacerlo vacilar en la constancia de su fe. Entró en la orden de
Santo Domingo, y vivió en ella con tanta inocencia que se asegura que jamás
cometió ningún pecado mortal. Ardientemente pedía a Dios la corona del
martirio. Sus deseos fueron escuchados. Nombrado inquisidor de la fe, se atrajo
el odio de los herejes, y uno de ellos, que lo acechó en el camino de Como a
Milán, le hendió la cabeza con un mandoble de espada, en 1252.
MEDITACIÓN
SOBRE LA VIDA Y
MUERTE DEL PECADOR
I. El pecador vive en tinieblas y en
ceguera. Las pasiones oscurecen en él las luces de la razón y de la fe. No
consulta como a regla de su conducta, sino su placer, su interés y los deseos
de su corazón desordenado. Si siguiese las luces de la razón, ¿se expondría
acaso a suplicios eternos por placeres tan breves y tan vanos? ¿Si se comportase según las
luces de
la fe, buscaría por ventura con tanto afán las riquezas, que son tan grande
obstáculo para la salvación de muchos?
II. El pecador recobra en el momento de la muerte
estas hermosas luces de la razón y de la fe que durante su vida se habían
oscurecido. Entonces la razón le hace ver cuán insensato fue en trabajar toda
la vida para amontonar riquezas perecederas, para hacerse de amigos que no
quieren o no pueden socorrerlo. La fe le representa, en todo su horror, los suplicios del infierno en los cuales no quiso pensar cuando gozaba de perfecta
salud. Despabílase entonces del profundo adormecimiento en el que vivió; abre
los ojos a esta horrible realidad que no quiso prever.
III. En esta diferencia que existe entre la muerte
y la vida del pecador, hay sin embargo un punto en que concuerdan: ha vivido
como impío, muere como impío. Los santos mueren santamente, porque han vivido
santamente; los malvados perseveran en el crimen en el momento de la muerte
porque en él perseveraron durante la vida. ¿Quieres saber cómo morirás?
Mira cómo vives.
La constancia
Orad por
las órdenes religiosas.
ORACIÓN
Dios omnipotente, haced benignamente que imitemos con un celo digno de Vos la fe del bienaventurado Pedro, vuestro mártir,
quien, por la propagación de esta misma fe, mereció recibir la palma del mar
tirio.
Por J. C. N. S.
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