JAPON
EN ESOS AÑOS:
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PERÍODO EDO
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ERA MEIJI
EL AUTOR:
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ENTREVISTA
INFORMATIVA
ANIME:
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HISTORIA DE
.
LA SERIE
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SAGAS
(CAPÍTULO POR CAPÍTULO)
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PERSONAJES
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PELÍCULAS Y
OVAS
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MERCHANDISING
MANGA:
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SECRETOS DE
LA
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PERÍODO EDO
INTRODUCCIÓN
El Periodo Edo fue una época de
la historia de Japón que abarca desde 1600 hasta
1868, en la que gobernó la
dinastía
Tokugawa y que recibió este nombre en honor de
la ciudad de Edo (Tokio en la actualidad), la
capital Tokugawa. El shogunado Tokugawa comenzó
realmente en 1603, con la designación de
Tokugawa
Ieyasu como
shogún,
y concluyó en 1867, con la retirada de Tokugawa
Yoshinobu; si bien la supremacía de esta dinastía
empezó con la batalla de Sekigahara (21 de octubre
de 1600) y se prolongó hasta el triunfo de las
fuerzas que apoyaban al emperador (micado)
en 1868, cuya consecuencia fue la Restauración
Meiji.
Después de siglos de guerra civil, el periodo Edo
brindó 250 años de paz, prosperidad y progreso a
Japón, que, pese a ello, permaneció cerrado al
exterior y mantuvo una rígida jerarquía
feudal.
FUNDACIÓN DEL GOBIERNO EDO
Las bases del Japón Edo
fueron establecidas por los tres primeros sogunes
Tokugawa: Tokugawa Ieyasu, Tokugawa Hidetada
(1579-1632; sogún desde 1605 hasta 1623) y
Tokugawa Iemitsu. Ellos completaron la obra de
Oda
Nobunaga y
Toyotomi
Hideyoshi, al poner fin a las luchas entre
clanes
daimios
que habían dividido a Japón durante el
periodo
Muromachi (1333-1568) y el periodo
Azuchi-Momoyama (1568-1600) e implantar un
gobierno centralizado. Instalado en el pueblo
pesquero de Edo en 1590 a instancias de Hideyoshi,
su señor, Ieyasu hizo de este lugar el núcleo de
su bakufu ('gobierno militar'). Tras la
batalla de Sekigahara, Edo se convirtió en la
capital nacional: todos los daimios lucharon en la
batalla y, posteriormente, Ieyasu destruyó más de
85 clanes daimios, reubicó a más de 40 y creó
aproximadamente 70 nuevos entre sus seguidores. La
confiscación de las propiedades de los derrotados
y de la familia Hideyoshi proporcionó a Ieyasu y
sus vasallos un cuarto de las tierras cultivables
de Japón. Asimismo, éste obligó a los daimios
supervivientes a jurarle lealtad entre 1611 y
1612.
Ieyasu venció en Sekigahara
como jefe de una coalición de daimios; a
continuación, se sirvió de ellos, en lugar de
sustituirlos, otorgándoles cierto poder y
autonomía. El gobierno Tokugawa evolucionó
entonces hacia el sistema bakuhan: el bakufu Tokugawa que dominaba en los han (feudos) daimios. Tras su nombramiento
como shogún en 1603, Ieyasu modificó la legislación
sobre la propiedad de los han, asemejándola
al sistema
feudal
europeo: los daimios, en lugar de heredar sus han como ocurría anteriormente, los
recibían del shogún, que custodiaba todas las
tierras en nombre del Emperador. Los cortesanos
que acompañaban a éste apoyaron durante un tiempo
al oponente de Ieyasu, el joven heredero de
Hideyoshi. Por este motivo, las leyes bakufu dictadas en 1615 establecieron que
la capital se asentara permanentemente en
Kioto,
sometida a estrecha vigilancia, mientras el shogún
pasaba a ser el depositario de la soberanía
imperial. En virtud de esta obligada delegación
del Emperador, los daimios podían ser
legítimamente desposeídos de sus bienes en caso de
rebelión, conducta impropia, incapacidad para dar
un heredero o simplemente para mantener la
supremacía Tokugawa: el shogunado derrocó a 110
clanes daimios más a comienzos del
siglo XVIII. La fortaleza del gobierno
militar obligó a los daimios a obedecer. Los
vasallos directos de Tokugawa, aquellos que
portaban sus propios estandartes, formaron una
fuerza permanente y lista para el ataque en Edo, y
cientos de miles de
samurais
constituyeron un segundo grupo de leales
seguidores.
Los Tokugawa dividieron a
los daimios en tres grupos: los shimpan (la
rama de la dinastía Tokugawa), los fudai
(linajes creados por los Tokugawa) y los tozama (independientes desde antes de
1600). Estos últimos eran considerados como la
peor amenaza y su número quedó reducido a 117
clanes (de un total de 195 daimios) tras la
batalla de Sekigahara, y a 98 (de 266) en 1795;
muchos fueron enviados a distintos lugares o
desposeídos parcialmente de sus bienes. Los tres
grupos estaban sometidos a las Buke Shohatto
(Leyes de Casas Militares), promulgadas en 1615 y
ampliadas posteriormente, por las que se les
prohibía construir fortificaciones, acoger a
fugitivos o contraer matrimonio sin el permiso
necesario. El peculiar sistema conocido como sankin kotai ('servidumbre alterna')
—introducido para los tozama en 1635 y
aplicado a los restantes daimios desde 1642— les
exigía dejar a sus herederos y familias como
rehenes en Edo (en enormes y lujosas mansiones) y
servir al shogún en su gran castillo de Edo cada
dos años. Estaban obligados a someter sus disputas
al arbitraje del tribunal del shogún. Sólo se les
permitía tener un castillo en sus dominios (los
restantes eran demolidos) y tenían que colaborar
en los grandes proyectos del shogún, como en el
caso de la reconstrucción de Edo después del
incendio de 1657. El shogunado se arrogaba el
derecho de regular las relaciones con el exterior,
los caminos públicos y la
religión.
A pesar del férreo control
del shogunado, los daimios no tardaron en asentarse
en el régimen Edo. El gobierno Tokugawa les
protegía de las mutuas agresiones, eran
prácticamente los jefes supremos de sus feudos y
no pagaban impuestos de forma directa. La mayoría
debía su posición al favor de los Tokugawa y
carecía de alicientes para desafiar su supremacía.
En la década de 1650, casi todos los daimios
habían sido nombrados por los Tokugawa, por lo que
no albergaban deseos independentistas. Muchos de
ellos siguieron las prerrogativas de los sogunes
en la administración de sus feudos, de manera que
la legislación y las instituciones se
homogeneizaron considerablemente en todo Japón,
teniendo en cuenta que aproximadamente el 75% del
país era gobernado por señores con escaso poder.
El shogunado nunca fue lo suficientemente fuerte
para derrotar ninguna gran alianza entre los
daimios, pero los dividió y gobernó confiando en
el apoyo de los daimios fudai y en la mutua
desconfianza entre ellos. Los fudai, entre
los que se nombraba a los consejeros del shogunado
y a otros altos funcionarios, tenían múltiples
razones para utilizar el sistema en su propio
provecho contra los tozama. En
consecuencia, cuando falleció Iemitsu en 1651, el
sistema bakuhan disfrutaba de suficiente
estabilidad para mantener la paz durante un largo
periodo de regencia, mientras los consejeros
daimios gobernaban en nombre de su joven hijo
Ietsuna (sogún desde 1651 hasta 1680). Puede
decirse, pues, que los daimios nunca supusieron
una seria amenaza para la hegemonía
Tokugawa.
LA FORMACIÓN DE LA
SOCIEDAD EDO
Los legisladores Tokugawa
prestaron también una gran atención a las clases
sociales inferiores a la formada por los daimios.
Siguiendo las prácticas iniciadas por Hideyoshi y
las doctrinas neoconfucianas propias de los
consejeros de Ieyasu, la sociedad quedó dividida
en cuatro grupos con diferente rango: los
samurais, los campesinos, los artesanos y los
comerciantes. Un quinto grupo formado por
curtidores, carniceros y otros oficios condenados
por el
budismo
quedaron relegados como parias. La clase más
importante desde el punto de vista político, la
compuesta por los samurais, mantuvo el derecho a
portar espada (e inicialmente a quitar la vida a
cualquier persona de rango inferior que les
causara algún motivo de enojo). No obstante, salvo
en algunos feudos apartados, a todos ellos se les
obligó a abandonar los pueblos en los que
tradicionalmente habían vivido a costa del
campesinado y fueron asignados a los castillos
habitados por los señores daimios. Recibían un
salario en arroz y eran empleados en la
administración bakuhan como funcionarios de
distinto nivel o simplemente como secretarios o
guardias, supeditados siempre a la disciplina del
código
bushido.
Los castillos no tardaron en perder su función
militar y se convirtieron en centros de gobierno y
comercio, mientras que importantes ciudades como
Nagoya
y
Osaka
permanecieron bajo el control directo del shogún. A
los campesinos, que en la jerarquía social eran el
grupo que seguía a los samurais, se les prohibió
llevar armas y abandonar sus tierras; debían vivir
frugalmente y cultivar los campos para alimentar a
sus superiores. En realidad, el traslado de los
samurais supuso una liberación para los campesinos
y les permitió organizar la vida rural en función
de sus necesidades; el jefe del pueblo solía ser
el único que estaba en contacto con las clases
superiores. Los artesanos y los comerciantes
constituían el chonin ('población de las
ciudades') y suministraban bienes a los daimios y
samurais de Edo y de los
castillos.
Los Tokugawa insistieron en
regular la vida religiosa de sus súbditos por
temor a la subversión, especialmente por parte de
los cristianos. Los unificadores de Japón del
siglo XVI habían luchado para subyugar a las
sectas de campesinos que profesaban el budismo de
la Tierra Pura. El
cristianismo,
que había sido introducido por misioneros
europeos, era temido como un credo extranjero y
fue consecuentemente prohibido. Se obligaba a
todas las familias japonesas a inscribirse en un
templo budista y demostrar que no eran cristianas.
Esta persecución provocó la rebelión Shimabara, un
levantamiento cristiano que tuvo lugar entre 1637
y 1638, en el que 37.000 hombres, mujeres y niños
consiguieron rechazar a un ejército del shogún en
un castillo de la península de Shimabara (Kyushu),
aunque perecieron posteriormente cuando el
castillo fue tomado. Cabe señalar que muchos de
los rebeldes eran samurais sin señor al que servir
que habían perdido su posición en la pacífica
sociedad Edo. Lo cierto es que los cristianos
apenas representaban una amenaza para el sistema
Tokugawa, pero mantuvieron su fe en secreto ante
el peligro constante de ser
ejecutados.
El cristianismo fue una de
las principales razones que llevaron a los
Tokugawa a mantener Japón cerrado a la influencia
de otras culturas. El shogunado temía el contacto
con civilizaciones extranjeras porque podía poner
en peligro la estabilidad nacional y la supremacía
de su régimen. La prohibición de construir grandes
barcos que pudieran surcar el océano impidió a los
daimios desarrollar una fuerza naval o el comercio
exterior. En 1635, se prohibió oficialmente viajar
al extranjero a todos los japoneses y se cortó por
completo la comunicación con las comunidades de
comerciantes japoneses de las islas
Filipinas
y otros lugares. En 1639, el
Imperio
portugués perdió el derecho a comerciar con
Japón: sólo se permitía la presencia de
comerciantes holandeses, confinados en una isla
artificial creada en el puerto de
Nagasaki.
El comercio con Corea y China prosiguió, pero
generalmente a través de naves extranjeras y bajo
estricta supervisión.
El comercio interior japonés
se vio estimulado por la mejora de las vías de
comunicación, entre las que se contaba la conocida
Tokaido, red radial que partía de Edo y que era
mantenida por los pueblos situados a lo largo de
su recorrido. El shogunado emitió monedas de oro y
plata desde 1601 y tomó el control de las minas de
Japón, especialmente de las minas de plata de la
isla de Sado, para acuñar monedas y llenar sus
arcas: en vida de Ieyasu se habían abierto
aproximadamente 50 nuevas minas de oro y plata. El
uso de monedas y el nuevo sistema de pesos y
medidas del shogunado favorecieron el comercio,
pero también realzaron la legitimidad de los
Tokugawa. Su supremacía quedó plasmada en la
construcción (1634-1636) del gran panteón
familiar, el Toshogu, en
Nikko,
donde los restos mortales de Ieyasu descansan en
una vistosa e imponente cámara que reúne una
compleja mezcla de símbolos del
sintoísmo,
budismo y
confucianismo
chino.
LA EDAD DORADA DEL
PERÍODO EDO
A mediados del
siglo XVII, la política de los Tokugawa, a
pesar de su carácter autocrático, había traído a
Japón más paz y estabilidad de la que había
disfrutado el país en siglos: la consecuencia fue
una eclosión demográfica y económica. La población
pasó de unos 12 millones en 1600 a aproximadamente
31 millones en 1720, y Edo, que comenzó siendo una
pequeña aldea con 200 habitantes, se transformó en
una metrópoli con más de un millón de residentes.
Aunque no se dispone de cifras fiables, la
economía creció a gran velocidad: la construcción
de castillos y los proyectos oficiales de los
Tokugawa crearon nuevos empleos, y la urbanización
promovió nuevos hábitos de consumo en una economía
de mercado en ascenso favorecida por la paz, la
construcción de nuevas vías, la estandarización de
las unidades de medida y la acuñación de moneda.
La constante movilidad de los daimios y sus
séquitos según el sistema sankin kotai y
sus lujosas posesiones en Edo crearon una nueva
fuente de demanda
económica.
El nuevo periodo de riqueza
y paz alumbró también un florecimiento cultural.
Las prácticas tradicionales del arte japonés,
originales de
Honami
Koetsu, se desarrollaron en la escuela Rimpa,
representada por
Korin
Ogata. En el campo de la literatura, el nuevo
tipo de composición poética breve, el
haiku,
fue perfeccionado por el poeta errante
Matsuo
Basho;
Ihara
Saikaku y
Chikamatsu
Monzaemon escribieron novelas y obras de
teatro
kabuki
para una audiencia urbana. El ritual de la
ceremonia del té se enseñaba en varias escuelas, y
se crearon soberbias cerámicas, como las del
estilo
raku,
para complementarlo. La arquitectura tradicional
se perpetuó en el maravilloso palacio de
Katsura,
finalizado en 1662. Los locales autorizados (como
el Yoshiwara de Edo), en los que la prostitución
se regulaba oficialmente, se convirtieron en
centros de moda, lugares de exhibición y
actividades artísticas; en tanto que los
comerciantes arribistas acudían a ellos para hacer
alarde de su fortuna y sofisticación ante los
cultos cortesanos y las
geishas,
inmortalizados en láminas de madera
Ukiyo-e.
Estas manifestaciones
representan lo que más tarde se ha considerado
como la edad dorada de Edo, la era Genroku
(1688-1704). Con todo, la prosperidad y el
crecimiento creaban tensiones en la rígida
sociedad Tokugawa. Los chonin, teóricamente
el estamento más bajo de la jerarquía social,
prosperaron a expensas de los daimios y los
samurais, siempre dispuestos a cambiar su salario
de arroz por dinero, pero vulnerables ante las
fluctuaciones de la producción y los precios
agrícolas. La geografía económica de Japón
basculaba en favor de Edo y en contra de Kioto,
aunque Osaka seguía siendo un centro mercantil de
gran importancia para la venta del arroz de los
daimios y los samurais. Las jerarquías sociales se
vieron amenazadas por las innovaciones del mercado
masivo, por ejemplo, los grandes comercios con
descuentos y pago en moneda de Edo. Los daimios
exploraron nuevas tierras y técnicas agrícolas
para incrementar sus ingresos y saldar sus deudas,
pero también obligaron a sus campesinos a cultivar
productos como el algodón y el tabaco, que se
pagaban en dinero. Con la creciente
comercialización de la vida rural, los
agricultores adinerados aprovecharon las nuevas
oportunidades económicas para distanciarse de los
pequeños propietarios, que a menudo acababan
trabajando como jornaleros o se trasladaban a las
ciudades. Los samurais tampoco disfrutaban de una
situación económica favorable, atrapados entre los
codiciosos comerciantes y los poco generosos
daimios, por lo que muchos renunciaron a su
posición social y se dedicaron al comercio, a la
medicina, al estudio o alguna otra profesión
remunerada. El Japón del periodo Edo desbordaba
las simples estructuras confucianas de los días de
Ieyasu.
INESTABILIDAD
Y OPOSICIÓN
El poder Tokugawa se
debilitó tras la muerte de Tokugawa Iemitsu en
1651. Su hijo Ietsuna dependía de sus consejeros,
que decidieron no aminorar la presión sobre sus
compañeros daimios. De gran importancia fue el
hecho de que a partir de 1651 se permitiera a los
daimios sin descendencia nombrar a sus herederos
con independencia del bakufu, lo que
eliminó un significativo medio de control de los
Tokugawa. Los daimios comenzaron a ignorar los
edictos bakufu cuando éstos no convenían a
sus intereses. Los sogunes posteriores
reaccionaron ante estos cambios en lugar de
apoyarlos, en un intento de que la vida en Japón
volviera a su cauce
anterior.
La inestabilidad social
empeoró durante el siglo XVIII, cuando la
demanda de la población, que había aumentado
durante los prósperos años del comienzo del
periodo Edo, sobrepasó la limitada oferta de
tierras de cultivo de Japón. En el norte del país,
se explotó el cultivo del arroz hasta el límite de
las posibilidades climáticas y, así, grandes áreas
quedaron expuestas en un determinado momento a un
verano con bajas temperaturas. A partir de 1700,
la situación social apenas experimentó cambios,
puesto que los campesinos, e incluso los samurais,
recurrieron al infanticidio y a métodos de control
de natalidad para disminuir el número de bocas que
alimentar. El factor que contribuyó en mayor
medida a la disminución de la población no fue
otro que las prolongadas hambrunas, especialmente
la de Tenmei de 1783 y 1784, que siguió a la
erupción del volcán Asama: las cenizas volcánicas
cubrieron campos y ríos, lo que provocó la pérdida
del 90% de las cosechas en algunas áreas. Estos
acontecimientos tuvieron una doble repercusión
política porque, de acuerdo con la ideología
neoconfuciana Tokugawa, los desastres naturales
eran enviados por Dios para advertir a los
gobernantes injustos de que su mandato no tardaría
en concluir. Las revueltas campesinas, poco
habituales a comienzos de este periodo, comenzaron
a proliferar: este estamento social nunca había
llevado a cabo una auténtica revolución, pero se
sublevó para obligar a sus superiores a reducir
los impuestos (después de algunas ejecuciones
ejemplares), apoyándose en que el sogunado podía
desposeer de sus bienes a los señores de los
feudos mal gobernados y rebeldes. Una revuelta que
tuvo lugar en 1764 obligó al bakufu a
cancelar una peregrinación prevista al panteón
ancestral de Nikko porque los campesinos,
indignados por los impuestos que se les aplicaban,
amenazaron la capital hasta conseguir un
aplazamiento de las medidas de
recaudación.
La respuesta del sistema bakufu al cambio social y la crisis
económica osciló entre la represión y la apelación
a la buena voluntad. Tokugawa Tsunayoshi
(1646-1709; shogún desde 1680 hasta 1709), el
quinto sogún, perdió prestigio y respeto por
imponer reformas radicales de inspiración budista,
tales como la construcción de refugios para perros
extraviados. Entre las medidas que aplicó, se
cuenta la reacuñación de la moneda de 1695, que
enriqueció temporalmente al shogunado pero provocó
una inflación generalizada. Las reformas Kyoho,
iniciadas por el octavo shogún, el competente
Tokugawa Yoshimune (1684-1751; shogún desde 1716
hasta 1745), estaban destinadas inicialmente a
resolver el empobrecimiento de los bakufu,
daimios y samurais; para aliviar su situación,
cerró los tribunales del shogunado a los
comerciantes que demandaban a los samurais por las
deudas contraídas y redujo temporalmente las
obligaciones de sankin kotai a los daimios
a cambio de un impuesto sin precedentes sobre su
arroz. Yoshimune intentó también disminuir el
efecto del cambio económico en la vida rural:
rebajó los intereses de los préstamos a los
campesinos, evitó la división de las fincas
familiares e incluso instaló un buzón de
sugerencias en las puertas del castillo de Edo
para recibir las quejas y propuestas. No obstante,
hacia el final de su vida se vio implicado en la
falsificación de moneda y en la oferta de
monopolios a los comerciantes acaudalados a cambio
de sus donaciones y apoyo. Después de la terrible
hambruna de la década de 1780, que provocó
repetidas sublevaciones en la propia Edo, los
consejeros del shogunado llevaron a cabo las
denominadas reformas Kansei: realizaron cambios en
el sistema financiero y administrativo, aumentaron
las reservas de alimentos, mejoraron el sistema
fiscal e intentaron en vano que los campesinos que
habían huido a las ciudades regresaran a sus
pueblos. El régimen Tokugawa finalizó el
siglo XVIII con relativa solvencia y
estabilidad, aunque incapaz de recuperar su
anterior preeminencia.
DESARROLLO CULTURAL Y NUEVAS IDEOLOGÍAS
A pesar de las crisis
periódicas y el sentimiento generalizado de que
los grandes días de la era Genroku habían
concluido, el avance cultural prosiguió a lo largo
del siglo XVIII.
Harunobu
Suzuki empleó nuevas técnicas polícromas en
las pinturas sobre láminas de madera que
culminaron la gran época de Ukiyo-e con deliciosas
obras creadas desde 1765 hasta su muerte, ocurrida
en 1770. Sus grandes sucesores, particularmente
Utamaro
Kitagawa y Toshusai Sharaku, perfeccionaron
sus innovaciones del Ukiyo-e, tan en boga en la
época. Desde la década de 1760, el poeta
Buson
revivió la herencia de Basho en su poesía y
pinturas líricas. Posteriormente,
Issa
aproximó la corriente haiku a la vida cotidiana.
Hiraga Gennai combinó la literatura con su
original investigación científica e
histórica.
El shogunado no consiguió
controlar la proliferación de nuevas ideas e
ideologías debido a que los estudiosos de todas
las clases sociales, pero especialmente del débil
grupo formado por los samurais, centraron su
atención en la historia, la ciencia, la filosofía
y la literatura. El bakufu había reclutado
inicialmente a sabios confucianos como Hayashi
Razan para elaborar las bases del sistema bakuhan. Cuando el shogunado relajó su
control sobre la política y la vida del país, los
estudiosos confucianos ampliaron sus perspectivas:
del interés inicial por adaptar este credo chino a
Japón pasaron al estudio de los textos de los
grandes autores y a la creación de un pensamiento
original.
La escuela Razan se
convirtió en la doctrina ortodoxa del Estado
Tokugawa, pero también surgieron otras corrientes.
A partir de 1720, año en el que se levantó la
prohibición sobre la importación de libros
extranjeros, la escuela Rangaku (la escuela
holandesa) se dedicó al estudio de textos de
autores occidentales (la mayoría de ellos en
holandés) y de artefactos procedentes del puesto
comercial holandés establecido en Nagasaki, e
introdujo la medicina occidental y nuevas
perspectivas artísticas en el arte japonés. La
escuela Kokugaku (aprendizaje nacional) se centró
en la tradición y literatura nacionales y en el
sintoísmo. Su gran representante,
Motoori
Norinaga, llevó a cabo brillantes estudios
sobre la obra maestra de la nación, La historia
de Genji, de
Murasaki
Shikibu, y realizó excelentes aportaciones en
otros campos del saber. No obstante, movido por su
devoción a la tradición japonesa, exaltó los
valores de su país frente a los de la antigua
China y elogió la ininterrumpida línea de los
emperadores japoneses, descendientes directos de
Amaterasu,
la diosa del Sol sintoísta. Estos eruditos
encarnaban la esencia nacional ancestral protegida
por el shogunado, que por ende tenía el deber de
protegerlos del mal y de la influencia de ideas
del exterior.
Hirata Atsutane, el sucesor
de Norinaga, añadió a esta floreciente ideología
un tono aún más nacionalista y elitista: criticó
el confucianismo y el budismo y creó una nueva
cosmología sintoísta en la que Japón pasaba a
estar dotado de una naturaleza divina, encarnada
en el emperador, superior a la de cualquier otra
nación. Esta doctrina se complementó con el
desarrollo de la escuela Mito, originalmente un
grupo de investigación histórico confuciano que
más tarde evolucionó como un organismo proimperial
patriótico que fomentaba el kokutai ('la
esencia nacional'). A finales del siglo XVIII, la
dinastía imperial, manipulada por los Tokugawa y
otros gobernantes durante los siglos XVI y
XVII, era defendida y promovida como un foco de la
unidad nacional capaz de cuestionar el derecho a
gobernar del propio
shogunado.
LA COLONIZACIÓN EXTRANJERA Y LA CRISIS NACIONAL
A comienzos del siglo XIX,
el
imperialismo
colonial occidental comenzó a cobrar fuerza, lo
que supuso una creciente amenaza para el
tradicional aislacionismo japonés. Rusia iniciaba
su expansión en la Siberia oriental y el noroeste
del océano Pacífico. Un grupo de mercenarios rusos
destruyó una colonia japonesa establecida en la
remota isla de
Sajalín
en 1806, hecho contemplado como un augurio de los
acontecimientos
venideros.
El siglo XIX brindó al
Japón Edo una nueva etapa de estabilidad y
crecimiento, en la que se obtuvieron grandes
cosechas gracias a unas condiciones climatológicas
favorables y a los nuevos métodos de agricultura
intensiva. Hacia 1800, Edo era la ciudad más
grande del mundo y disfrutaba de un floreciente
comercio. No obstante, este periodo de prosperidad
concluyó con una terrible hambruna —la hambruna
Tempo, que se inició en 1833— que provocó una
revuelta popular en Osaka liderada por Oshio
Heihachiro, un funcionario desleal del shogunado, y
con el denominado incidente Morrison, en el que se
abrió fuego contra un navío mercante
estadounidense para impedir que atracara en Japón.
El shogunado y los daimios reaccionaron ante esta
situación promulgando las reformas Tempo, en un
decidido aunque inútil intento por mejorar la
administración, el sistema fiscal, los valores
morales, las defensas costeras y la formación
militar de los samurais. El desarrollo de la
cultura Edo prosiguió a través de las obras
literarias de Jippensha Ikku y Ryokan, así como
del arte de
Hokusai
Katsushika e
Hiroshige
(que utilizaban un pigmento azul importado de
Occidente), pero la pacífica y estable sociedad
descrita en estas obras se hallaba en realidad
sometida a una creciente tensión. A partir de la
década iniciada en 1820, los ideólogos de la
escuela Mito desarrollaron el principio de sonno joi ('venerar al emperador y expulsar
a los bárbaros') en su afán por proteger la
esencia del espíritu japonés, encarnado por el
emperador, de la nociva influencia de los
misioneros cristianos, los exploradores
imperialistas y demás amenazas del mundo
occidental.
Las relaciones
internacionales alcanzaron un punto crítico en
1853, cuando el comodoro
Matthew
Calbraith Perry dirigió una expedición naval
en la bahía de Edo que puso fin al aislacionismo
de Japón. Esta política fue seguida por otras
potencias occidentales, y hacia 1858 Japón se vio
obligada a mantener relaciones diplomáticas y
comerciales con Occidente. La incapacidad para
evitar la firma de un tratado con Estados Unidos
en 1854 debilitó profundamente la posición del
shogunado: en primer lugar, al perder su control
exclusivo sobre la política exterior pidiendo
sugerencias a los han daimios sobre el modo
de hacer frente a la amenaza extranjera; en
segundo lugar, al firmar un tratado desfavorable
con Estados Unidos en 1858 sin la sanción
imperial. Los nacionalistas defensores del Imperio
habían reforzado su poder militar debido al
interés de los Tokugawa por crear una fuerza de
defensa nacional. La dura represión ejercida en
1858 por el consejero del shogunado Ii Naosuke, que
llevó a cabo una cruenta purga de activistas
proimperiales e intentó emparentar a los Tokugawa
con la familia imperial acordando el matrimonio
del shogún con la hermana del emperador, culminó
con su asesinato en el corazón de Edo, en 1860. La
violencia política se convirtió en una constante
cuando las facciones rivales, formadas por los
llamados “hombres de honor”, comenzaron a atentar
contra funcionarios del shogunado, rivales
directos, destacados líderes nacionalistas y
estudiosos de la cultura occidental. En 1864, el han Mito, sede de la escuela Mito, se vio
afectado por una disputa interna que sólo pudo ser
aplastada con la ayuda de las fuerzas del shogunado
y otro han. A la generalizada violencia
contra los extranjeros se unieron los desórdenes
internos. En 1862, Charles Richardson, un
comerciante británico, fue asesinado por ofender
al daimio del han Satsuma por atravesar un
camino de sus propiedades: en represalia,
Kagoshima,
la capital Satsuma, fue asediada por buques de
guerra británicos y sufrió grandes daños y
pérdidas. Esta acción hizo pensar a todos los
líderes, salvo a los ultranacionalistas, que Japón
debía reformar su sistema de gobierno y
fortalecerse como nación antes de enfrentarse con
las potencias
occidentales.
Tanto el shogunado como los
daimios importaron armas para hacer frente a la
amenaza del imperialismo occidental. Asimismo, el
shogunado estableció una academia naval en 1855 y
contrató a marinos holandeses como instructores de
los oficiales japoneses de la nueva flota. Se
enviaron emisarios a Occidente. Inicialmente, su
misión era negociar los términos de tratados;
posteriormente, en 1865 y 1867, su objetivo fue
adquirir conocimientos, lo que dejaba de lado la
tradicional prohibición sobre los viajes al
extranjero. Durante este tiempo, el han
tozama de Choshu, establecido en el extremo
occidental de
Honshu,
comenzó a organizar levas de campesinos a los que
armó e instruyó militarmente al estilo occidental,
apartándose del tradicional monopolio militar de
los samurais.
El shogunado buscaba nuevas
alternativas ante el fracaso del sistema bakuhan y competía con los daimios
nacionalistas por el favor de la cada vez más
influyente corte imperial. El objetivo de este
“Movimiento en favor de la unión de la corte y el
shogunado” era compaginar el dominio del shogunado y
la soberanía imperial, pero los sectores radicales
de Japón, especialmente los destacados han
occidentales de Choshu y Satsuma, deseaban una
restauración completa de la perdida supremacía del
emperador, sin tener en cuenta al shogunado y sus
aliados. En 1862, Kido Takayoshi y otros samurais
proimperiales y defensores acérrimos de la corte
imperial de Kioto, en colaboración con nobles
afines a su causa, convencieron al Emperador para
que ordenara la expulsión de todos los extranjeros
asentados en Japón a mediados de 1863. Todos los han ignoraron la orden excepto Choshu, que
abrió fuego contra los navíos extranjeros; sin
embargo, los sectores moderados de Satsuma y otros
lugares persiguieron a los grupos radicales de
Kioto. Después de que éstos intentaran asaltar
Kioto en 1864, una fuerza armada del shogunado con
mandato imperial acudió para subyugarlos.
Finalmente, el sector moderado dominó la
situación, pidió la paz y los soldados del shogún
se retiraron. No obstante, hacia 1865 la facción
extremista de Choshu había retomado el control del han, por lo que el shogún envió una nueva
expedición contra ellos en 1866. Durante este
tiempo, Choshu había establecido con Satsuma un
pacto secreto contra los Tokugawa; asimismo, otros han negaron su ayuda al shogunado. Por este
motivo, la mortal enfermedad de Tokugawa Iemochi
se convirtió en un perfecto pretexto para la
retirada de las fuerzas del shogunado en 1866. La
preeminencia política del shogunado Tokugawa se
había basado desde sus comienzos en su supremacía
militar sobre los han de los daimios, por
lo que esta humillación debilitó enormemente su
prestigio y
legitimidad.
Los campesinos y el pueblo
llano de Edo adoptaron una actitud pasiva ante el
derrumbamiento de su mundo. Los grupos radicales
proimperiales estaban integrados generalmente por
jóvenes samurais procedentes de regiones pobres y
remotas; los daimios no estaban tan motivados como
para modificar el statu quo. A excepción de
la milicia Choshu, pocos miembros del pueblo llano
contaban con la formación militar necesaria para
las batallas decisivas que pondrían fin al periodo
Edo. Se limitaron a tomar parte en reuniones
amistosas, bailes y procesiones basados en
tradiciones populares para festejar la llegada del
nuevo milenio, actitudes que proliferaron en las
ciudades y en el campo como una fría respuesta a
los levantamientos
políticos.
El nuevo shogún, Tokugawa
Yoshinobu, y sus consejeros, conscientes del paso
del tiempo, se afanaron por reformar el shogunado y
promover cambios que mantuvieran cierta
continuidad con el sistema bakuhan. Como
parte del plan, Yoshinobu dimitió oficialmente de
su cargo en favor del emperador el 9 de noviembre
de 1867: este acto puso fin al shogunado Tokugawa,
pero Yoshinobu seguía conservando sus posesiones y
se perpetuaba en el poder como máximo líder de un
nuevo consejo de daimios. Alarmadas por este
desafío a su sueño de un Estado basado en la
figura del emperador, las fuerzas de Satsuma y
Choshu, lideradas por
Saigo
Takamori, Kido Takayoshi y Okubo Toshimichi,
tomaron el palacio imperial el 3 de enero de 1868
y proclamaron la restauración. Los súbditos leales
a los Tokugawa fueron derrotados en sus primeros
intentos por dominar al nuevo Ejército imperial.
Durante la posterior guerra civil Boshin, la
mayoría permaneció neutral, excepto algunos
vasallos incondicionales de los Tokugawa. Los
combates esporádicos concluyeron finalmente a
mediados de 1869, pero el shogún ya había aceptado
los términos de una retirada honorable propuestos
por los nuevos gobernantes imperiales, con la
rendición pacífica de Edo a los nuevos señores.
Así comenzó una nueva época denominada
Meiji,
en honor del joven emperador
Meiji
Tenno, en la que los líderes de la
restauración imperial procedieron a transformar
Japón, y en la que Edo pasó a llamarse
Tokio.
LEGADO
Y VALORACIÓN DEL PERÍODO EDO
Las autoridades Meiji
persiguieron a los escasos defensores del antiguo
sistema Edo, pero el periodo mismo quedó
estigmatizado por la ideología y el sistema
educativo como una época de oscuridad feudal que
concluyó en 1868 con el despertar a la
civilización, la ilustración y un gobierno
legítimo. Es preciso señalar que, en el nuevo
régimen Meiji, los campesinos seguían ocupando el
nivel inferior de la escala social y soportaban
una mayor carga fiscal necesaria para la
modernización y los programas militares, mientras
que los industriales disfrutaban de generosas
concesiones. A pesar del ímpetu desatado en 1868,
la restauración simplemente supuso el traspaso del
poder de unas manos a otras en lo que concernía a
la Casa imperial. Durante este tiempo, todos los
sectores radicales tomaron conciencia de que, en
lo referente a ideas procedentes del exterior,
como la democracia o el socialismo, la oligarquía
Meiji apenas era más tolerante que el shogunado
Tokugawa.
El rápido y satisfactorio
proceso de modernización militar e industrial del
Japón Meiji, que permitió contar con
infraestructura suficiente para afrontar la
Guerra
Ruso-japonesa iniciada en 1904, fue producto
del periodo Edo en mayor medida de lo que los
líderes Meiji hubieran admitido. Tanto el shogunado
como los daimios realizaban estudios sobre
armamento y fundición al estilo occidental antes
de 1868, y la rápida expansión comercial que
siguió a la apertura de Japón al exterior se
basaba en los avances económicos promovidos por la
paz de los Tokugawa. Asimismo, sólo gracias al
desarrollo cultural de Edo pudieron los estudiosos
nacionalistas redescubrir la supuestamente perdida
tradición del gobierno directo del emperador y
alentar una ideología que fortaleciera a Japón
frente al colonialismo
occidental.
Fuente:
http://encarta.msn.es (Página oficial en
español de la
Enciclopedia
Encarta)
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