Macario
nació en el alto Egipto, hacia el año 300, y pasó su juventud como
pastor. Movido por una intensa gracia, se retiró del mundo a temprana
edad, confinándose en una estrecha celda, donde repartía su tiempo
entre la oración, las prácticas de penitencia y la fabricación de
esteras. Una mujer le acusó falsamente de que había intentado hacerle
violencia. A resultas de ello, Macario fue arrastrado por las calles,
apaleado y tratado de hipócrita disfrazado de monje. Todo lo sufrió
con paciencia, y aun envió a la mujer el producto de su trabajo, diciéndose:
"Macario, ahora tienes que trabajar más, pues tienes que sostener
a otro". Pero Dios dio a conocer su inocencia: la mujer que le había
calumniado no pudo dar a luz, hasta que reveló el nombre del verdadero
padre del niño. Con ello, el furor del pueblo se tornó en admiración
por la humildad y paciencia del santo. Para huír de la estima de los
hombres, Macario se refugió en el vasto y melancólico desierto de
Esqueta, cuando tenía alrededor de treinta años. Ahí vivió sesenta años
y fue el padre espiritual de innumerables servidores de Dios que se
confiaron a su dirección y gobernaron sus vidas con las reglas que él
les trazó. Todos vivían en ermitas separadas. Sólo un discípulo de
Macario vivía con él y se encargaba de recibir a los visitantes. Un
obispo egipcio mandó a Macario que recibiera la ordenación sacerdotal
a fin de que pudiese celebrar los divinos misterios para sus ermitaños.
Más tarde, cuando los ermitaños se multiplicaron, fueron construidas
cuatro iglesias, atendidas por otros tantos sacerdotes.
Las austeridades de Macano eran increíbles. Sólo comía
una vez por semana. En una ocasión, su discípulo Evagrio, al verle
torturado por la sed, le rogó que tomase un poco de agua; pero Macario
se limitó a descansar brevemente en la sombra, diciéndole: "En
estos veinte años, jamás he comido, bebido, ni dormido lo suficiente
para satisfacer a mi naturaleza". Su cuerpo estaba debilitado y
tembloroso; su rostro, pálido. Para contradecir sus inclinaciones, no
rehusaba beber un poco de vino, cuando otros se lo pedían, pero
después se abstenía de toda bebida durante dos o tres días. En vista
de lo cual, sus discípulos decidieron impedir que los visitantes le
ofrecieran vino. Macario empleaba pocas palabras en sus consejos, y
recomendaba el silencio, el retiro y la continua oración -sobre todo
esta última- a toda clase de personas. Acostumbraba decir: "En la
oración no hace falta decir muchas cosas ni emplear palabras escogidas.
Basta con repetir sinceramente: Señor, dame las gracias que Tú sabes
que necesito. O bien: Dios mío, ayúdame". Su mansedumbre y
paciencia eran extraordinarias, y lograron la conversión de un
sacerdote pagano y de muchos otros.
Macario ordenó a un joven que le pedía consejos que fuese
a un cementerio a insultar a los muertos y a alabarlos. Cuando volvió
el joven, Macario le preguntó qué le habían respondido los difuntos.
"Los muertos no contestaron a mis insultos, ni a mis
alabanzas", le dijo el joven. "Pues bien, --le aconsejó
Macario--, haz tú lo mismo y no te dejes impresionar ni por los
insultos, ni por las alabanzas. Sólo muriendo para el mundo y para ti
mismo, podrás empezar a servir a Cristo". A otro le aconsejó:
"Está pronto a recibir de la mano de Dios la pobreza, tan
alegremente como la abundancia; así dominarás tus pasiones y vencerás
al demonio". Como cierto monje se quejara de que en la soledad
sufría grandes tentaciones para quebrantar el ayuno, en tanto que en el
monasterio lo soportaba gozosamente, Macario le dijo: "El ayuno
resulta agradable cuando otros lo ven, pero es muy duro cuando está
oculto a las miradas de los hombres". Un ermitaño que sufría de
fuertes tentaciones de impureza, fue a consultar a Macario. El santo,
después de examinar el caso, llegó el convencimiento de que las
tentaciones se debían a la indolencia del ermitaño; así pues, le
aconsejó que no comiera nunca antes de la caída del sol, que se
entregara a la contemplación durante el trabajo, y que trabajara sin
cesar. El otro siguió estos consejos y se vio libre de sus tentaciones.
Dios reveló a Macario que no era tan perfecto como dos mujeres casadas
que vivían en la ciudad. El santo fue a visitarlas para averiguar los
medios que empleaban para santificarse, y descubrió que nunca decían
palabras ociosas ni ásperas; que vivían en humildad, paciencia y
caridad, acomodándose al humor de sus maridos, y que santificaban todas
sus acciones con la oración, consagrando a la gloria de Dios todas sus
fuerzas corporales y espirituales.
Un hereje de la secta de los hieracitas, que negaban la
resurrección de los muertos, había inquietado en su fe a varios
cristianos. Sozomeno, Paladio y Rufino relatan que San Macario resucitó
a un muerto para confirmar a esos cristianos en su fe. Según Casiano,
el santo se limitó a hacer hablar al muerto y le ordenó que esperase
la resurrección en el sepulcro. Lucio, obispo arriano que había
usurpado la sede de Alejandría, envió tropas al desierto para que
dispersaran a los piadosos monjes, algunos de los cuales sellaron con su
sangre el testimonio de su fe. Los principales ascetas. Isidoro, Pambo,
los dos Macarios y algunos otros, fueron desterrados a una pequeña isla
del delta del Nilo, rodeada de pantanos. El ejemplo y la predicación de
los hombres de Dios convirtió a todos los habitantes de la isla, que
eran paganos. Lucio autorizó más tarde a los monjes a retornar a sus
celdas. Sintiendo que se acercaba a su fin, Macario hizo una visita a
los monjes de Nitria y les exhortó, con palabras tan sentidas, que
estos se arrodillaron a sus pies llorando. "Sí,hermanos, --les
dijo Macario--, dejemos que nuestros ojos derramen ríos de lágrimas en
esta vida, para que no vayamos al sitio en que las lágrimas alimentan
el fuego de la tortura". Macario fue llamado por Dios a los noventa
años, después de haber pasado sesenta en el desierto de Esqueta.
Según el testimonio de Casiano, Macario fue el primer anacoreta de este
vasto desierto. Algunos autores sostienen que fue discípulo de San
Antonio, quien vivía a unos quince días de viaje del sitio en donde
estaba Macario. En los ritos copto y armenio, el canon de la misa
conmemora a San Macario.
|