La vida de Santa Margarita es particularmente interesante, ya que poseemos, por
fortuna excepcional, una copia completa de los testimonios de su proceso de
beatificación, que comenzó menos de siete años después de su muerte. No hay
duda ninguna de que fue hija de Bela IV, rey de Hungría y campeón de la
cristiandad, cuando las hordas de los tártaros amenazaban acabar con la Europa
Central. El noble linaje de Margarita hace resaltar todavía más los detalles
de su extraorainaria vida de abnegación. La Orden de Santo Domingo, a la que
Bela y su esposa, la reina María Lascaris, favorecieron mucho, tuvo por otra
parte buen cuidado de guardar memoria de una de sus primeras y más ilustres
hijas. Pero quien se tome el trabajo de leer los testimonios que, de la
mortificación y caridad de Margarita, dieron unas cincuenta de sus compa ñeras,
quedará plenamente convencido de que su valor en la lucha contra el
mundo y la carne, no podían menos que ejercer una profunda influencia en
quienes la rodeaban. Se ha descrito a Bela IV como "el último genio de los
Arpados"; si la determinación tiene una influencia real en la historia,
las cualidades de Margarita prueban que ella había heredado no poco del genio
de su padre.
Margarita nació cuando Hungría, acosada por sus
enemigos, atravesaba por momentos difíciles, y se cuenta que los padres de la
niña prometieron consa grarla a Dios, si éste les concedía la victoria. Sus
oraciones fueron oídas, y Mar garita, a los tres años de edad, fue confiada
al convento de las religiosas de Santo Domingo, de Veszprem. Poco después, Bela
y su esposa construyeron un convento en una isla del Danubio, cerca de Budapest,
donde Margarita, a los doce años de edad, hizo profesión ante el beato
Humberto de Romans. Por terribles que sean los detalles sobre el ansia de
penitencia de la joven, y sobre su decisión de vencer todas las repugnancias de
la naturaleza, la cantidad de los testigos hace imposible poner en duda su
autenticidad. Margarita parece haber sido excepcionalmente bella; la mejor
prueba de ello es que el rey Ottokar de Bohemia aspiró a su mano, después de
haberla visto con hábitos de religiosa. Indudablemente que hubiera sido fácil
obtener la dispensa de Roma, y Bela se inclinaba a ello por razones políticas;
pero Margarita declaró que estaba dispuesta a arrancarse la nariz y los labios,
antes de abandonar el claustro. A juzgar por los testimonios de sus hermanas
sobre la energía de su carácter y sobre su valor, no se puede dudar de que la
santa habría cumplido su promesa.
La mayoría de las religiosas en aquel convento
del Danubio pertenecían a la nobleza, y trataban a la princesa Margarita con
especial consideración. Ella, al advertirlo, reaccionó en forma exagerada: en
toda ocasión escogía los trabajos más humildes, repugnantes y fatigosos. Su
caridad y ternura con los enfermos que padecían los males más repulsivos, eran
extraordinarias... Pero era necesario omitir detalles, porque el lector moderno
no tiene paciencia para oírlos todos. Margarita tenía una profunda simpatía
por los pobres.
Varios de sus actos dejan la impresión de que el amor a Dios y el deseo
de inmolación de Margarita, no carecían de cierto elemento de obstinación.
Sin, luda que la salud y aun la virtud de la santa habrían ganado, con su
superior un confesor capaz de dirigirla realmente; pero era casi inevitable que los
superiores de Margarita la dejasen proceder libremente, dado que era la hija
del rey, a quien el convento le debía todo.
Por lo demás, el relato que hicieron las hermanas
de Margarita sobre ella, no carece de pormenores humanos y agradables. La sacristana cuenta que
Margarita
le acariciaba la mano y le prodigaba todos los halagos posibles para le dejase abierta la puerta de la capilla durante la noche, a fin de pasar ante
el Santísimo Sacramento las horas que habría debido consagrar al descanso.
Margarita tenía una confianza ilimitada en la oración, y sus peticiones a Dios
tenían algo de imperioso. Varias religiosas narran un incidente acaecido
cuando la santa tenía apenas diez años. Dos frailes dominicos habían ido de
visita al convento, y Margarita les rogó que prolongasen su estancia. Ellos
replicaron que debían partir inmediatamente, pero la niña dijo: "Yo voy
a obtener de Dios que haga llover en tal forma, que no podréis iros".
Aunque los frailes asegura ron que no había lluvia capaz de detenerles,
Margarita se dirigió a la capilla a orar y la tormenta que se desató en
seguida fue tan violenta que impidió que los buenos frailes partieran de
Veszprem. Esto recuerda el famoso incidente de Santa Escolástica y San Benito.
Y no es necesario suponer una intervención sobrenatural; pero las compañeras
de Santa Margarita atestiguaron bajo jura mento tantos casos del mismo tipo,
que resulta difícil atribuirlos todos a sim pIes coincidencias. Aunque los
testigos hablaron de muchos éxtasis y milagros
hay en sus declaraciones un tono de moderación que inspira confianza. Casi
todos los testigos contaron que las oraciones de Margarita habían salvado a una
sirvienta que se había caído en un pozo. La misma sirvienta, llamada Inés,
dio testimonio de ello. Cuando le preguntaron los jueces qué sabía de
la santa, Inés se contentó con responder: "era buena, santa y
edificante, y se mostraba más humilde que nosotras las sirvientas". Por
lo que toca al accidente, Inés contó
que la noche era tan oscura, que "si alguien la hubiese abofeteado, no habría
podido identificarle", y que la boca del pozo estaba descubierta y sin
travesaño,
por lo que cayó hasta el fondo. Por tres veces salió a la superficie del agua;
hasta que consiguió asirse a la pared y más tarde le echaron una cuerda y
la sacaron.
Es indudable que Margarita acortó su vida con sus
penitencias. Al fin
de cada cuaresma, el ayuno y la falta de sueño la reducían a un estado la
mentable. Un Viernes Santo llevó su indiscreción al colmo, lavando los pies no
sólo de las setenta religiosas de coro del convento, según el privilegio que
le correspondía como a hija del fundador, sino también de todas las
sirvientas. Para enjugar los pies empleó su propio velo. A pesar de la fatiga
consiguiente para una mujer que no había comido ni dormido, en mucho tiempo, se
quejó a sus hermanas de que aquel Viernes Santo había sido el día más corto
del año, pues no habían tenido tiempo de orar ni de practicar todas las
penitencias que hubiese deseado. La fecha de la muerte de la santa parece haber
sido el 18 de enero de 1270, cuando ésta no tenía sino veintiocho años. El
proceso de beati ficación, al que nos hemos referido, no se terminó nunca,
pero el culto a Margarita fue aprobado en 1789. La canonización tuvo lugar en
1943.
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