LEON III
El primer emperador iconoclasta.

Introducción

Mosaico del Palacio de los emperadores Siglo V

El comienzo del siglo VIII marcó una época extremadamente difícil para el Imperio Bizantino, el cual había perdido el siglo anterior las ricas provincias de Siria, Palestina y Egipto que cayeron en manos de los árabes; podemos afirmar que eran provincias sumamente importantes, no solamente por el poder económico de las ciudades de Antioquia y Alejandría sino por la importancia del arte, las letras y la teología que allí se había desarrollado, además del hecho de ser sede de los patriarcas, junto con Jerusalén.

Estas pérdidas cambiaron absolutamente la fisonomía del Imperio, pues este se vio reducido al territorio de los Balcanes y Asia Menor.

Tampoco tenía ya el control de occidente, reducido a algunas regiones al Sur de la península Itálica, donde en el Norte y en el Centro se había sufrido una sangrienta invasión de los Lombardos, aunque de todas maneras se trataba de un territorio que no era muy leal al Imperio.

Además ya desde el siglo pasado había comenzado a formarse el primer reino búlgaro en territorio bizantino, al sur del Danubio, lo que además de agregar un nuevo y cercano enemigo, traería infinidad de problemas en el futuro.

Para completar el panorama, Grecia en los últimos siglos se había ido eslavizando poco a poco, año tras año los eslavos llegaban incluso hasta el Peloponeso, dejando en manos de Asia Menor el peso de consolidar el futuro Imperio.

Pero a pesar de la angustia y el desconsuelo que generó la pérdida de importantes territorios, el tener que asimilar a otros pueblos, como los eslavos y las guerras continuas contra sus vecinos, este oscuro panorama tendría una contrapartida o una especie de beneficio que operó de consuelo y fue el motor de una nueva unidad en su territorio, que era la mayor integración y homogeneidad religiosa de la población, porque al verse de tal modo reducido, el Imperio se transformó en cristiano ortodoxo sin ninguna discusión, recordemos el papel opositor de los monofisitas, mayoría en Siria y Egipto.

Asimismo se terminaron las rivalidades entre los patriarcas de Alejandría, Antioquia y Jerusalén, que rivalizaban tanto entre ellos como contra el patriarca de Constantinopla, alrededor del cual giró indiscutiblemente la importancia religiosa a partir de estos hechos, y que se transformó en influencia máxima sobre los emperadores.

Es en esta época que el Imperio Bizantino termina de una vez por todas de adquirir su verdadero carácter, humana y socialmente, y alguien que no conociera su historia no podría decir que es continuador del Imperio Romano, ya no se habla latín en ningún lado, solamente se habla el griego que se ha transformado en la lengua oficial de la legislación y la administración, ya está muy lejos el intento de Justiniano por recuperar lo románico, tanto el territorio como la cultura, ya se ha transformado en una especie de Imperio Griego apostado entre Europa y Asia, adquiriendo una identidad única y propia, diferenciada de los reinos de occidente y de oriente, con elementos de ambos pero integrados en una forma particular, quizás única en la historia del mundo.

De todas maneras es bueno que se comprenda que los habitantes del Imperio, aún hablando la lengua griega, aún con sus costumbres, arte y administración tan diferenciada del antiguo Imperio Romano, aún con su territorio radicalmente reducido, siempre se consideraron romanos, Constantinopla era la Nueva Roma, y ellos el Imperio Romano, sus mismos enemigos los consideraban romanos, y ya se sabe que es el enemigo quien mejor define a una civilización.

Esto que podríamos llamar el Nuevo Imperio estaba de todas maneras en peligro de extinción; no solamente se había reducido territorialmente sino que estaba amenazado de muerte por el magnífico ascenso del Islam, que había sido en gran parte a costa de sus territorios.

El fanatismo religioso de los seguidores de Mahoma, que a su vez había exacerbado el fanatismo religioso ortodoxo de los bizantinos, hacía que el odio mutuo no dejara de crecer, a pesar de que las dos distintas culturas absorbían mutuamente elementos del otro.

El Califato estaba decidido a hacerse con los territorios que quedaban del Imperio de la misma manera que había acabado completamente con la Persia Sasánida el siglo anterior.

Además, se sumaba la anarquía en la que estaba sumido por las continuas usurpaciones que se sucedían en el final de la dinastía de Heraclio, que había comenzado brillantemente y terminaba en un desastre incontenible.

Desde la caída definitiva del despótico y sanguinario Justiniano II en 711, a quién le habían arrancado la nariz luego de la sublevación que terminó con su primer reinado, se habían sucedido los emperadores Filípico, Anastasio II y Teodosio III, reinados débiles y muy poco eficaces en medio del desorden social, la anarquía y la revuelta.

Este último gobernante, que era un simple funcionario fiscal que fue nombrado emperador por una facción del ejército en contra de su voluntad, al límite de sus fuerzas y sin poder hacer nada frente al desorden y el desánimo que había en todo el Imperio, en su mejor decisión prefirió abdicar el 25 de marzo de 717 a favor de León III, quien comandaba un incruento golpe y retirarse a un convento de Efeso.

León III era el gobernador (strategos) de Anatolia (el thema de Anatolicón), muy popular en el Imperio a partir de una exitosa campaña contra los alanos.

Llamado el Isaurio por su supuesto origen isáurico, hay estudios que ubican su nacimiento en Germanicia, región del norte de Siria, lo que le da un perfil sumamente diferente, sobre todo en la influencia religiosa que pudo haber recibido, lo cual es muy importante para comprender sus actos, que influyeron enormemente en la vida del futuro Imperio.

En realidad lo que recibía el nuevo emperador como herencia de la dinastía de Heraclio, que otrora había salvado al Imperio de su desaparición, era la capital y un pequeño territorio de los alrededores, tal era la gravísima situación en Bizancio.

El Emperador León III

El salvador del Imperio y de Europa.

Moneda del emperador Leon III

Ante este sombrío panorama y teniendo en cuenta las notables diferencias de realidad que existían entre el pujante y arrollador Califato árabe y el desfalleciente Imperio Bizantino, a punto de desaparecer, era evidente que se produciría tarde o temprano un enfrentamiento definitivo, y León III lo sabía perfectamente, por lo que apenas fue proclamado emperador se dedicó a preparar la defensa de la ciudad desesperadamente.

León III era un excelente comandante del ejército, de cerca de cuarenta años, muy capacitado y con gran experiencia en las luchas contra los bárbaros

Sulayman, el califa de la dinastía omeya decidió en 717 luego de meditar la estrategia a seguir para terminar la conquista del Imperio Romano, que tendría a su entender la misma suerte que la Persia Sasánida, en lugar de seguir como hasta ese año intentando ocupar territorios bizantinos en Asia Menor, donde no podía atravesar la línea de Tauro, sitiar la capital Constantinopla para así, conquistando la sorprendida ciudad, obtener luego fácilmente el resto del Imperio.

Preparó entonces una estrategia espectacular, una idea tan grandiosa que su éxito seguro dejaría su nombre entre los más grandes de la historia: un ataque por mar efectuado por la imponente flota árabe, coordinado con un ataque terrestre que trataría de superar la famosa y hasta ahora invencible triple muralla de Teodosio.

Ese mismo año se puso en marcha en plan: el ejército terrestre de mas de cien mil hombres capitaneado por Maslamah, hermano del califa Sulaymán, partió desde Pérgamo, atravesó el puente de Helesponto y llegó el 15 de Agosto de 717 a enfrentarse a la aterrorizada capital, que veía como estaban llegando a su término los días de gloria.

A la vez, la impresionante escuadra árabe dirigida por el general Sulaymán, compuesta por unas mil ochocientas unidades, ya rodeaba a la capital por el mar desde el 1 de Agosto.

Por suerte para Constantinopla, su armada era todavía numerosa y sus capitanes eran muy buenos navegantes y mejores guerreros, por lo que mantuvieron a raya a la marina árabe, pudiendo abastecer a la ciudad con facilidad por vía marítima, de tal manera que los sitiados no sufrieran demasiadas necesidades.

A los primeros y encarnizados ataques árabes siguieron periodos de relativa calma, para luego sucederse otro fervoroso ataque, y así con distintos ciclos de ataques y quietud fueron transcurriendo los meses.

La energía, la organización, la calma, estuvieron esta vez del lado del Imperio, con su emperador a la cabeza de la defensa, como correspondía, aprovechando esa ventaja incalculable que le daba la triple muralla, monumento de la ingeniería militar.

El arma fundamental de la defensa de la ciudad fue sin embargo un elemento que nadie salvo los bizantinos conocía, llamado por ese motivo fuego griego, una fórmula secreta que daba como resultado una mezcla viscosa e incendiaria que no se apagaba siquiera cuando estaba sobre el agua, y que además tenía la virtud no solamente de causar incendios y bajas en los enemigos, sino de ir socavando la moral de estos, pues los árabes se sintieron impotentes ante él, constantemente hostilizados, y sobre todo, sintieron el no tener un elemento similar con el que dar batalla, en resumen, se sintieron en inferioridad de condiciones ante semejante arma de guerra, que además los bizantinos utilizaban en gran forma.

Otro gran enemigo de los árabes fue el intenso y crudo invierno que recibió el año 718, y todos sabemos que la raza árabe no se siente cómoda en territorios con clima frío, por lo que el sufrimiento fue mayor.

A su vez tenemos que decir que León III era un excelente diplomático, pues aún con los riesgos que esto representaba, concluyó un tratado con los búlgaros luego de convencerlos del peligro que representaba también para ellos una conquista del Islam en esas tierras, que así comenzaron a hostilizar al ejército sitiador en la primavera de 718, justo cuando los árabes recibían refuerzos y estaban haciendo un esfuerzo supremo para poder atravesar las imponentes murallas, causando muchas bajas y gran desánimo entre sus miembros.

Ya absolutamente desmoralizados los invasores resignados abandonaron el sitio por orden de Maslamah justamente a un año de su comienzo, el 15 de Agosto de 718, con el terrible resultado final de alrededor de cien mil muertos, debido a las armas, o al hambre o al intenso frío del último invierno.

Para peor, la retirada de la flota árabe fue desastrosa, primero por la persecución de la armada bizantina, que destruyó numerosos barcos, y luego por una implacable tormenta que la aniquiló definitivamente.

Con esta rotunda victoria, el Imperio revivió por segunda vez en su historia (la primera fue el siglo anterior, cuando estaba Heraclio en campaña contra los persas que habían tomado Siria, Palestina y Egipto, y el patriarca Sergio organizó la defensa de la ciudad contra el ataque de persas y ávaros.)

Así, León III se convirtió en el héroe de todos, el real salvador, reuniendo en su persona el poder ilimitado y la admiración de todos los habitantes del renovado Imperio.

Esta victoria sobre el califato Omeya puede considerarse la salvación de occidente, tan importante como la batalla de Poitiers en 732 (o tal vez mas aún), donde Carlos Martel derrota a los sarracenos venidos del sur de los Pirineos, ya que su primera consecuencia fue contener el empuje ilimitado del Islam, confinándolo a pelear por el territorio de Asia Menor, con muchas menos pretensiones, al considerar los árabes luego de su derrota que Constantinopla estaba protegida por una especie de poder divino, con lo que el peligro se alejaba considerablemente de occidente, y que fue lo que permitió crear las bases de un nuevo Imperio que actuó como bastión durante siglos en la lucha contra los árabes, y luego contra los turcos.

De haber tomado Constantinopla, el Islam, el califato Omeya, con la fuerza inagotable que tenía en esos días, con el increíble ejército que tenía movilizado, y con el fanatismo religioso como principal arma, hubiera sido imparable en la conquista del resto de Europa.

Es por eso que la figura de León III es representativa de la gran victoria cristiana de esos días en la batalla de Constantinopla contra el Islam, él fue el emperador que guió a su pueblo al triunfo, que mantuvo la calma y el orden en momentos cruciales, que utilizó todas las armas, desde la paciencia, la alianza, la estrategia y la defensa encarnizada hasta las que la suerte les da a los triunfadores, como el mortal frío del invierno.

Renacimiento del Imperio

Con la paz se desarrolla nuevamente el comercio

Estas murallas contuvieron a los árabes en 717-718

Una vez restablecida la paz al menos en la capital y alrededores, ya que la lucha contra los árabes se localizó en Asia Menor pero no por ello fue menos encarnizada, León III se dedicó a organizar su gobierno de la mejor manera posible, con la fuerza y la decisión que lo caracterizaban.

Publicó disposiciones especiales para regir el comercio (nomos náuticos), que lentamente se fue rehabilitando y volvió a darle impulso al desfalleciente Imperio, y también para regir la situación social del campesinado (nomos geórgicos), que en algunas regiones había desaparecido a causa de las guerras e invasiones, y en otros lugares habían sufrido un gran cambio de población a causa fundamentalmente de la influencia de los eslavos.

León III también fue un enérgico renovador de la Administración del Imperio, aunque en esta tarea continuó la tendencia que había comenzado Justiniano, afirmada por Mauricio y seguida también por Heraclio, de unificar los themas o provincias bajo un único mandatario (strategos) que tenía a su cargo los mandos civil y militar.

Además redujo los límites de los themas, creando una eficaz organización con mas provincias de menor tamaño, aumentando su eficacia económica, financiera y militar a favor del Imperio y reduciendo la posibilidad de revueltas por parte de gobernadores de themas poderosos (recordemos que el mismo emperador usurpó el poder con el aval de encontrarse apoyado por el ejército del entonces enorme thema de Anatolicón, en Asia Menor.)

En lo concerniente a las finanzas fue un inteligente administrador, cargó con mas impuestos a Sicilia y Calabria y se hizo con las rentas del patrimonio papal en Italia, consiguiendo un equilibrio fundamental en el estado de guerra permanente en que se hallaba el Imperio, con los enormes gastos que ello ocasionaba.

También organizó al Imperio en materia legal, ordenando a los juristas mas reconocidos de la época una actualización de los trabajos de Triboniano hechos en el siglo VI, cuyos trabajos, el Digesto, las Institutes y las Novelas estaban redactados en Latín, el cual era una lengua que los habitantes del Imperio ya no utilizaban.

Había además innumerables usos y costumbres que legislar, puesto que los Códigos escritos en Latín ya habían caído en desuso porque eran sencillamente incomprensibles, lo que motivó, junto con los lógicos cambios del devenir de los siglos, la necesidad de tener a mano una legislación nueva, adaptada a la nueva sociedad, y redactada en griego.

De esta idea surgió la Ekloga, que además de resumir los Códigos de Justiniano, agregaba nuevas leyes, en general dirigidas a afirmar la moral pública, prohibiendo el aborto, restringiendo las causas del divorcio y condenando con peores sanciones la homosexualidad.

Nuevamente un lazo con el antiguo Imperio Romano era roto definitivamente, ya el latín había pasado a ser solo un recuerdo en el Imperio.

Las convicciones de León III

La polémica iconoclasta.

Iconos de San Sergio y San Baco del

Monasterio de Santa Catalina del Sinaí

No era de extrañar que surgiera cada tanto una polémica religiosa distinta en oriente, ya que la pasión de sus pobladores dio paso con el tiempo a numerosas herejías que habían sido condenadas en los distintos concilios cristianos, por ejemplo el arrianismo en plena época de Constantino el Grande o un siglo después a los seguidores de Nestorio, patriarca de Constantinopla que predicaba en contra de la Santísima Trinidad.

También estaba el antecedente del monofisismo, al que la población de Siria y Egipto de había volcado masivamente por ser mucho más simple que la ortodoxia con sus rituales suntuosos y complicados.

Los monofisitas eran tantos y tan importantes que muchos emperadores les otorgaron ciertas ventajas, por ejemplo Zenón, Anastasio, Justiniano (solo en ocasiones y empujado por Teodora) y hasta Heraclio, aunque otros se dedicaban a perseguirlos, algunas veces de manera sangrienta, con lo que la política de Constantinopla no conseguía una cierta coherencia a través de los siglos, lo que fue factor determinante para que la población monofisita no sintiera demasiada lealtad por un Imperio que no tenía en cuenta sus creencias.

Cuando parecía que el Imperio había conseguido una cierta homogeneidad religiosa surgió, de la mano de León III, una nueva polémica, que en los primeros años pareció imponerse "casi" naturalmente, para luego ir creciendo en oposición y violencia.

Prácticamente desde el comienzo de su historia al fundarse Constantinopla en 330, los habitantes cristianos del imperio han tenido imágenes que representaban a Cristo, a la Virgen, y las han llevado como estandarte a las batallas, han adornado con ellas sus iglesias, luego los distintos lugares públicos, y finalmente sus propias casas.

El culto a las imágenes, aceptado finalmente por el Quinisexto Concilio en 692, se había transformado, según algunos teólogos cristianos influenciados por las creencias árabes (que prohibieron las representaciones religiosas en las mezquitas alrededor de 700) y por los teólogos judíos, que habían sido siempre enemigos de las representaciones pictóricas religiosas, en adoración, las imágenes creaban ídolos que eran adorados por la gente, algo que, según estos teólogos, el cristianismo no debería aceptar, puesto que reducía a Jesucristo y María a meras imágenes de adoración.

Ya hemos hablado de León III y su origen, su familia era del Norte de Siria, de la región de Germanicia, aunque luego, posiblemente por las conquistas árabes en este territorio, o tal vez por el capricho del fatídico emperador Justiniano II, que mandó trasladarse a distintos lugares a importantes contingentes que servían como baluartes a la conquista islámica que se extendía por el Norte de Siria, se terminaron de instalar en Tracia.

Esto es muy importante para comprender las ideas del emperador, las cuales estuvieron mas que probablemente influenciadas por las creencias árabes sobre las imágenes.

Asimismo es comprensible la adopción de estas ideas debido a que el mundo árabe estaba obteniendo una expansión tan rápidamente, probablemente única en la historia, que había sorprendido a todo el mundo conocido, y pensar que esto se debía a sus creencias religiosas era muy lógico en esa época, por lo que esto, sumado a un terrible terremoto que fue atribuido (tal vez con intención) a consecuencia de la adoración de las imágenes, debe haber sido probablemente el móvil por el cual en emperador comenzó su campaña iconoclasta.

Por otro lado las imágenes eran tan importantes para el pueblo bizantino que era imposible pensar en un triunfo de la iconoclasia por largo tiempo, era como ir en contra de la corriente, sin embargo, la energía y decisión características del gran emperador nuevamente se iban a imponer en el Imperio.

Tal vez lo que más molestara a León III era el hecho de que a las imágenes se les atribuían poderes divinos, eran objeto de adoración porque se les pedían favores como si fueran ídolos y se las hacía materia de devoción.

No cabe duda de que el emperador actuó movido por propias convicciones cuando en 726 decide comenzar con la querella iconoclasta, ordenando retirar la célebre pintura de Cristo de la Puerta de Bronce del Gran palacio: la revuelta que esto ocasionó terminó con varios heridos, un soldado muerto y muchos iconódulos detenidos.

Esto tuvo dos consecuencias inmediatas: la primera fue que el Papa Gregorio II condenó la injerencia del emperador en asuntos de la Iglesia, negando el dinero italiano al Imperio.

La segunda fue un serio intento de tomar el poder que partió desde Grecia, desde donde una flota se embarcó hacia Constantinopla con Kosmas como candidato para derrocar al emperador - sacerdote, pero al encontrarse con la Flota Imperial en el Helesponto, los rebeldes fueron derrotados y Kosmas ejecutado.

Pero es recién en el año 730 cuando León III publica el edicto que prohíbe la adoración de las imágenes, provocando un grave conflicto con el patriarca Germán, ardiente iconódulo, defensor de las imágenes, que se niega a aprobarlo.

Sin hacerse esperar, León III convoca al Silention, consejo supremo de laicos y eclesiásticos, que sí aprueba el edicto, dándole la razón al emperador.

Germán renuncia al instante, siendo reemplazado por su ayudante Anastasio, provocando la ira de los patriarcas orientales y del Papa Gregorio II, el cual excomulga al nuevo patriarca, abriendo una brecha entre las iglesias oriental y occidental que no se cerrará en mas de un siglo.

A pesar de su triunfo con la imposición de la iconoclastia, que a esta altura era apoyado por gran parte de la población, que tenía los mismos sentimientos que el emperador con respecto al tema, León III jamás convocó un Concilio Ecuménico para imponerla.

El gran apoyo que obtuvo el emperador en su lucha contra las imágenes estuvo basado mayormente en la gran envidia a la que se habían hecho acreedores los monjes de los monasterios más ricos, que además de ejercer una influencia cada vez mayor en la sociedad bizantina, acumulaban grandes riquezas basadas en exenciones de impuestos y grandes donaciones, lo cual provocó una gran reacción religiosa que tuvo en el emperador a su cruzado y principal miembro.

Debido a la prohibición de la adoración de las imágenes por parte del emperador, enorme cantidad de monjes griegos se "exiliaron" en el sur de la península itálica, mayormente en las ciudades de Bari, Amalfi y Salerno, donde pudieron seguir su costumbre iconódula sin que llegara hasta allí la aplicación real de los edictos, en una inteligente decisión de León III, que sabía que el Imperio no tenía la misma fuerza en esas provincias.

Gregorio II convocó un Concilio que condenó la iconoclastia, pero la respuesta de León III no se hizo esperar: hizo prisioneros a los legados del Papa en la capital bizantina y luego sustrajo las provincias de Italia, Sicilia y a la prefectura de Iliria de la jurisdicción de Roma, colocándolas en la de Constantinopla. Además todas las rentas del patrimonio de Roma pasaban al tesoro imperial.

Aquí comienza el alejamiento del Papado del Imperio Bizantino y su progresivo acercamiento a los reinos francos, que llegaría a su culminación cuando en el año 800 el Papa coronara a Carlomagno emperador, obteniendo gran cantidad de territorios como recompensa.

No es el propósito de este trabajo analizar las consecuencias de la política iconoclasta de León III pero sí se puede sacar la conclusión de que por esta política el Imperio pierde los ya débiles lazos que tenía con occidente, pero si se estudia la situación de Bizancio en el momento de su coronación, nos daremos cuenta de que hizo verdaderos milagros y siempre actuó guiado por sus convicciones, y de todas maneras ese alejamiento ya era antes de 717 prácticamente irreversible.

El perfil de un gran gobernante.

Una personalidad avasallante.

Detalle Políptico Barberini. Siglo VI

Los años de gobierno de León III fueron marcados por sus convicciones políticas, religiosas, administrativas y militares; toda su gestión fue el mérito de un buen militar, mejor estratega, excelente diplomático y, como el mismo gustaba llamarse, emperador sacerdote, convencido absolutamente de sus ideas.

Dio nuevamente vida al Imperio, organizó las vidas de sus habitantes dándoles leyes en su propio idioma, reorganizó la economía y las finanzas, se enfrentó a los enemigos externos y también a los internos con gran energía, don de mando y siempre la victoria lo acompañó.

Consolidó las fronteras con los árabes ganando batalla tras batalla, siempre él mismo al frente de su ejército, hasta triunfar en 740 en la decisiva batalla de Akroinón, en Frigia.

Mantuvo a raya al Papado, que crecía a espaldas del Imperio, le quitó varias provincias y la renta sobre su patrimonio, aunque no se atrevió a sacarle Rávena, que ya era prácticamente independiente del Imperio, y una flota que él mismo preparó y que se dirigía a Roma naufragó a causa de una tormenta, en lo que fue uno de sus peores fracasos.

Convenció a gran parte del pueblo de sus ideas religiosas, convirtiéndose en un líder natural para esta gente que creía en él, provocando gran cantidad de debates y discusiones teológicas que en gran parte se han perdido, pues con la victoria final de los ortodoxos se destruyeron todos los documentos iconoclastas.

Con él, la política del estado siempre estuvo presente en todos los actos de la vida del Imperio, no hubo quién se sustrajera a ella, con lo que el Imperio volvió a tener la fuerza de antaño.

No creyó nunca en grandilocuentes proyectos de imperialismo omnipotente y expansivo, simplemente se dedicó a obtener lo que era posible, y ese fue el secreto de sus éxitos.

Por último, hay que decir que fue injustamente olvidado por la historia dos veces, una, como integrante del elenco de grandes emperadores del Imperio Bizantino, enterrado por los historiadores durante siglos, y otra, anterior, por los mismos habitantes del Imperio que una vez que triunfó la iconodulia se dedicó a destruir los documentos y todo lo referente a la iconoclastia, que lo tuvo como principal bastión y fundador.

Rolando Castillo.

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