Polaco de origen extranjero (su familia procedía de la Bohemia, pero llevaba
ya varias generaciones en el país), es uno de los símbolos de la martirizada
Polonia. Cada vez que en la historia reciente la nación polaca se ha visto
sumergida por invasiones y ha sido víctima de desmembramientos, la defensa de
la fe y la esperanza en el futuro se han concretado en hechos milagrosos por
intercesión de este jesuita.
Era oriundo del sur del país, se educó con la Compañía de Jesús, en la que
solicitó ingresar, y en 1622 fue ordenado de sacerdote en Vilna. En esta ciudad
ejerció su ministerio, destacando como predicador, director de conciencias y
hombre de caridad inagotable atendiendo a enfermos y moribundos, sobre todo
durante la peste de 1625.
Pero su carácter impulsivo y fogoso le llevó a querer vivir en los lugares de
mayor riesgo, y desde 1633 hasta su muerte fue uno de los misioneros más
activos en la parte oriental de lo que entonces era Polonia, una región
disputada por los rusos y con una gran mayoría de habitantes que vacilaban
entre el cisma ortodoxo y la Iglesia romana.
Durante un cuarto de siglo Andrés Bóbola vivió en esta azarosa frontera de la
catolicidad, mientras se sucedían a su alrededor guerras, matanzas de
religiosos, devastaciones y amenazas de todo orden, hasta que en mayo de 1657,
a sus 66 años, en Lituania, fue
apresado por los cosacos y murió entre salvajes torturas
le azotan de pies a cabeza, le echan al cuello una soga, y sujetándola a la
silla de dos caballos, los lanzan a correr. Después le queman todo el cuerpo
con antorchas encendidas: en odio al orden sacerdotal. le desuellan la corona y
las manos; le hincan astillas entre las uñas de las manos y de los pies; le
cortan la nariz, las orejas, los labios; y abriéndole el cuello por detrás, le
arrancan la lengua. Por fin, le atraviesan el corazón con una lanza. y le
acribillan con las espadas todo el cuerpo, hasta que el invicto mártir expira.
Fue canonizado en 1938 y sus restos mortales
se veneran en Varsovia.
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