Año
1779. Al final de un sendero bordeado de álamos, traspasado el puente sobre el
Yvonne, el río pacífico con fondo de bosques lejanos y vecinos viñedos, los
tejados rojo y vivo de Joigny, un lugar perdido en la Borgoña. Aquí, París;
allí, Lyón. Unos minutos cuesta arriba de la calle Mayor y el barrio de los
artesanos: casas minúsculas, blanqueadas, de ventanas chicas y puerta baja.
Jacobe Barat, el tonelero dueño de las viñas que crecen junto al Larry, vive
allí a la derecha. Madeleine, su mujer, todo un carácter, en la noche del 12
de diciembre, repitiendo el gozo de la escena comentada por Jesucristo, alza en
los brazos una hijita nueva. La casa frontera arde en tanto, y esa niña,
llegada entre el resplandor, contestará balbuceando que "C'est le
feu", "el fuego", cuando las vecinas le pregunten entre sonrisas:
"¿Quién te trajo al mundo?" Va a ser la glorificadora del Corazón
ardiente de Jesucristo, que vino a incendiar la tierra. Se llamará Magdalena
Sofía.
Sofía,
desde la ventana de su buhardillita, otea los viñedos extensos y vuelve a sus
libros. Luis, su hermano, su padrino, su maestro, es recio, exigente y hasta un
poco exagerado. Estudia para llegar a sacerdote y se empeña en hacer de su
hermana un doctor sesudo. Sofía era endeblita como una flor de secano, y los
librotes, densos e inacabables. Profundo conocimiento de la filosofía,
literaturas clásicas y modernas, el latín y el griego. Llegó a ser -decía
ella- casi "más virgiliana que cristiana". Curioso este plan de
estudios. Curioso por desproporcionado para una aldeana y extraño para su época,
fuera de los espíritus selectos. Para colmo, estudiaba ciencias exactas,
astronomía, botánica y física. Como un premio recibió el permiso para
dedicarse a las lenguas vivas, y cultivó con cariño especial la española y la
italiana. Más de una vez se la veía entusiasmada con el Quijote
y el Castillo interior o Moradas
de Santa Teresa, quien la convenció de que el español es la "langue faite
pour parler à Dieu", "la lengua nacida para hablar con Dios".
Tuvo
Sofía una afición hispánica intensa. Lo más medular de su espiritualidad
misma osciló siempre entre la gran Teresa de Avila y San Francisco Javier y San
Ignacio. Así lo afirman todos sus biógrafos cuando comentan el estilo de las
constituciones o reglas de la Sociedad del Sagrado Corazón, defendido con viril
tesón contra todos los intentos de cambio. A la fundación primera en España,
solicitada por las niñas catalanas alumnas del Sagrado Corazón en Perpiñán,
contestó: "Doy mi adhesión con el corazón entero". Un hombre del
temple hasta brusco de Luis Barat guió a su hermana por un camino áspero en
exigencia y en métodos. Toda su vida, desde el corazón a la cabeza cruzando
los sentidos, su jornada entera y su calendario, estaban sometidos a la brida y
bocado de esta mano dura, que exigía a una débil criatura todo lo que a sí
mismo. Tan sólo permitía el preceptor un paréntesis en el trabajo intelectual
en las épocas de mayor labor campestre, durante las que la hija ayudaba a su
madre en los afanes de la alegre vendimia. En aquellas ocasiones recitaba en su
propio marco fragmentos de la mejor literatura bucólica.
La
revolución de 1789, la gran Revolución Francesa, descompuso esta paz del pequeño
Joigny. Era la revuelta de espaldas a Dios. Ignoraba, al proclamar los
"derechos del hombre", que el primer derecho del hombre es su salvación
eterna. Fue la primera revolución que desprestigió esa palabra, "revolución",
que hasta entonces se había podido aplicar a la obra radical promovida por el
mismo Evangelio.
Luis
Barat sufrió prisión; pero, en medio de aquellos horrores, llegó a la
ordenación sacerdotal, lo que venía entonces a ser sinónimo de voto de
martirio, Con frecuencia en la Historia sucede algo así. Entretanto Sofía, con
aquel desusado bagaje intelectual, educada en unas exigencias espirituales tan
exquisitas, esperaba "un no sé qué". El ambiente de Joigny anunciaba
a la muchacha el destino de una normal boda con alguno de sus buenos paisanos,
cuando Luis, aspirando para su hermana desconocidos horizontes de Providencia,
indicó algo que cayó como una bomba en la sencilla opinión familiar: Sofía
debía salir de Joigny. La empresa era difícil, pero a la medida del tozudo
Barat, hijo. A París fue él para más disimulando ejercicio de su ministerio
en el secreto de las circunstancias revolucionarias. Y en casa de una heroica señora,
madame Duval, fue aceptado como huésped que pagaba el pupilaje con la más
cotizada moneda: la diaria celebración, estilo catacumbas, del santo
sacrificio. Venía a ser una bautizada versión del pretencioso "París
bien vale una misa" de aquel voluble rey francés. Poco después convive
allí Sofía, alejada entre lágrimas de la paz hogareña. Prosigue su educación
minuciosa, y son sus primeros ensayos educadores como catequista de los niños
vecinos que crecían sin Evangelio.
La
dirección de su alma se hizo más posible en la capital y el amor de Dios
aumentó entre las piras incendiarias y las guillotinas: "El Papa,
desterrado de Roma, prisionero y expirando en Valence; los obispos, expatriados;
las iglesias, profanadas; los conventos, destruidos: los niños, sin instrucción;
los hombres, sin religión: el luto en las familias; miles de miserias públicas
y privadas..." Ésta es la lista de congojas escrita entre lágrimas por
Sofía. Las crueldades y ridiculeces de la revolución hastiaron a los franceses
y la reacción religiosa llegó a su primera cumbre en 1797: libertad de cultos.
Un celo devorador de apostolado sacudió Francia entera. Fue una vocación
colectiva a la santidad. Sofía, preparada por largos años a esta llamada de la
gracia, pasó tres años de preguntas a Dios: ¿por dónde? ¿El Carmelo acaso?
En
1800 cruzaban la frontera francoalemana los Padres del Sagrado Corazón.
Fundados por Tournélv. se dirigían entonces por un ex militar fogoso: el P.
Varin. Varin tuvo una historia semejante a Loyola y fue jefe de esta milicia
sacerdotal que acabó desembocando de hecho en la Compañía de Jesús. Luis
Barat se adhirió a los Padres del Sagrado Corazón y habló al superior de su
hermana como llamada por Dios. Pero ella seguía indecisa: "Lo pensaré".
Pero Varin repuso: "Todo lo encamina Dios según sus designios, y la
educación nada común que habéis recibido no parece ordenada por Él para ser
sepultada dados los tiempos presentes. No, Sofía, ya no es hora de pensar.
Cuando se conoce la voluntad de Dios hay que cumplirla... ¡Yo, en nombre suyo,
os la declaro!". En Santa Magdalena Sofía aparece más su obra y ella en
función de su obra. Nunca consintió ser llamada fundadora, y no fue superiora
y no fue superiora hasta 1800, y extraordinariamente, a la fuerza; superiora
general no se logró que lo fuera hasta 1806. Fue siempre a remolque de los
destinos divinos. Las constituciones
las escribe para asegurar la continuidad de su Sociedad contra asechanzas que
pretendían desviar su espíritu corazonista y asesorada por los padres Varin y
Druilhet. Ya de este momento vocacional escribe: "En cuanto a mí, nada
preveía entonces; no hice sino aceptar lo que me proponían" Los nombres
de sus colaboradoras -Deshayes, Duchesne, Maillucheau... -aparecen
continuamente ligados a su vida.
Sofía
y sus compañeras, en un principio tan inclinadas al Carmelo, cedieron su vocación
contemplativa a la activa, pero sin abandonar de ningún modo la contemplación.
"Contemplar y entregar esa contemplación es más perfecto que sólo
contemplar, lo mismo que alumbrar es más que el simple lucir", enseña
Santo Tomás. Esta vida "mixta" es la escogida por la nueva sociedad
religiosa. Une en armonía la contemplativa y la activa, y resulta superior a
las dos. Por eso una mujercita afanosa que alimenta sus labores diarias caseras
con su diaria oración y no trabaja bien si bien no ora, y no ora bien si bien
no trabaja; un oficinista que en su oración diaria halla la alegría de su
trabajo monótono y oscuro, y que, a fuerza de intención sobrenatural,
transfigura los papeleos en la máquina, están haciendo la más perfecta vida:
contemplar y dar fruto para los demás.
Claro
que la misma Sofía notará toda su vida situada en tensión entre la oración y
la acción: "Lo esencial es conservar el espíritu interior en medio de
este jaleo", escribirá. No siempre parece posible elevar la intención lo
bastante para justificar cara a Dios largas tareas de profesor, o de enfermero,
o de burócrata: "Soy como un secretario de ministro. No tengo tiempo de
respirar. Las visitas, los asuntos se suceden y, en medio de este caos, ¿se
puede encontrar a Jesucristo?". El motivo de esta vida tan tensa sólo es
uno. En las primeras reuniones de la Sociedad preguntó el P. Varin: "¿Cuál
debe ser el espíritu de la obra?". Rápidamente fue ésta la respuesta común:
"La generosidad, el Corazón de Jesús, no quiere sino almas grandes".
¿Y
por qué precisamente el Sagrado Corazón? Hasta el siglo XVII las revelaciones
del Corazón de Jesús fueron conocidas sólo por alguna de las monjas de los
monasterios medievales. Cuando Jansenio helaba las almas con sus herejías, que
pretendían achicar el amor divino, Dios suscitaba apóstoles de su Corazón
enamorado de los hombres. San Juan Eúdes, Santa Margarita María, el Beato de
la Colombière y San Pompilio María Pirroti.
Siglo
XVII: San Juan Eúdes transforma la devoción corazonista en culto litúrgico, y
ya en 1672 obtiene que la fiesta del Sagrado Corazón se solemnice en los
seminarios de su Congregación. Y sobreviene en este siglo el gran aldabonazo
del amor: las revelaciones a Santa Margarita María en Paray-le-Monial con la
gran promesa, que acerca mensualmente al Sacramento como seguro de salvación.
En el hecho de que los "primeros viernes" rara vez suelan lograrse
completos seguidos hay algo de divina estratagema para hacernos pasar la vida en
comunión.
Con
Santa Margarita de Alacoque, la Visitación, con su confesor el Beato de la
Colombière, la Compañía -apóstol universal del Corazón de Cristo-, son
dos las Ordenes religiosas envueltas en el nuevo fuego, que comenzará vivo en
la Congregación eudista. San Pompilio María Pirroti -ya en el XVIII-
embarca en la empresa a la Orden de las Escuelas Pías al propagar por Italia la
primera novena al Sagrado Corazón. El siglo XIX completa el conjunto con
nuestra Santa Magdalena Sofía, también en clara línea de reacción
antijansenista: "¡Si se conociera qué encantador es Jesús, qué amable
en los brazos de su Madre, cómo su pequeño corazón ya está latiendo por
nosotros! ¡Es grande el Señor y merece ser alabado! ¡Es pequeño y merece ser
amado! Hacedlo conocer y pronto se le amará; sobre todo hacedlo conocer a
esas devotas ridículas que ponen diques a la misericordia de Dios".
Aquí asoman sus viejas lecturas literarias: "dévotes ridicules"
recuerda las "preciosas ridículas" del gran Moliére. Pero la
originalidad de Santa Magdalena Sofía está en el fin apostólico de su
Sociedad, que anhela la glorificación del corazón de Cristo por la educación
de la juventud, "para devolver a las almas su fe en amor" (P.
Charmot).
El
nombre de "Sociedad del Sagrado Corazón" fue conservado por la madre
Barat contra viento y marea: desde el momento en que los vendeanos, al
levantarse en armas, lo habían ostentado, usarlo parecía unirse a un partido
político. Pero el nombre era el estilo y había de perdurar. La segunda y más
íntima originalidad de la Santa era que su entrega al Corazón divino, más que
una devoción, era una consagración. Santa Margarita María seguía al corazón
en sus sangrientas horas de la Pasión. La santa madre Barat abarcó en la
consagración de su Sociedad una visión que abarcaba esto y más: el amor de
Dios en su vida humana entera, todo el Evangelio como fruto cordial de
Jesucristo. "Todos los misterios de amor y salvación han brotado del
Sagrado Corazón de Jesús. Desde que la santa humanidad del Salvador fue unida
a la divinidad en el seno de María, su pequeño Corazón nos dedica ya sus
primeros sentimientos: se ofrece al Padre para expiar y para salvarnos".
Por eso cuando, en 1853, conoció la misa del Sagrado Corazón
"Egredimini", de ornamento blanco —en contraste con la de ornamento
rojo "Miserebitur", más acorde con el estilo de Santa Margarita—,
la pidió a Roma para las casas de la Sociedad como totalmente de acuerdo con su
visión del Corazón de Jesús. El doble aspecto de este estilo se manifiesta en
los evangelios "Aprended de Mí" y "He venido a traer fuego a la
tierra"; el primero como escuela interior, el segundo como mística de acción.
Sí; era el fuego, ya desde niña, el móvil de su vida.
La
ciudad de Amiéns fue la cuna de la obra. Siguieron Grenoble, Belley, Poitiers,
Niort... París, Turín, Roma. En vida de la fundadora llegan a 111 las casas.
Hoy 7.000 religiosas y 180 casas llenan Europa, América, Japón, China, Egipto,
Congo belga y la India.
En
Francia habían ocurrido muchas cosas. Usurpador tras usurpador, el gobierno del
país había caído en las manos férreas de Napoleón. "Fue siempre
costumbre de los usurpadores, al querer instalarse pacíficamente, apelar a la
religión para legitimar el poder conquistado y rodearlo de una aureola que lo
hiciese venerable a la faz del pueblo. Y en semejantes ocasiones el tirano
permite al pueblo incluso mantener sus creencias y aun en forma espectacular
ejecuta los ritos que antes había, si cabe, pisoteado". Así escribe Carlo
Castiglioni en su Historia de los Papas.
Y Napoleón pretendió resucitar para su utilidad una ceremonia imponente que
desde tres siglos atrás no se había celebrado: la coronación imperial por
manos del Papa. Pío VII temió por la cristiandad entera si se negaba y, después
de abundantes y duras condiciones al flamante emperador, accedió. Fue entonces
cuando, de paso el Pontífice por Lyón hacia París, camino del rito, Pío VII
se digna recibir a la madre Barat y bendecir la Sociedad.
En
los años 1808-1816 las pruebas divinas sobre la fundadora hicieron de ella
"una de las santas más crucificadas de su siglo". El capellán de la
casa de Amiéns, Saint-Estéve, que, junto con los padres Varin y Druilhet, había
recibido el encargo de colaborar en la redacción de las constituciones, se dejó
seducir por la idea de que a él sólo correspondían las atribuciones de
fundador. Así sugestionado, se lanzó a escribir unas constituciones que fueron
rechazadas por la mayoría de las religiosas. Sin embargo, un grupo, las de
Gante, en Bélgica, engañadas por una falsa aprobación romana apañada por el
artero "fundador", y temiendo siempre por la sospecha de galicanismo
que atraía envuelto indistintamente todo lo francés, siguieron a Saint-Estéve
y se separaron de la fundadora. En este matiz el culto, estilo y nombre del
Sagrado Corazón quedaban suprimidos. Nombrado secretario del embajador francés
en Roma, hizo Saint-Estéve allí lo que pudo y lo que nunca debió hacer para
lograr el triunfo de su facción; hasta falsificó documentos y cartas.
Entretanto la madre Barat, sola, pues el padre Varin estaba en pleno noviciado
en la Compañía, sostuvo su fe y la de sus atribuladas hijas: "Aceptemos
la cruz desnuda. Jesús, a pesar de todo, callaba; estas tres palabras son toda
mi fuerza". La crisis, por fin, pasa porque Roma acaba siendo la verdad y,
desprestigiado el pobre Saint-Estéve, León XII aprueba en 1826 las
constituciones de la Madre. Pero en 1839 todo el separatismo eclesiástico francés
se revuelve en contra del traslado a Roma de la casa madre, y en 1848 la
revolución expulsa al Sagrado Corazón de Suiza y del Piamonte. Nuevas pruebas
para un corazón generoso.
Al
observar en las almas santas estas virtudes heroicas es preciso notar que no
aparecen en ellas de un modo como mágico, automáticamente. Son el resultado de
un lentísimo proceso de entrega trabajosa de sí mismo a la voluntad divina, de
una sucesiva unión con las virtudes de Jesucristo cooperando con su gracia. El
secreto de la vida interior de Santa Magdalena Sofía es un armónico combinado
de la ascética ignaciana de los "Ejercicios" en su aspecto de
contemplación familiar de la vida del Señor, las revelaciones a Santa
Margarita y el año litúrgico.
Es
aquí donde aparece extraordinaria la sabiduría de la madre Barat. Actualmente
ya no resulta rara esta cotización del culto en la escala interior de perfección,
pero entonces el movimientos litúrgico no había hecho sino empezar, y he aquí
una religiosa que ya cimienta en él la adquisición de su forma de vivir de
Dios. Aun hoy es difícil para muchas almas acompasar la espiritualidad
personal, el caliente momento psicológico, con el de la santa Iglesia, y Pío
XII ha tenido que romper lanzas por la pretendida enemistad entre lo que han
dado en llamar "piedad objetiva" -la litúrgica- y "piedad
subjetiva" -la íntima-. Para la madre Barat sí que no existió este
enemiga. 'La liturgia es mi pasión dominante", escribió. Y este encontrar
su corazón en la liturgia, en el año litúrgico, fue normal en su vida. El
padre Brou tiene un estudio admirable sobre cómo plegó con toda naturalidad su
devoción personal a la piedad oficial de la Iglesia la fundadora.
Por
otra parte, su ascética fue también lo que hoy se llama "de unidad",
la ascética de "salvarse en racimo". "Una hija del Sagrado Corazón
no se debe salvar sola." El dogma de la comunión de los santos, que haría
trazar a Pío XII una de sus más luminosas cartas encíclicas, la del Cuerpo místico,
era ya cosa vivida por esta gran mujer, que llevó el ignaciano "sentir con
la Iglesia" hasta las más escondidas fibras de su estilo.
La
sencilla fecundidad de la enseñanza y el ejemplo de Santa Magdalena Sofía, la
extraordinaria vigencia actual de su personalidad, se presta a una prolija
consideración personal y provechosísima. "El jueves vamos al cielo",
dijo, y amaneció aquél el 25 de mayo de 1865. Pero no se acabará nunca de ir
de entre nosotros esta dulce y fuerte mujer. Revive en cada religiosa del
Sagrado Corazón, perdura en la caliente presencia de sus escritos. "Al
irse al corazón de Dios, que tanto había amado, le quedaron -omo escribe
Granada- las arcas llenas y las manos sanas".
ENRIQUE
INIESTA COULLAUT-VALERA, SCH. P.
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