Esta santa, terciaria franciscana, cuya vida matrimonial contrasta con la
laxitud de la época en que vivió, nació cerca de Brescia en 1473. Más
adelante se contaron cosas extrañas e increíbles sobre la piedad que la beata
mostró desde su niñez. A los doce años, Paula fue entregada en matrimonio a
un noble joven llamado Lodovicantonio Costa, después de todas las formalidades
acostumbra das en aquella época. El Beato Angelo de Chiavasso, famoso
franciscano a quien se consultó sobre el caso, declaró que, a pesar de la
repugnancia de la doncella, estaba llamada por Dios al matrimonio. Este se llevó
a cabo con toda la pompa que convenía al alto rango de las dos familias; los
cronistas cuentan que hasta las ruedas de las carrozas eran doradas. Uno de los
documentos auténticos que nos quedan sobre la beata, es el del plan de vida que
sometió a la aprobación del beato Ángelo, en sus primeros días de matrimonio.
La esposa tenía que
levantarse todos los días al amanecer para orar y recitar el rosario. Después
iba a la iglesia de los franciscanos de la localidad, donde oía dos misas. Por
la tarde, recitaba el oficio de Nuestra Señora y, antes de acostarse, rezaba
otro rosario y sus oraciones de la noche. Dedicaba también algún tiempo a la
lectura espiritual. Ayunaba la víspera de las fiestas de la Santísima Virgen y
de algunas
otras fiestas, y se confesaba cada quince días. Pero la norma más reveladora
de su plan de vida es la siguiente: "Siempre obedeceré a mi esposo, no
tomaré a mal sus defectos y haré cuanto pueda para que nadie caiga en la
cuenta de ellos". La beata tuvo su primer hijo en 1488, poco después de
haber cumplido los quince años.
Pero no pasó mucho tiempo sin que se presentaran las dificultades. La primera
cosa que molestó al esposo de la beata, fue su hábito inveterado de
regalar grandes sumas de dinero a los pobres. La cosa no hubiera tenido mayor
importancia en las épocas de bonanza; pero en aquellos tiempos, el hambre cons
tituía una amenaza constante, los mendigos abundaban y los ricos almacenaban
celosamente todo lo que podían para los momentos de escasez. Los biógrafos
de la beata aseguran que las semillas, el aceite y el vino se multiplicaban
mila grosamente a medida que Paula los repartía, de suerte que su caridad más
bien la enriquecía que la empobrecía; pero debemos confesar que tenemos
razones para sospechar que esto no era cierto. Por ejemplo, se cuenta de Paula
un incidente que aconteció también en la vida de Santa Isabel de Hungría; un
día que Paula llevaba el delantal lleno de panes para repartirlos entre los
pobres, su esposo la sorprendió y la obligó a mostrarle lo que llevaba; al
abrir el delantal, apareció un ramo de rosas, aunque era pleno invierno. Si
este milagro
sucedió a todos los santos de quienes se cuenta, debió ocurrir con mucha
frecuencia.
Lo que fue imperdonable por parte de
Lodovicantonio fue haber llevado a su casa a una joven de pésimo carácter,
quien le apartó de su esposa y se convirtió en dueña de la casa. A pesar de
las terribles humillaciones que había tenido que sufrir por parte de aquella
joven, Paula la asistió caritativamente en la enfermedad que la llevó a la
tumba, poco después, hizo venir a un sacerdote y obtuvo la gracia de su
conversión. Para ilustrar las condiciones sociales de la época de los Borgia,
citaremos el hecho de que Paula fue acusada de haber envenenado a su rival,
porque ésta había muerto con el cuerpo hinchado y antes de lo que se esperaba.
Sin embargo, gracias a su inalterable paciencia y caridad, Paula consiguió
reconquistar por fin el afecto de su marido, quien se convirtió sinceramente a
Dios y dio permiso a su esposa de practicar sus devociones y ejercitar
libremente la caridad. Además de otras austeridades, Paula se levantaba por la
noche a orar con los brazos en cruz y arrodillada en el suelo. Más de una vez,
sus sirvientes la encontraron por tierra, desmayada y medio muerta de frío. Se
cuentan muchos detalles sobre la caridad de la beata: por ejemplo, habiendo
encontrado en el camino a una mujer que no tenía zapatos, Paula le regaló los
que llevaba puestos, y volvió al castillo descalza. Nada tiene de sorprendente que la beata haya muerto a los cuarenta y dos años de edad, el 24 de enero de 1516. Su culto fue confirmado en 1845.
Ver R. Bollano, Vita...
della B. Paola Gambara-Costa (1765); Léon, Auréole Séraphique, vol.
I, pp. 534-536.
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