San Paulino de Aquileya fue uno de los más
ilustres y santos prelados de los siglos VII y IX. Parece haber
nacido hacia el año 726, en una granja cerca de Friuli. Su familia
vivía del labor de la granja y el joven Paulino pasaba buena parte
de su tiempo cuidando rebaños al pie de los Alpes en
su Friul natal, y de él sabemos que era menudo de cuerpo. Por obra del
estudio Paulino se fue haciendo muy grande en saber, y su fama llegó al
corazón de la Europa carolingia, Aquisgrán, donde el emperador de la
barba florida convocaba a los hombres más eminentes de su tiempo.
Sin embargo, lograba reservar algunas horas al estudio
llegando con los años a ser un famoso gramático. Carlomagno le llamó, en
una carta, Maestro de Gramática y muy Venerable. Estos epítetos nos hacen
suponer que Paulino, era ya sacerdote. El mismo monarca, en reconocimiento
de los méritos de Paulino, le regaló ciertas posesiones en su país.
Parece que hacia el año 776, Paulino fue elevado contra su voluntad a la
sede del Patriarcado de Aquileya. En dicha Iglesia se dejaron sentir los benéficos efectos de su celo, piedad e inteligencia.
Carlomagno le pidió que asistiera a todos los grandes concilios de su
tiempo, por remotos que fuesen los sitios en que se reunían y el propio
santo reunió un sínodo en Friuli, en 791 o 796 contra los errores que se
iban propagando sobre el misterio de la Encarnación (el
adopcionismo(1)
nacido en tierras españolas). San
Paulino escribió contra él una refutación que remitió a Carlomagno. El
santo prelado no se ocupaba menos de la conversión de los paganos, que de
la supresión de los errores y predicó incansablemente el Evangelio a los
idólatras de Carintia y Estiria que no habían abandonado la supersitición.
Al mismo tiempo, la conquista de los ávaros por Pepino había abierto un
nuevo campo al celo del obispo. Muchos de los árvaros, evangelizados por los
misioneros enviados por San Paulino y los obispos de Salzburgo, abrazaron la
fe. El santo se oponía con todas sus fuerzas a que los bárbaros fuesen
bautizados antes de haber sido suficientemente instruidos en la fe; y en
general al abuso, tan común en aquellos tiempos.
Cuando el duque de Friuli fue nombrado gobernador de las
tribus de los hunos, a las que habían recientemente conquistado, San
Paulino escribió para él una excelente "Exhortación", en la que
urgía a buscar la perfección cristiana, le daba reglas sobre la práctica
de la penitencia y remedios contra los diferentes vicios, especialmente
contra el orgullo; le instruía además sobre el deseo de agradar a Dios en
todas las acciones, sobre la oración y las disposiciones esenciales para
ella, sobre la comunión, el cuidado de evitar las malas compañías y
algunos otros puntos. El libro termina con una hermosa oración y la promesa
del santo de pedir por la salvación del buen duque.
Los ardientes súplicas de San Paulino atraían constantes
bendiciones del cielo sobre las almas que le habían sido confiadas. Alcuino
le rogó que no se olvidase de implorar para él la divina misericordia,
cada vez que ofreciera el santo sacrifico del altar. La vida de Paulino
terminó con una santa muerte, el 11 de enero de 804.
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