En el reinado de Marco Aurelio, el subdiácono
Concordio fue aprehendido en el desierto. Ante su juez Torcuato, gobernador de
Umbría, que residía entonces en Espoleto, nuestro mártir no sucumbió, ni a
las promesas, ni a las amenazas. Apaleado en el primer interrogatorio y
descoyuntado en el potro en el segundo, Concordio cantaba gozosamente en medio
de sus tormentos: "Gloria a Ti Señor Jesús!" Tres días más tarde,
Torcuato dio la orden de decapitarle, si no ofrecía sacrificios a un ídolo que
un sacerdote, acompañado por dos soldados, debía presentarle en su prisión.
El santo mostró su indignación escupiendo al ídolo; acto seguido, uno de los
soldados le decapitó.
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