Sebastián Valfré nació en Verduno del Piamonte, en 1629. Sus padres eran
pobres y la familia numerosa. Desde su niñez decidió ser sacerdote, y trabajó
para pagarse todos sus estudios, copiando libros. Se cuenta que al partir del
hogar, lo único que sus padres pudieron darle fue un tonel de vino. Sebastián
ingresó en la Congregación de los Padres del Oratorio, en Turín, el día de la
fiesta de San Felipe, en 1651. Un año después, fue ordenado sacerdote y cantó
su primera misa en Verduno para consuelo de sus padres. Desde el primer momento, se entregó con toda el alma al cumplimiento de sus deberes sacerdotales.
Un hecho notable fue que desde el arribo del beato, el Oratorio de Turín, que
hasta entonces había estado en decadencia por muchas dificultades, empezó a
prosperar y a atraer al pueblo. El primer cargo de Sebastián fue el de prefecto del "Pequeño Oratorio", es decir una cofradía de laicos que se
reunían para los ejercicios de piedad. El beato desempeñó durante muchos años
el cargo con gran fruto y su extraordinario don de entusiasmar a los jóvenes
parece haberle ganado el puesto de maestro de novicios. En 1661, habiendo
cumplido la edad canónica de cuarenta años, fue elegido superior, contra su
voluntad. Se dice que su gobierno fue una imitación perfecta del de San Felipe,
tanto por el cuidado de la observancia hasta en los menores detalles, como por
la gran bondad de Sebastián con los enfermos, para los que nada le parecía
demasiado bueno.
Entre tanto, la fama del beato como director de
almas se había ido ex tendiendo. Pasaba largas horas en el confesionario, al
que asistía con puntualidad escrupulosa y, en sus exhortaciones a la
comunidad, insistía mucho sobre la necesidad de la confesión frecuente. Toda
clase de personas se confesaban con él, hallándole siempre dispuesto a hacer cualquier cosa
por aquellos que necesitaban ayuda o mostraban deseos serios de perfección. Por
otra parte, era implacable con los falsos y parecía gozar de un don
sobrenatural o de un poder de telepatía para descubrir la falta de sinceridad.
Entre sus penitentes se con. taba el duque Víctor Amadeo II, más tarde rey de
Cerdeña, quien en 1690, con el consentimiento del Papa Alejandro VIII, se
esforzó en vano por persuadirle para que aceptara la sede arzobispal de Turín.
El beato Sebastián predi caba, algunas veces, tres sermones al día. Emprendía
también largas expediciones misionales a los distritos de los alrededores y,
algunas veces, hasta territorio suizo, con gran fruto de conversiones. Además,
consagraba mucho tiempo a la instrucción de los jóvenes y de los ignorantes.
Acostumbraba reunir a los mendigos que iban al Oratorio a pedir limosna y les
daba alimento para el cuerpo y para el alma. Era infatigable en sus visitas a
los hospitales y prisiones, y tenía especial simpatía por los soldados, cuyas
dificultades comprendía y
compadecía.
Como su modelo, San Felipe, el beato estaba
siempre alegre, de suerte que las gentes consideraban que tenía un carácter
ligero y sin preocupaciones. Esto es tanto más de admirar, cuanto que sabemos,
por otra parte, la terrible historia de sus desolaciones y pruebas interiores.
Con frecuencia le asaltaba la tentación de sentirse dejado de la mano de Dios y
de creer que había perdido la fe y estaba destinado al infierno. A pesar de
ello, aun cuando se acercaba ya a los ochenta años de edad, jamás cejó en sus
trabajos por las almas, predicando al aire libre, en lo más crudo del
invierno, al primer grupo de perdidos que encontraba. Más aún, cuando le parecía
conveniente para la gloria de Dios, no temía entrar en los mismos antros de
vicio. Por extraño que pueda ser, Dios parece haber bendecido abundantemente su
osadía, ya que los rufianes más groseros se sentían impresionados por la
santidad del beato y no se atrevían a levantar la voz, cuando éste criticaba
sus vicios en los términos más severos. Su vida podría servir de modelo a
todos los pastores de las ciudades en las que abundan el vicio y la miseria, y
nada tiene de extraordinario que los con temporáneos del beato le hayan
considerado como un santo. Se cuentan muchos ejemplos de su don de leer los
corazones y de hacer profecías que se cumplieron. Entre otras cosas, parece que
el beato sabía desde varios meses antes la fecha exacta en que iba a morir.
Dios le llamó a Sí, a los ochenta y un años de edad, el 30 de enero de 1710.
Fue beatificado .en 1834.
Ver Lady Amabel Kerr, Life
of Bd. Sebastián
Valfré (1896); G. Callen, Vita del B. Sebastiano Valfré; P.
Capello, Vita del b. Sebastiano Valfré 2 vols., (1872).
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