La advocación de la Santísima Virgen María como Nuestra Señora de
la Paz, se originó en la ciudad española
de Toledo, hacia fines del siglo XI. Desde ahí se extendió su devoción
por toda España, y más tarde pasó a
América, donde todas las naciones que fueron dominadas y civilizadas por España, profesaron una veneración muy especial por Nuestra Señora de la Paz, que
tiene un santuario en cada una de las grandes ciudades hispanoamericanas y fue
adoptada como patrona principal de la República de El Salvador.
En la vida de San
Ildefonso, arzobispo de Toledo (23 de Enero) y devoto fervientísimo
de la Virgen Maria, se relata cómo el
18 de diciembre del año I 645, tras el décimo concilio toledano, el santo
prelado, en compañía de su sé
quito, se dirigió, pasada la medianoche, a la Catedral para cantar los
maitines. Al tiempo de entrar se produjo en el altar un fuerte resplandor que no podían resistir los
ojos corporales. Los acompañantes de San Ildefonso
huyeron asusta dos, pero éste avanzó resueltamente y vio a la Santísima
Virgen, que había descendido de los cielos y estaba sentada en el trono
episcopal del santo. La Madre de Dios habló con dulces palabras a su fiel
servidor y le entregó una casulla, después de lo cual desapareció. Por aquel
particular beneficio, la Iglesia de Toledo decretó que el día 24 de Enero, un
día después de la fecha en que se conmemora la muerte de San Ildefonso, se
celebrase en todo el arzobispado, con festividad especial, el memorable descenso
de la Virgen María a la Iglesia Cate dral. Por lo tanto, desde el siglo VII,
la Catedral de Toledo quedó consagrada a la Santísima Virgen. Su nombre de
Nuestra Señora de la Paz le fue impuesto tres siglos después, en el año de
1085, por un acontecimiento memorable que
pasamos a relatar.
Precisamente en el año de 1085, Alfonso VI,
llamado el Bravo, rey de Asturias y de León, reconquistó de los moros la
ciudad de Toledo. Una de las condiciones estipuladas en el tratado de paz, fue
la de que el templo principal de la ciudad quedase como mezquita a los moriscos.
El rey Alfonso firmó el tratado y en seguida se ausentó de Toledo, dejando a
su esposa, la reina Constanza, como gobernadora de la plaza. Pero sucedió que
los cristianos consideraron como cosa indigna que, si eran dueños de la
ciudad, no lo fuesen de la Iglesia Metropolitana consagrada a la Santísima
Virgen. En consecuencia, los cristianos fueron a presentar sus quejas ante el
arzobispo Don Rodrigo y ante la reina Constanza, quienes compartieron su horror
de que la Catedral sirviese para los cultos del falso profeta Mahoma y apoyaron
sus peticiones. Alentados por aquella tácita autorización, los cristianos
trataron de apoderarse de la Cate dral con gente armada, sin tener en cuenta el
compromiso del rey ni el peligro a que se exponían en aquella ciudad donde era
mayor el número de infieles. En efecto, los moros, al advertir el ataque,
tomaron también las armas y, juzgando que el rey Alfonso quebrantaba el pacto
juramentado, se lanzaron furiosos contra los cristianos para vengar la injuria.
Se entabló el recio combate frente a la Catedral y no cesó hasta que la reina
y el arzobispo se presentaron en el campo de batalla para aclarar que el ataque
se había lanzado sin saberlo el rey;. En seguida, los moros enviaron
embajadores al monarca para denunciar el atentado, y volvió Don Alfonso a
Toledo precipitadamente, con e] firme propósito de hacer un escarmiento en la
reina, el arzobispo y los cristianos, por el quebrantamiento que habían hecho
a su real palabra. Tan pronto como los cristianos de la ciudad tuvieron
noticia de la cólera del rey, salieron a su encuentro en procesión,
encabezados por el arzobispo, la reina y la hija única de Don Alfonso. Pero ni
las súplicas de aquellos personajes, ni los ruegos del pueblo para que los
perdonase, atento al motivo que los animó al ataque y que no era otro que el de
tributar culto al verdadero Dios en la gran iglesia de Toledo, consiguieron que
el monarca accediese a faltar a su honor y a la palabra que había empeñado.
Don Alfonso anunció a los solicitantes, que la Catedral queda ría en poder de
los infieles, como lo había prometido. Pero en ese momento se produjo un
acontecimiento extraordinario, que todos tomaron como una señal de que Dios había
escuchado sus plegarias. Los moros tomaron en considera ción el peligro a que
se exponían si mantenían el culto a Mahoma en la iglesia principal de aquella
ciudad cristiana y enviaron al encuentro del rey a una comitiva de sus jefes.
Los embajadores salieron de Toledo y, postrados ante Don Alfonso, le suplicaron
que perdonase a los cristianos y que se comprometían a devolverle la
Catedral.
Grande fue el regocijo del rey y el de su pueblo
que vieron en aquella solución inesperada una obra de la Divina Providencia. El
monarca ordenó, con el beneplácito del arzobispo y de todos los fieles que, al
día siguiente, precisamente un 24 de enero, se tomase posesión de la Catedral
y se hiciesen festividades especiales en honor de la Virgen María de la Iglesia
Metropolitana, a la que, por haber restablecido la paz en la fecha de su fiesta,
se la veneraría en adelante como a Nuestra Señora de la Paz. Aquel 24 de enero
de 1085, se realizaron en Toledo magníficas ceremonias y espléndidas
procesiones en honor de Nuestra Señora de la Paz, con cuyo título se venera
hasta hoy a la Madre de Dios.
Los datos para esta nota fueron tomados,
principalmente del Año Cristiano de Mariano Galván Rivera (México,
1835), vol. I, pp. 324-327, así como del artículo dedicado a Toledo en la Enciclopedia
Voz, t. III, pp. 920-922.
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