El nacimiento de este santo fue el fruto de las oraciones de sus padres y de la
intercesión del mártir Polyeucto. El padre de Eutimio era un rico ciudadano de
Melitene de Armenia. Ahí se inició Eutimio en las ciencias sagradas, bajo la
dirección del obispo, quien le ordenó sacerdote y le encargó de la supervisión
de los monasterios. Eutimio visitaba con frecuencia el monasterio de San
Polyeucto, y pasaba noches enteras orando en el monte vecino. Asimismo, se retiraba a
orar todos los años, desde la octava de la Epifanía hasta el fin de la
Cuaresma. Como su deseo de soledad no se satisficiera con esto, Eutimio abandonó
secre tamente su ciudad natal, a los veintinueve años de edad. Después de
orar en los santos lugares de Jerusalén, se refugió en una celda, a diez kilómetros
de la ciudad, cerca de la "laura"(1) de Farán. Tejiendo canastas,
ganaba lo suficiente para vivir y aun repartía algunas limosnas entre los
pobres. Cinco años más tarde, se retiró con un tal Teoctisto a una cueva
situada a unos quince kilóme tros de su celda anterior, en el camino a Jericó.
Ahí empezó a reunir algunos discípulos hacia el año 411. Confiando a
Teoctisto el cuidado de la comunidad, el santo volvió a retirarse a una remota
ermita. Sólo los sábados y domingos recibía a quienes iban en busca de
consejo. Eutimio exhortaba a sus monjes a no comer nunca más de lo suficiente
para satisfacer el hambre, pero les prohibía toda especie de singularidad en el
ayuno y otras austeridades, porque tales cosas favorecen la vanidad y
desarrollan la voluntad propia. Siguiendo el ejemplo de su maestro, todos los
monjes se retiraban a la soledad desde la Epifanía hasta el Domingo de Ramos,
fecha en que se reunían en el monasterio para celebrar los oficios de la Semana
Santa. Eutimio recomendaba el silencio y el trabajo manual, de suerte que sus
monjes pudiesen ganar no sólo su vida, sino un poco más para ayudar a los
pobres.
Con la señal de la cruz y una
corta oración, San Eutimio curó de una parálisis de medio cuerpo a un joven
árabe. El padre de éste, que había recu rrido en vano a las famosas artes físicas
y mágicas de los persas, se convirtió al cristianismo. Esto desató una oleada
de conversiones entre los árabes, de suerte que el patriarca de Jerusalén,
Juvenal, consagró obispo a Eutimio para que atendiese a las necesidades
espirituales de los convertidos. El santo estuvo presente en el Concilio de
Efeso, en 431. Juvenal construyó a San Eutimio una "laura" en el
camino de Jerusalén a Jericó. No por ello abandonó el santo su regla de
estricta soledad, sino que gobernó a sus monjes por medio de vicarios, a
quienes daba sus instrucciones los domingos. La humildad y caridad de Euti mio
le ganaban los corazones de cuantos se le acercaban. Su don de lágrimas parece
haber sido todavía más notable que el del gran Arsenio. San Cirilo de Escitópolis
relata muchos de los milagros obrados por el santo con sólo hacer la señat de
la cruz. En un periodo de sequía, Eutimio exhortó al pueblo a la peni tencia
para apartar esa plaga, las multitudes acudían en procesión a su celda,
llevando cruces, cantando el "Kyrie eleison", y suplicándole que
ofreciese a Dios sus oraciones por ellos. Eutimio respondía: "Yo soy un
pecador. ¿ Cómo queréis que me presente ante Dios, que está airado por
nuestras culpas? Postré monos todos juntos en su presencia, y El nos escuchará".
La multitud obedeció, y el santo, dirigiéndose a su capilla, se postró también
en oración. El cielo se oscureció repentinamente, la lluvia cayó en
abundancia, y las cosechas fueron notablemente buenas.
Cuando la emperatriz Eudoxia,
viuda de Teodosio II, consultó a San Simeón el Estilita sobre las penas que
afligían a su familia, dicho santo remitió a la hereje a San Eutimio. Este no
recibía a ninguna mujer en su "laura". La emperatriz se construyó un
refugio a cierta distancia y le rogó que fuese a verla ahí. San Eutimio le
aconsejó renunciar a la herejía de Eutiques y suscribir el credo del Concilio
de Calcedonia, Eudoxia siguió el consejo, como si fuese la voz de Dios, y volvió
a la ortodoxia de la fe. Gran parte del pueblo siguió su ejemplo. El año 459,
la emperatriz pidió de nuevo al santo que fuese a verla a su refugio, pues tenía
el plan de dotar la "laura" con rentas suficientes para su manutención,
Eutimio le mandó decir que no pensara en la dotación y que se preparara a mo
rir. La emperatriz admiró el desinterés de Eutimio, volvió a Jerusalén, y
murió poco después. Uno de los últimos discípulos de San Eutimio fue el
joven San Sabas, a quien el primero amó tiernamente. El 13 de enero del año
473, Martirio y Elías, a quienes el santo había predicho que llegarian a ser
patriarcas de Je rusalén, fueron con algunos otros a acompañar a Eutemio a su
retiro cuaresmal; pero éste les dijo que iba a quedarse con ellos toda la
semana, hasta el sábado siguiente, dándoles a entender que su muerte estaba próxima.
Tres días después, ordenó que se observase una vigilia general, la víspera
de la fiesta de San Anto nio, y en tal ocasión hizo a sus hijos espirituales
una exhortación a la humildad y la caridad. Nombró a Elías por sucesor suyo y
predijo a Domiciano, uno de sus discípulos predilectos, que le seguiría al
sepulcro a los ocho días de su muerte, como sucedió en efecto. Eutimio murió
el sábado 20 de enero, a los noventa y cinco años, después de haber pasado
sesenta y ocho en el desierto.
Cirilo cuenta que se apareció varias veces después de su muerte, y habla de
los
milagros obrados por su intercesión, de uno de los cuales él mismo fue testigo
ocular. El nombre de San Eutimio aparece en la preparación de la misa
bizantina.
Casi todos los datos que poseemos sobre la
vida de Eutimio provienen de la biografía escrita por Cirilo de Escitópolis.
En Acta Sanctarum, 20 de enero, se encuentra una versión latina de dicha
biografía; E. Schwartz, Kyrillos von Skythopolis (1939), publicó una
edición crítica del texto griego. Ver también DCB., vol. II, pp. 398-400; y
R. Génier, Vie de S. Euthyme le Grand, 1909.
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