A la
muerte de los santos hermanos Romano y Lupicino,
fundadores de la abadía de Condat, bajo cuya dirección
había sido educado desde los siete años, Eugendo fue
nombrado coadjutor de Minausio, quien les había
sucedido en el cargo. Cuando Minausio fue depuesto,
Eugendo pasó a ocupar el puesto de abad del famoso
monasterio. Su vida fue muy austera y estaba tan
apartado de las pasiones, que parecía incapaz de
experimentar la ira. Eugendo, que no reía nunca y sin
embargo, llevaba la alegría reflejada en el rostro, era
muy versado en griego, en latín, en el conocimiento de
la Sagrada Escritura, y fue un gran promotor de los
estudios en su monasterio; a pesar de ello, todos los
ruegos no consiguieron persuadirle a aceptar la ordenación
sacerdotal. La biografía de los primeros abades de
Condat consigna el hecho de que, habiéndose incendiado
el monasterio que San Romano había construido con
troncos de árboles, Eugendo construyó un nuevo
monasterio de piedra, así como una elegante iglesia
consagrada a los santos Pedro, Pablo y Andrés. Eugendo
vivía en constante oración, y su devoción no hizo
sino aumentar durante su última enfermedad. Habiendo
convocado a aquél de sus hermanos que él había
nombrado para ungir a los enfermos, Eugendo le pidió,
según la costumbre de la época, que le ungiera el
pecho, y entregó su alma a Dios cinco días más tarde,
hacia el año 510, a los sesenta y uno de edad. De él
tomó el nombre de Saint Oyend la famosa abadía de
Condat, a siete leguas de Ginebra; dicho nombre fue
cambiado por el de Saint-Claude en el siglo XIII, en
honor del obispo de Besanzon cuya fiesta se celebra el 6
de junio.
Ver
la vida de San Eugendo, escrita por uno de sus contemporáneos
y discipulios, cuya edición crítica fue editada por
Bruno Krusch en MGH., Scrptores Merov., vol. III,
pp. 154-166. En la introducción de esta edición crítica,
así como en un estudio sobre La falsification des
vies des saints bourgondes (Mélanges Julien Havet, pp.
39-56), Krusch opina que dicha biografía es una
falsificación de fecha muy posterior; pero Mons. L.
Duchesne, en Mélanges d'archéologie et
d'histoire" (1898), vol. XVIII, pp. 3-16, ha
probado con éxito su autenticidad y su veracidad.
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