Agustín
Cabrini era un cultivador muy acomodado, cuyas tierras
estaban situadas cerca de Sant' Angelo Lodigiano, entre
pavía y Lodi. Su esposa, Estela Oldini, era milanesa.
Tuvieron trece hijos, de los que la menor, Nacida el 15
de julio de 1859, recibió en el bautismo los nombres de
María Francisca, a los que más tarde había de añadir
el de Javier.
La familia Cabrini era sólidamente piadosa, pues todo
en ella era sólido. Rosa, una de las hermanas de
Francisca, que había sido maestra de escuela y no
había escapado a todos los defectos de su profesión,
se encargó especialmente de la educación de su
hermanita en forma muy estricta. Hay que reconocer que
Francisca aprendió mucho de Rosa y que el rigor con que
la trataba su hermana no le hizo ningún daño. La
piedad de Francisca fue un tanto precoz, pero no por ello menos real. Oyendo en su casa la lectura de los "Anales Propagación de la Fe", Francisca determinó desde niña ir a trabajar en
las misiones extranjeras. China era su país predilecto. Francisca vestía de
religiosas a sus muñecas; solía también hacer barquitos de papel, y los echaba
al río cubiertos de violetas, que representaban a los misioneros que iban a las
misiones. Sabiendo que en China no había caramelos, renunció a ellos para irse
acostumbrando a esa privación. Los padres de Francisca, que deseaban que
fuera maestra de escuela, la enviaron a estudiar en la escuela de las
religiosas de Arluno La joven pasó con éxito los exámenes a los dieciocho años.
En 1870 tuvo la pena enorme de perder a sus padres.
Durante los dos años siguientes, Francisca vivió apaciblemente con
su her mana Rosa. Su bondad sin pretensiones impresionaba a cuantos la
conocían. Francisca quiso ingresar en la congregación en la que había hecho sus
estudios, pero no fue admitida a causa de su mala salud. También otra
congregación le negó la admisión por la misma razón. Pero Don Serrati, el sacerdote
en cuya escuela enseñaba Francisca, no olvidó las cualidades de la joven
maestra. En 1874, Don Serrati fue nombrado preboste de la colegiata de Codogno. En
su nue va parroquia había un pequeño
orfanato, llamado la Casa de la
Providencia, cuyo estado dejaba mucho que desear. La fundadora, que se llamaba
Antonia Tondini, y otras dos mujeres, se encargaban de la administración, pero lo
hacían muy mal. El obispo de Lodi y Mons. Serrati invitaron a Francisca a ir a ayudar en esa institución y a fundar ahí una congregación religiosa. La joven
aceptó, no sin gran repugnancia.
Así empezó Francisca lo que una religiosa benedictina califica de
noviciado muy especial, en comparación del cual un noviciado de convento habría
sido un juego de niños. Aunque Antonia Tondini había aceptado que Francisca
trabajara en el orfanato, se dedicó a obstaculizar su trabajo, en vez de ayudarla Francisca no se desalentó, consiguió algunas compañeras y, en 1877,
hizo los primeros votos con siete de ellas. Al mismo tiempo, el obispo la
nombró superiora. Ello no hizo sino empeorar las cosas. La conducta de la hermana Tondini quien probablemente estaba un tanto enferma de la cabeza, se convirtió
un escándalo público. Francisca Cabrini y sus fieles colaboradoras
lucharon tres años más por sostener la obra de la Casa de la Providencia, en espera de
tiempos mejores; pero finalmente, el obispo renunció al proyecto y cerró el
orfanato, después de decir a Francisca: "Vos deseáis ser misionera. Pues bien, ha
llegado el momento de que lo seáis. Yo no conozco ningún instituto misional femenino Fundadlo vos
misma". Francisca salió decidida a seguir
sencillamente ese consejo.
En Codogno había un antiguo convento franciscano, vacío y olvidado.
A él se trasladó la madre Cabrini con sus siete fieles compañeras. En cuanto la
comunidad quedó establecida, la santa se dedicó a redactar las reglas. El fin
principal de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón era la educación de las jóvenes. Ese mismo año el obispo de Lodi aprobó las constituciones. Dos años
más tarde inauguró la primera filial en Gruello, a la que siguió pronto la casa de
Milán.
Todo esto se escribe pronto. Pero la realidad fue muy distinta, ya
que los obstáculos no escasearon: en efecto, algunos alegaron que el título de
misioneras no convenía a las mujeres, y una madre se quejó de que su hija había
sido engañada para que entrase en la congregación. A pesar de ello, la congregación
empezó a crecer, y la madre Cabrini demostró ampliamente su
capacidad. En 1887, fue a Roma a pedir a la Santa Sede que aprobase su pequeña
congregación y le diese permiso de abrir una casa en la Ciudad Eterna. Algunas personas
influyentes trataron de disuadir a la santa del proyecto, pues juzgaban que siete
años de prueba no bastaban para la aprobación de la congregación. El cardenal
Parocchi, vicario de Roma, repitió el mismo argumento en su primera entrevista
con la madre Francisca; pero sólo en la primera entrevista, porque la santa se
lo ganó muy pronto. Al poco tiempo, se pidió a la madre Cabrini que abriese
no una sino dos casas en Roma: una escuela gratuita y un orfanato. Algunos
meses más tarde se publicó el decreto de la primera aprobación de las Hermanas
Misioneras del Sagrado Corazón.
Como hemos dicho, la madre Cabrini había soñado
con China desde la niñez. Pero no faltaban quienes querían convencerla de que volviese los ojos hacia otro
continente. Monseñor Scalabrini, obispo de Piacenza, había fundado la Sociedad de
San Carlos para trabajar entre los italianos que partían a los Estados Unidos,
y rogó a la madre Cabrini que enviase a algunas de sus religiosas a colaborar
con los sacerdotes de la sociedad. La santa no se dejó convencer. Entonces, el
arzobispo de Nueva York, Mons. Corrigan, insistió personalmente. La santa
estaba indecisa, porque todos, excepto Mons. Serrati, apuntaban en la misma
dirección. La madre Francisca tuvo por entonces un sueño que la impresionó
mucho y determinó consultar al Sumo Pontífice. León XIII le dijo: "No al
oriente sino al occidente". Siendo niña, Francisca Cabrini se había caído al río,
y desde entonces tenía horror al agua. A pesar de ello, cruzó el Atlántico por
primera vez con seis de sus religiosas, y desembarcó en Nueva York el 31 de
marzo de 1889.
Todo el mundo sabe que una multitud de italianos, polacos, ucranios,
checos, croatas, eslovacos, etc., han emigrado a los Estados Unidos en los últimos
tiempos. La historia religiosa de los inmigrantes está todavía por escribirse.
Baste con decir que, cuando llegó la madre Cabrini, había unos 50.000 italianos
en Nueva York y sus alrededores. La mayoría de ellos no sabían siquiera los
rudimentos de la doctrina cristiana; apenas unos 1.200 habían asistido alguna
vez en su vida a la misa; de cada doce sacerdotes italianos, diez habían tenido
que salir de su patria por mala conducta. La situación era semejante en el
noroeste de Pennsylvania. Y las condiciones económicas y sociales de la mayoría
de los inmigrantes estaban a la altura de las condiciones religiosas. Nada tiene,
pues, de extraño que en el tercer concilio plenario de Baltimore, Mons. Corrigan
y León XIII hayan estado muy inquietos.
La acogida que se dio a las religiosas en Nueva York, no fue precisamente
entusiasta. Se les había pedido que organizaran un orfanato para niños
italianos y que tomaran a su cargo una escuela primaria; pero, al llegar a Nueva
York donde se les dio cordialmente la bienvenida, se encontraron con que no
tenían casa, de suerte que por lo menos la primera noche tuvieron que pasarla
en una posada sucia y repugnante. Cuando la madre Cabrini fue a ver a Mons.
Corrigan, se enteró de que, debido a ciertas dificultades entre el arzobispo y las
bienhechoras, se había renunciado al proyecto del
orfanato. Por otra parte, aunque abundaban los alumnos, no había edificio para la escuela. El
arzobispo terminó diciendo que, en vista de las circunstancias, lo mejor era que la madre
Cabrini y sus religiosas regresasen a Italia. Santa Francisca replicó con su
firmeza y decisión habituales: "No, monseñor. El Papa me envió aquí, y aquí me
voy a quedar." El arzobispo quedó impresionado al ver la firmeza de
aquélla pequeña lombarda y el apoyo que le prestaban en Roma. Por lo demás, hay que confesar que era un hombre que cambiaba fácilmente de idea. Así pues, no
se opuso a que las religiosas se quedasen en Nueva York y consiguió que por
el momento se alojasen con las hermanas de la Caridad. A las pocas
semanas, Santa Francisca había ya hecho buenas migas con la condesa Cesnola, bienhe chora del
orfanato proyectado, la había reconciliado con Mons. Corrigan, había conseguido una casa para sus religiosas y había inaugurado un
pequeño orfanatorio. En julio de 1889, fue a hacer una visita a Italia, y llevó
consigo a las dos primeras religiosas ítalo-americanas de su congregación.
Nueve meses después, regresó a los Estados Unidos con más religiosas
para tomar posesión de la casa de West Park, sobre el río Hudson, que hasta
entonces había pertenecido a los jesuítas. La santa trasladó allá el
orfanato, que ya ha bía crecido mucho, y estableció ahí mismo la casa madre y el noviciado de Estados Unidos. La congregación prosperaba, tanto entre los inmigrante
a los Estados Unidos corno en Italia. Al poco tiempo, la madre Cabrini
hizo un penoso viaje a Managua de Nicaragua; a pesar de que las circunstancias eran muy difíciles y aun peligrosas, aceptó la dirección de un
orfanato abrió un internado. En el viaje de vuelta, pasó por Nueva Orleáns, como
se lo había pedido el santo arzobispo de la ciudad, Francisco Janssens. Los
italianos de Nueva Orleáns, que procedían en gran parte del sur de Italia y de Sicilia vivían en condiciones especialmente amargas. Había entre ellos algunos
criminales indeseables, y poco antes una chusma enfurecida de
norte americanos, no menos criminal, había linchado a once de ellos. El resultado de la visita de Santa
Fran cisca fue que fundó una casa en Nueva Orleáns.
No hace falta demostrar que Francisca Cabrini fue una mujer
extraordi naria, pues sus obras hablan por ella. Como había sucedido a la beata
Filipina Duchesne, Santa Francisca aprendió el inglés con dificultad y conservó
siempre el acento extranjero muy marcado. Pero ello no le impidió tener gran
éxito en el trato con gentes de todas clases. En particular, aquellos con quienes tuvo
que tratar asuntos financieros, que fueron muchos y de mucha importancia, la
admiraban enormemente. En sus ideas sobre la educación de los niños, era una
mujer de visión amplia y capaz de aprender, que no se cerraba a una idea
simplemente porque era nueva. La madre Cabrini había nacido para gobernar. Era muy estric ta, pero poseía al mismo tiempo un gran sentido de justicia. En ciertas
oca siones era tal vez demasiado estricta y no caía en la cuenta de las
consecuencias de su inflexibilidad. Pero el amor gobernaba a todos los actos de la santa, de suerte que su inflexibilidad no le impedía
amar y ser muy amada. A este propósito, solía decir a sus religiosas: "Amaos unas
a otras. Sacrificaos constantemente y de buen grado por vuestras hermanas.
Sed bondadosas; no seáis duras ni bruscas, no abriguéis resentimientos; sed
mansas y pacíficas".
En 1892, año del cuarto centenario del descubrimiento del Nuevo Mundo,
la santa fundó en Nueva York una de sus obras más conocidas: el "Columbus
Hospital". En realidad, dicha obra había sido emprendida poco antes por la
Sociedad de San Carlos. Desgraciadamente, la cesión del hospital a las
Misioneras del Sagrado Corazón, que no fue fácil, creó ciertos resentimientos contra la
madre Francisca. La santa hizo poco después un viaje a Italia, donde asistió
a la inauguración de una casa de vacaciones cerca de Roma y de una casa de
estudiantes en Génova. En seguida, fue a Costa Rica, Panamá, Chile, Brasil
y Buenos Aires. Naturalmente, en 1895, ese viaje era mucho más difícil que en
la actualidad; pero la madre Cabrini gozaba enormemente con los paisajes, y ello
le aligeró un tanto las molestias del viaje. En Buenos Aires inauguró una
escuela secundaria para jovencitas. Como algunas personas le advirtiesen que la
empresa era muy difícil y pesada, la santa respondió: "¿Quién la va a llevar
a cabo: nosotras o Dios?" Después de otro viaje a Italia, donde tuvo que
encargarse de un largo proceso en los tribunales eclesiásticos y hacer frente a la turba
en Milán, fue a Francia, e hizo ahí su primera fundación europea fuera de
Italia. En el verano de 1898, estuvo en Inglaterra. El obispo de Southwark,
Monseñor Bourne, que fue más tarde cardenal y había conocido en Codogno a la
madre Francisca, le pidió que fundase en su diócesis una casa de su
congregación; pero el proyecto no se llevó a cabo por entonces.
La santa desplegó la misma actividad en los doce años siguientes. Si hubiese
que nombrar a un santo patrono de los viajeros, más reciente y menos
nebuloso que San Cristóbal, la madre Cabrini encabezaría ciertamente la lista de
candidatos. Su amor por todos los hijos de Dios la llevó de un sitio a otro del
hemisferio occidental: de Río de Janeiro a Roma, de Sydenham a Seattle. Las
constituciones de las Hermanas Misioneras del Sagrado Corazón fueron
finalmente aprobadas en 1907. Para entonces, la congregación, que había comenzado
en 1880 con ocho religiosas, tenía ya más de 1000 y se hallaba establecida en
ocho países. Santa Francisca había hecho más de cincuenta fundaciones, entre
las que se contaban escuelas gratuitas, escuelas secundarias, hospitales y otras
instituciones. Las religiosas no se limitaban en los Estados Unidos a trabajar
entre los inmigrantes italianos. En efecto, el día del jubileo de la congregación,
los presos de Sing-Sing enviaron a la santa una conmovedora carta de gratitud.
Entre las grandes fundaciones, nos limitaremos a mencionar dos: el "Columbus
Hospital" de Chicago, y la escuela de Brockley (1902), que actualmente se halla
en Honor Oak. Es imposible hablar aquí de todas las pruebas y dificultades,
tales como la oposición del obispo de Vitoria (la reina María Cristina había
llamado a España a Santa Francisca), y la oposición de ciertos partidos en
Chicago, Seattle y Nueva Orleáns. En esta última ciudad las
hijas de Santa Francisca pagaron el mal con bien, ya que se condujeron en forma heroica en la
epidemia de fiebre amarilla de 1905.
En 1911, la salud de la fundadora comenzó a decaer. Tenía entonces sesenta
y un años y estaba físicamente agotada. Pero todavía pudo trabajar seis años
más. El fin llegó súbitamente. La madre Francisca Javier Cabrini murió
absolutamente sola en el convento de Chicago, el 22 de diciembre de 1917. Fue
canonizada en 1946. Su cuerpo se halla en la capilla de la "Cabrini Memorial
School" de Fort Washington, en el estado de Nueva York. Sin duda, que antes
de Santa Francisca hubo muchos santos en los Estados Unidos y que seguirá
habiéndolos en el futuro; pero ella fue la primera ciudadana norte americana cuya
santidad fue públicamente
reconocida por la Iglesia mediante la canonización. Francisca Javier Cabrini es una
gloria de los Estados Unidos, de Italia, de la Iglesia y de toda la humanidad. Nadie
que no fuese un santo como ella hubiera podido hacer lo que ella hizo y en la forma
en que lo hizo. Así lo reconoció León XIII, casi cincuenta años antes de la
canonización de la santa, cuando dijo: "La madre Cabrini es una mujer muy
inteligente y de gran virtud ... Es una santa."
La primera biografía de
la santa, escrita por una religiosa de su congregación: (la madre Javier de María) y
publicada en 1928, se titula La Madre Francesca Saverio Cabrini. Diez
años más tarde, Emilie de Sanctis Rosmini publicó La Beata Francesca Saverio
Cabrini. En italiano existen otras biografías. El Viaggi della Madre Cabrini,
narrati in varie sue lettere está traducido al inglés. En 1931, el
P. Martindale publicó un ensayo muy bien hecho. En 1937, vio la luz en Chicago
la biografía del P. E. J. McCarthy, la obra de una dama benedictina de Stanford,
Francés
Xavier Cabrini the Saint of the Emigrants (1944), es un modelo de
biografía para el gran público. Quien desee leer una exposición breve y clara del
estado de los inmigrantes italianos en los Estados Unidos, vea Zweierlein, Life
and Letters of Bishop McQuaid, vol. II, pp. 333-335. Las estadísticas se
encontrarán en la Catholic Encyclopedia, vol. XIII, pp. 202-206.
Theodore
Maynard publicó en los Estados Unidos otra biografía, titulada Too Small a
World (1948)
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